La inefable vicepresidenta Carmen Calvo ha explicado con su verbo a la vez culto y preciso que el Gobierno se ha dotado de instrumentos legales potentes para gestionar los fondos europeos que comenzarán a llegar el año próximo junto con la vacuna y otras maravillas. La sorprendentemente catedrática de Derecho Constitucional ha aclarado que los mecanismos de evaluación, seguimiento y control de los proyectos que sean beneficiados con el oro de Bruselas serán “ágiles”, “acortarán tiempos” y todo ello ”sin perder rigor”, anuncios que producen escalofríos en cualquier ciudadano mínimamente avisado.
En esencia, el reparto de la ingente suma que la UE pondrá a nuestra disposición entre transferencias directas y créditos en condiciones muy favorables, estará a cargo del Consejo de Ministros asistido por un comité técnico del Ministerio de Hacienda y una unidad de seguimiento dirigida por el asesor económico del Presidente, Manuel de la Rocha. El ilegible Decreto-Ley que fija esta estructura ha sido cocinado en La Moncloa sin participación alguna de organismos independientes, en contra de la recomendación de la Comisión Europea, ni del mundo académico ni de organizaciones empresariales ni por supuesto de las fuerzas de la oposición. Al fin y al cabo, allí donde se sientan Alberto Garzón, Irene Montero y Pablo Iglesias, cualquier fuente externa de sabiduría poco puede aportar.
Este “yo me lo guiso y yo me lo como” para diseñar proyectos estratégicos y decidir qué propuestas procedentes del ámbito empresarial encajan en los fines, experiencia y solvencia técnica requeridas revela un afán sospechoso de dirigismo que, a la luz de los antecedentes de los dos partidos aliados en el Ejecutivo y de sus socios parlamentarios, suscita la más viva inquietud. A diferencia de la metodología elegida en otros Estados Miembros de la Unión, poniendo al frente de este complejo proceso a una figura de la sociedad civil de competencia probada, honradez indiscutida, dilatado currículo en el manejo de grandes inversiones y acreditada inteligencia estratégica, con participación de un amplio abanico de actores sociales y económicos, Pedro Sánchez en un impúdico arrebato cesarista se ha autoungido cabeza visible y omnímoda de este formidable tinglado.
A todo ello se añade que los separatistas y filoterroristas que les garantizan la estabilidad gubernamental son conocidos por su insaciable voracidad y su corrupción desatada, el cuadro se vuelve más sombrío
Ciento cuarenta mil millones de euros es una cantidad mareante que, puesta a disposición de la arbitraria e inescrupulosa voluntad de un personaje que ha hecho de la mentira su divisa y que está al frente de una organización que se ha dedicado al saqueo de las arcas públicas hasta extremos inauditos, además de flanqueado por otro elemento que reconoce paladinamente que la política consiste en cabalgar contradicciones y cuyo partido está investigado por uso delictivo de fondos públicos, augura los peores abusos. Si a tales precedentes, se añade que los separatistas y filoterroristas que les garantizan la estabilidad gubernamental son conocidos por su insaciable voracidad y su corrupción desatada, el cuadro se vuelve más y más sombrío.
La facultad de formalizar consorcios público-privados mediante atajos administrativos y legales abre la puerta a una progresiva estatalización de nuestro sistema productivo que Podemos no desaprovechará y que nuestras grandes corporaciones, ansiosas de acceder a una parte de la jugosa tarta, aceptarán sin resistencia. Las víctimas de esta merienda de subsaharianos que se avecina serán las empresas de tamaño medio y alta tecnología que, por excelentes que sean los proyectos que presenten, se verán con frecuencia preteridas si su sometimiento al poder no es completo o si carecen de los enganches políticos necesarios.
Diques de contención
Sin embargo, esta magnífica oportunidad de ejercer su dominio totalitario sobre la sociedad mientras la Unión Europea paga la factura, encierra también para el Gobierno sanchista-comunista y sus adláteres subversivos un considerable peligro. Conociendo el percal, la tentación de manipular la concesión de subvenciones para llenarse los bolsillos puede ser irresistible, sobre todo porque ya se han asegurado de que no exista ninguna vigilancia independiente externa que pueda tocar el silbato si detecta alguna tropelía. A poco que se cieguen con el brillo del tesoro bruselense, el famoso 3% de Pujol puede ser una broma comparado con el botín con el que algunos ya sueñan.
Los únicos diques de contención de la orgía que se prepara son la poca prensa libre que queda, la Justicia, las instancias comunitarias y los funcionarios honrados que si descubren un desaguisado tengan el heroísmo de exponerse a terribles represalias al denunciarlo.
Como en el bíblico festín de Baltasar, no hay que descartar que Pedro Sánchez, ahíto de manjares y ebrio de exquisito vino servidos en la vajilla expoliada al Templo de Jerusalén, pierda su reino por ignorar el ígneo aviso que ya se está trazando en las paredes de La Moncloa.