Los gaditanos suelen utilizar una curiosa expresión cuando de recriminar al cantinero que se hace el remolón a la hora de acompañar la manzanilla que han pedido con la correspondiente tapa se trata. “¡Niño, dale una patá al olivo, anda…!”, urgen a pie de barra. El tabernero entiende de inmediato el mensaje y vuelve raudo con la correspondiente ración de olivas con las que acompañar el trago. En Madrid, alguien ha pretendido estos días darle una patada al árbol del PP secuoya y esperar en la umbría. A ver qué cae en términos de tráfico y trifulca. Lo han hecho empuñando una encuesta imposible de trasegar sin ahogarse, que otorga más de 50 diputados a un teórico nuevo partido de la derecha liderado por José María Aznar. Y en Moncloa y en Génova han acusado el golpe. Más bien el susto. El susto causado por la posibilidad de que el autor del meneo y el fundador del PP pudieran estar en alguna operación de desestabilización de esa balsa de piedra que entre dos mares patronea con displicente autoridad Mariano Rajoy.
El susto ha durado lo que tarda en persignarse un cura loco. Fundamentalmente porque hace falta conocer muy poco al expresidente para imaginarlo a estas alturas dispuesto a chapotear en el barro de la política activa mediante la creación de un partido de nuevo cuño con el que hacer frente al que él mismo fundó en 1990 en el Congreso de Sevilla. Aznar hace tiempo que está en sus negocios, una actividad tanto más rentable cuanto mayor sea su capacidad para seguir influyendo en las políticas del grupo que maneja el BOE. Predicar y recoger trigo. La experiencia de la UCD y la deriva hacia la irrelevancia vivida por el difunto Adolfo Suárez tras su voladura incontrolada han vacunado a muchos potenciales caudillos del centro derecha cabreados con las políticas de Mariano. Y la más reciente humillación sufrida por Nicolás Sarkozy, el ex presidente francés a quien las bases del partido republicano han pasado recientemente por la piedra en primarias en favor de François Fillon, ha dejado impresionado a su amigo Aznar: “Uno puede escribir un libro magnífico plagado de grandes ideas y no contar con el apoyo de la militancia”.
Ni siquiera le ven tras las bambalinas moviendo los hilos de una nueva formación al frente de la cual colocaría a un hombre/mujer de paja. “Aznar ha decidido convertirse en el Pepito Grillo de Rajoy porque le apetece zaherir a quien considera que ha traicionado los principios de la derecha en la que cree, y porque alguna responsabilidad, por decirlo suavemente, tiene en lo que ha ocurrido y está ocurriendo en el PP”, asegura alguien muy cercano a él. Y es esta función de mosca cojonera la que, en ausencia de cualquier principio liberal entre la clase dirigente española, más interesante, incluso provechosa, puede resultar a corto plazo para millones de españoles que contemplan desasistidos la deriva hacia la socialdemocracia rampante en que se ha embarcado el actual Ejecutivo.
La crítica a las políticas económicas del Gobierno efectuadas por Aznar este lunes en Valencia, en un acto organizado por la Asociación Valenciana de Empresarios (AVE), no pueden ser más pertinentes.
Respondiendo a quienes en el partido justifican toda violación de los postulados económicos del centro derecha clásico por la situación de minoría parlamentaria que acogota al Gobierno, Aznar, tras identificar precisamente a la situación política española como la principal amenaza que hoy se yergue sobre el futuro de la economía, anima al Ejecutivo a profundizar en las reformas estructurales, a pesar de su minoría en el Congreso, porque el dilema “no puede ser el de elegir entre acuerdos o reformas: estabilidad y reformas no son una opción, sino un imperativo”. Tras advertir contra los “pactos a base de más compromiso de gasto” como un riesgo letal, remata la faena en la plaza valenciana asegurando que “impuestos altos, déficit y deuda –corolario inevitable del gasto público incontrolado- son lo contrario del círculo virtuoso en que la economía española debe anclar su crecimiento”. Imposible no estar de acuerdo.
Riesgo de desaceleración al frente
A través de la jefa de la Oficina Económica de Moncloa, el propio Ejecutivo adelantó ayer que el Producto Interior Bruto (PIB) creció en 2016 a un ritmo del 3,3%, una décima por encima del resultado de 2015 y un guarismo espectacular con el que nadie contaba a principios del año pasado, cuando la situación política parecía abocada a un callejón sin salida. Toda una llamativa paradoja, debida a la fortaleza de la demanda interna y al boom del turismo, para una economía que se mueve sobre las arenas movedizas de no pocas incertidumbres de futuro, empezando por la inminente llegada a la Casa Blanca de un Donald Trump decidido a poner en marcha sus políticas proteccionistas como anticipo de una guerra comercial que se traduciría en una importante caída del comercio mundial. Desde la perspectiva de la UE, la subida de los tipos de interés en USA, unida al fortalecimiento del dólar, podría significar la huida de capitales hacia el otro lado del Atlántico, lo que reduciría significativamente la inversión disponible y, por tanto, el crecimiento económico.
Todo ello, en un entorno de tipos que sólo pueden ir hacia arriba en el medio plazo y de un precio del petróleo que difícilmente irá para abajo, vendría a poner de manifiesto la insuficiencia de las políticas presupuestarias y fiscales del nuevo Gobierno Rajoy y la ausencia de reformas estructurales, que obviamente no se van a hacer dada la actual composición del Parlamento, pero que resultarían imprescindibles para seguir cebando la máquina del crecimiento. El corolario final es que, aunque la inercia del crecimiento siga presente a lo largo de 2017 (el PIB, no obstante, podría perder hasta un punto, para quedar a final de año en torno al 2,3/2,4%), la pérdida de velocidad del crecimiento, con su correlato de parón en la creación de empleo, se haría plenamente evidente a lo largo de 2018 en ausencia de tales reformas y por la presión de los compromisos de gasto derivados de la necesidad de pactos que acucia al PP para seguir en el Poder.
Aznar es nuestra antipática Casandra, la princesa troyana que intenta advertir a su antiguo discípulo de los trucos de los ejércitos aqueos, de los peligros que encierra el gran caballo de madera de esos pactos que el populismo intenta hacer pasar, a golpe de gasto público, como quintaesencia de la igualdad por decreto en una sociedad narcotizada como la española.
De esto advierte Aznar. De ello habló el lunes en Valencia. Alguien tiene que decir lo que casi todo el mundo calla. Es lo que dirá mañana jueves en el gran acto público que prepara FAES. De alguna manera Aznar es nuestra antipática Casandra, la princesa troyana que intenta advertir a su antiguo discípulo de los trucos de los ejércitos aqueos, de los peligros que encierra el gran caballo de madera de esos pactos que el populismo intenta hacer pasar, a golpe de gasto público, como quintaesencia de la igualdad por decreto en una sociedad narcotizada como la española. Esta nuestra Casandra conoce los riesgos de esas políticas, pero, como en el famoso mito, nadie es capaz de creerla –la maldición de Apolo-, tal vez incluso ni de prestarle atención siquiera. De acuerdo con la interpretación que Melanie Klein realizó en los sesenta del famoso mito, nuestra Casandra con bigote vendría a representar el grito silencioso de esos españoles conscientes del peligro que representan ciertas políticas, pero incapaces de movilizarse y hacerse oír a tiempo. ¿Estaremos condenados a olvidar el pasado y a no poder variar nuestro futuro?