Seamos claros: Josep Borrell nunca quiso ser eurodiputado. Ya lo fue entre 2004 y 2009, llegando incluso a presidir el Parlamento Europeo durante dos años y medio al comienzo de ese periodo. Y ahora no tenía ni puñetera gana de repetir la experiencia.
Él aceptó el encargo de Pedro Sánchez de encabezar la lista de los socialistas españoles en las elecciones del pasado 26-M con el propósito de aspirar a una vicepresidencia de la Comisión Europea. Y todos toleramos esa maniobra y miramos para otro lado porque, tradicionalmente, algunos de los que encabezan una lista en las europeas acaban recalando en el Ejecutivo comunitario en vez de en la Eurocámara. Y ahí están los casos, por ejemplo en el Partido Popular, de la fallecida Loyola de Palacio o de Miguel Arias Cañete.
El problema es que Borrell ha visto que, en la negociación que están teniendo los jefes de Estado y de Gobierno de los países europeos para repartirse los principales altos cargos de la UE, no tiene garantizada esa tan ansiada vicepresidencia. Y, como no soporta la idea de quedarse cinco años apalancado en la Eurocámara, ha decidido renunciar a su escaño, que tenía que ocupar el día 2 de julio, y, de momento, se quedará como ministro.
La maniobra no significa que Borrell renuncie a ocupar un alto cargo en la UE, simplemente pretende evitar que, por una carambola, acabe sin ese puesto y encima sin el Ministerio de Asuntos Exteriores que ahora dirige.
Borrell ha sido utilizado
Borrell y su jefe, Pedro Sánchez, nos vestirán ahora el muñeco como quieran, pero lo cierto es que han jugado vilmente con los electores españoles. El PSOE puso a Borrell al frente de su lista europea porque era un magnífico candidato para ganar esas elecciones, y ahí están los resultados: mientras que él cosechó 7,3 millones de votos el 26 de mayo, ese mismo día 6,6 millones de españoles votaron al PSOE en las elecciones municipales. Por tanto, el candidato Borrell mejoró en 700.000 votos los resultados del PSOE en el conjunto de España.
Su perfil duro con el independentismo catalán y su buena imagen entre los votantes de centro fue utilizada por Sánchez para ganar holgadamente esas elecciones... igual que le ha servido de escudo protector durante todos estos meses de Gobierno, sobre todo para que el presidente contrarrestase las críticas por flirtear con los soberanistas.
La elección de Borrell para la lista europea fue una decisión acertada, pero el hecho de que ni siquiera vaya a tomar posesión de su escaño supone un fraude democrático. Borrell y Sánchez pensaban que los cargos europeos estarían repartidos antes del 2 de julio, y que así el primero nunca tendría que llegar a ser eurodiputado, pero, por mucho que la estrategia estuviese clara, no deja de ser una broma de mal gusto para esos millones de personas que votaron a Borrell creyéndose que sería su representante en la Eurocámara.
Obviamente, Borrell renunciaría hoy mismo a ser ministro y aceptaría el escaño europeo si tuviese la certeza de que unos días más tarde será designado vicepresidente económico de la Comisión, pero el problema es que esa negociación está encallada y el éxito no está garantizado.
La opción Calviño
El principal motivo que deja en el aire el puesto europeo de Borrell es, curiosamente, la ausencia de mujeres entre los candidatos a comisario que han presentado los diferentes gobiernos. Ante tanto hombre, Sánchez ha ofrecido a sus homólogos el nombre de una mujer que bien podría ser comisaria: Nadia Calviño, actual ministra de Economía y en su día directora general de Presupuestos en la Comisión Europea.
Por tanto, la renuncia de Borrell hace pensar que ya no es el candidato preferente de Sánchez para el Ejecutivo comunitario y que prefiere tenerlo de ministro, sobre todo teniendo en cuenta que si dejara vacante su plaza no podría sustituirle mientras el Gobierno esté en funciones, algo que tiene pinta de que se puede alargar todavía muchas semanas.
Esta maniobra de poner de cartel electoral a un candidato que luego no ejerce el cargo para el que ha sido elegido es una practica peligrosa desde el punto de vista democrático y que, lamentablemente, se está extendiendo en nuestro país. Ahí tenemos, por ejemplo, el caso de la inefable Manuela Carmena, que ha renunciado a su acta de concejal al no poder ser de nuevo alcaldesa de Madrid. Se puede decir en su descargo que ya anunció durante la campaña que no seguiría si no era para gobernar, pero también es una falta de respeto al sistema renunciar al trabajo donde han decidido situarte los ciudadanos. Si uno no quiere ser concejal o eurodiputado, lo mejor que puede hacer es no presentarse a las elecciones.