Opinión

Arcadi Espada, a puerta gayola

1. Durante los años que han transcurrido desde que Arcadi Espada concibiera la posibilidad de escribir sobre Francisco Camps, y cada vez que hablaba de ello con algún conocido, las

  • Arcadi Espada

1. Durante los años que han transcurrido desde que Arcadi Espada concibiera la posibilidad de escribir sobre Francisco Camps, y cada vez que hablaba de ello con algún conocido, las reacciones (e incluso las palabras y, hum, también la incomodidad) eran asombrosamente parecidas. “¿De Camps? ¿El de los trajes? ¿Quieres decir que ahí hay algo que merezca la pena?”. Es fama que Espada ha forjado su carrera a rebufo del método Boadella, esto es, eligiendo primorosamente la impopularidad de las causas y los personajes a los que aplicar su audacia, ya se trate de Samaranch, Pla o Benzemá. Ahora bien, ¿Camps? Vols dir? Su soberbia, no obstante, siempre apunta (y dispara) por elevación. El suyo no es un libro a favor de Camps, sino contra la prensa española, encarnada en el diario El País y sus 169 portadas. El pasado lunes, en el programa de Carlos Alsina, el periodista Casimiro García-Abadillo dejó, a propósito de “Un buen tío”, un fajín para la posteridad: “Sería como escribir un libro a favor de Franco”. Sin reparar, ay, en que algo de eso tenía, desde el título mismo, la peripecia húngara de los judíos de Sanz Briz; sin tener en cuenta que Espada, en fin, no tiene más causa ni afán que buscarle un digno acomodo a la verdad y, en la medida de lo posible, escrachear la mentira.

2. “Un buen tío” es el relato de cómo El País construyó, a partir de la figura del ex presidente de la Comunidad Valenciana Francisco Camps, un presunto culpable al que endosar, además, la parte alícuota de responsabilidad de la crisis que había obligado a los españoles a rebuscar restos de comida entre los contáiners. (El Camps de El País no es cierto porque, antes que una persona, es un símbolo.) Fue un trabajo realizado a pleno sol y mediante el uso de técnicas tan groseras como el escamoteo. La célebre conversación telefónica entre El Bigotes, nacido Álvaro Pérez, y Camps, ese afectuoso intercambio de agasajos del que emerge el “amiguito del alma”, finaliza con la mujer de Camps diciéndole al Bigotes que le devuelve un regalo con el que, según leemos, se había “pasado”. Los responsables de firmar la noticia también lo leyeron, mas dejaron ese dato fuera de foco para que el personaje que venían pergeñando, el insaciable esquilmador, el fanfarrón con trazas de homosexual (de armario) empotrado, el fallero bronceado de la Valencia peor, se tuviera en pie. En ese cometido, poco importó que no hubiera cuerpo del delito (los trajes, de los que ahora sabemos por Espada, fueron escamoteados con el mismo desparpajo que las devoluciones) o que la cantidad a que ascendieron los sobornos presentara, como en el más calenturiento de los periodismos, hasta más de 12 versiones-de-los-hechos: “¡No tengo más remedio que recopilar, siempre de mayor a menor!: 30.000, 20.000, 12.783, 12.000, 8.073,50, 7.393, 5.353,50, 4.700, 3.300 y 1.400. Ahora se añaden 4.200 y 1.650. Esto ya da un total de 12 cifras distintas”.

En el libro aparecen dos voces: una que desmenuza las noticias y otra, la del ‘periodista-de-vuelta-de-todo’, ladeada, socarrona y melancólica, que desmenuza los hechos

3. Por no ir abreviando (spoiler): “Cadáver político; mentiroso; sospechoso; diestro que se refugia en el burladero del temor; irresponsable; marrullero; manipulador; bribón; malvado; narciso; enfermo de egolatría; Dorian Gray al que la putrefacción no le deja reconocerse; personaje políticamente agonizante; Camps Jekyll y Camps Hyde; personaje de circo; el más pecador de los mortales; persona que regala el dinero de los valencianos a sus amigos; entre jamones y chorizos puede montar una charcutería; mísero moral; agresor del orden constitucional; sus antepasados ideológicos torturaban en comisarías y hacían juicios sumarísimos; trajeron de la mano a una tropa de delincuentes; manipulador obsceno; declarado incapacitado; enajenado políticamente; muchos se preguntarán sobre la legitimidad de sus victorias electorales; mentiroso en sede judicial; instaurador de una democracia de baja calidad; el que alquila el patio de Monipodio en el que se juntaban los ladrones; sin equilibrio emocional; mal ejemplo; incapaz; sin futuro político; penalmente responsable de los hechos que le achaca el juez Garzón; tonto, indecente o las dos cosas”.

4. No estamos ante uno de esos libros que se lea boca arriba. En cuanto el lector tope con la expresión “dilector” dará un respingo del que ya no se repondrá. Y, siquiera por lo que pueda venir, mantendrá la guardia alta. (Ser amigo de Espada, en cierto modo, es estar dispuesto a asumir esa misma tensión aun a partir del segundo gintonic –objeto que, a la manera de los sujetos, también deberá ofrecer su mejor mezcla.) En otras palabras, y por si sirviera de guía, cuando al lector le asalte la frase “Me mata el afán pedagógico”, sepa que está ante la modalidad “correcteness” del “No puedo evitar dar lecciones”.

5. Si aún no han comprado el libro, cuando lo hagan pidan el ticket. Camps no lo hizo y gran parte de sus problemas provienen de ahí. En esa España vivimos.

6. Verán que hay dos voces: una que desmenuza las noticias y otra, la del ‘periodista-de-vuelta-de-todo’, ladeada, socarrona y melancólica, que desmenuza los hechos y, ante la fatalidad, tan contraria a su credo, de decir “fuentes bien informadas”, asume esas voces.

A puerta gayola, diríase.

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