Opinión

Bolaños, como un cuñado

Moncloa y sus terminales han tratado de condicionar la fiesta de todos los madrileños a golpe de epatar: la manera más obscena, mediante la autorización de una protesta de los afectados por las obras del metro de San Fernando de Henares justo en la puerta del Sol

  • El ministro de la Presidencia, Félix Bolaños el 2 de Mayo -

Hace hoy un año, Félix Bolaños se despachaba con una revelación que, por indiscreta, dejó a los españoles perplejos y a los garantes de su seguridad, como a un cochero: el teléfono móvil del presidente del Gobierno y el de su ministra de Defensa y responsable del CNI habían sido "infectados" con el virus Pegasus. La natural conmoción ligada a un asunto aventado desde la poltrona oficial cobró mayor intensidad precisamente por eso, por haber sido comunicada con tanto boato como con la nula aportación de datos concluyentes.

Un año después, solo sabemos que una funcionaria ejemplar, Paz Esteban, tuvo que ofrecer su cabeza como forma de poner sordina a un asunto convertido en el gran misterio recurrente de la égida sanchista. Aquel episodio indispuso a Bolaños con Robles: esta no entendió qué hacía el ministro de Presidencia dando cuenta de un asunto que afectaba a su ámbito de competencia.

Un año después, solo sabemos que una funcionaria ejemplar, Paz Esteban, tuvo que ofrecer su cabeza como forma de poner sordina a un asunto convertido en el gran misterio recurrente de la égida sanchista

Pero un año es mucho tiempo y, pelillos a la mar, queda patente que el aspecto de técnico eficiente del ministro recuerda a los disfraces de Mortadelo, pura fachada, tras los que se esconden estrategias que atufan a electoralismo pero que para él deben de constituir una contribución impagable al bienestar general de los ciudadanos. Bolaños tenía que estar en la Casa de Correos pese a que no se le cursó invitación.

Recordaba, "escondido en las faldas de Robles", al marido de Angela Markel, rictus de consorte con ganas de cobrar más protagonismo pero sin opciones aparentes de lograrlo. Bolaños, no obstante, creyó que sí: como esos cuñados paradigmáticos, de la autoinvitación pasó al más desahogado de los descaros en una progresión con diseño previo. Moncloa y sus terminales han tratado de condicionar la fiesta de todos los madrileños a golpe de epatar: la manera más obscena, mediante la autorización de una protesta de los afectados por las obras del metro de San Fernando de Henares justo en la puerta del Sol; solo a regañadientes la Delegación del Gobierno se avino a cambiar, a última hora, su emplazamiento.

Recordaba, "escondido en las faldas de Robles", al marido de Angela Markel, rictus de consorte con ganas de cobrar más protagonismo pero sin opciones aparentes de lograrlo

Una vez Bolaños -en frase de Martínez Almeida- "forzó las costuras", el titular de Presidencia no se conformó con el sitio, en primera fila, que le habilitaron a la sombra de Robles, sino que trató de encaramarse a la tribuna de autoridades, lugar que, protocolariamente, no contemplaba la presencia de ministro de Presidencia alguno, menos cuando no se ha sido invitado. En el interín, admonizó a los periodistas recogiendo el titular de portada de 'El País' para calificar de "escándalo" el hecho de que Núñez Feijóo haya cenado con una asociación de fiscales que tienen por costumbre organizar encuentros con personajes de la vida pública tan variados como Miquel Iceta y Albert Boadella. El colofón lo puso en La Sexta, donde trató de tirar de ironía para dejar, a modo de chascarrillo estrambótico, que su pretendido desalojo de la tribuna era una muestra "de la buena educación" del Gobierno regional de Madrid. Bolaños no fue al Dos de Mayo en condición de acompañante, sino de cuñado. 

Apoya TU periodismo independiente y crítico

Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Haz tu aportación Vozpópuli