Es fiel seguidor del pseudo instituto Nova Història, ya saben, el que sostiene que Colón y cualquier personaje histórico que se ponga a tiro era catalán. Don Joan, a la sazón presidente de la antaño influyente Cámara de Comercio y hogaño poco más que una broma privada, se jacta de pagar doscientos euros mensuales al citado invento. Nada raro en alguien que enganchó una careta de Puigdemont en el reposa cabezas de su vehículo como protesta, que inventó una máscara anticovid separatista, la Maskcat, hecha de plástico y cartón que, además de ridícula, no tuvo el menor éxito, que afirma estar en el negocio del petróleo – suya es la razón social Petrolis Independents – cuando lo que tiene no es más que una red de distribución y comercialización de carburantes, las gasolineras de toda la vida de Dios, en fin, y por no cansarles, que a don Joan cualquier extravagancia puede parecerle perfecta siempre que tenga un lacito amarillo. E si non e vero e ben trobatto, porque la verdad no es relevante en el mundo estelado.
Canadell, que ganó las últimas elecciones en esa Cámara a la que el separatismo le tenía el ojito echado, ve como Fiscalía pide la anulación de la votación. Argumenta el ministerio público que no se contabilizaron muchos votos remotos, siendo declarados nulos por culpa del, ¡ay!, sistema informático. Como sea que la entidad está tutelada por la Generalitat, si se hubieran lesionado intereses como el acceso a cargo público o la igualdad entre electores, habría que repetir la jugada. Conste que los dos candidatos perdedores impugnaron desde el minuto cero los resultados sin el menor éxito. Pero no es a eso a lo que vamos. Lo sustancial es que Canadell va en la lista de Laura Borràs de número dos y que, caso de acabar mal por los pequeños desacuerdos que tiene con la justicia, podría acabar siendo cabeza de cartel. Es una persona que ha propiciado boicots contra empresas españolas, ha defendido que la bandera norteamericana podría inspirarse en la Señera – título de la charla: “Intereses catalanes en las barras de la bandera de los EEUU” -, ha insinuado que España habría aprovechado los atentados de las Ramblas para atacar al separatismo, en fin, un lazi de manual.
Lo malo es que preside un organismo fundado en 1886, que tenía sus precedentes en el Consulado de Mar o en la Real Junta de Comercio de Barcelona, organizaciones seculares, teniendo como objetivo potenciar a las empresas de la capital catalana, incentivar el comercio y la industria. Se calcula que el censo de la Cámara acoge a más de trescientas mil empresas. Entren en la página de la entidad y verán lo que se mueve desde ahí.
Si sacamos a colación a Canadell es para poner de manifiesto hasta que punto la degeneración intelectual y empresarial – la moral sería otra discusión – se ha apoderado de mi tierra
Si sacamos a colación a Canadell es para poner de manifiesto hasta que punto la degeneración intelectual y empresarial – la moral sería otra discusión – se ha apoderado de mi tierra. Que en estos momentos de tanta necesidad y urgencia los instrumentos que podrían servir a la sociedad para remontar estén en manos de gente que dice que las barras norteamericanas son las de la señera es para echarse a temblar. Que el empresariado catalán haya permitido con su silencio cobarde y su inacción indigna que se llegase hasta este extremo es de juzgado de guardia. Cuando se analice en el futuro cuándo se jodió el Perú catalán, los historiadores tendrán que detallar el gran fiasco y ocaso de la burguesía catalana. Sin su concurso o dejadez el proceso jamás habría llegado a donde llegó. Porque aquí todos hemos fracasado, pero los capitanes de empresa lo han hecho mucho más. Han convertido la economía catalana en un páramo, han destrozado el tejido empresarial, han echado a patadas a los inversores durante años, quizás para siempre.
Y todo porque, en el fondo, siempre les hizo gracia hacer de menos a la España de la que vivían y decir en los entreactos del Liceu que el primer parlamento democrático fue el Consell de Cent, que Rafael de Casanova era separatista o que los catalanes pagaban demasiado para lo poco que recibían. Ah, y que el castellano era cosa de pobres, de charnegos o de criadas. He ahí el Mal.