Cuando creíamos que la cultura de la victimización había alcanzado su cenit, de repente aparece un comunicado pidiendo que los insultos y el acoso en redes se consideren una forma de tortura siempre que las insultadas y acosadas sean mujeres feministas. Y es que después de una supuesta agresión lesbófoba a Irantzu Varela, a partir de un conflicto que parece sacado de un capítulo de 'La que se avecina', cientos de mujeres feministas se han plantado y han dicho ¡Basta ya! Exigiendo no solo que los improperios y ataques que rezuman las redes sociales hacia sus distinguidas personalidades sean considerados una forma de tortura, sino que además nuestros gobernantes articulen políticas para eliminar estos reprobables actos y conviertan de una vez a las feministas en una especie protegida, que no en peligro de extinción.
Esto no es algo nuevo, hace apenas un año Compromís ya preguntaba si el Ejecutivo había contemplado la posibilidad de declarar el estado de excepción por terrorismo machista -ríase usted del coronavirus-. Y entre podemitas y socialistas llevan años amenazando con la idea de perseguir el llamado “negacionismo de la violencia de género”, que es como catalogan a todos aquellos que prefieran atenerse a lo que nos dicen todos los estudios académicos arbitrados sobre la violencia en el ámbito de la pareja y no a su reduccionista relato ideológico. Una manera miserable de conseguir a través de la ley lo que no se puede lograr por las vías de la ciencia y la razón.
Entre las firmantes nos encontramos a personajes como la ilustrísima Adriana Lastra, “portavoza” del Grupo Parlamentario que dirige el Gobierno de España, lo que lleva a preguntarnos a qué autoridad se dirige semejante misiva cuando esta misma ya estaría firmada por representantes del poder ejecutivo y legislativo de nuestro país, que es como si Pablo Iglesias firmase una petición exigiendo transparencia en las cuentas al grupo parlamentario de Unidas Podemos.
Hay que tener mucha caradura para señalar a las feministas como el principal colectivo afectado por el odio twittero cuando su discurso hegemónico no trabaja por el apaciguamiento de los conflictos sociales, sino todo lo contrario.
Este comunicado sería el último llamamiento hacia la persecución del disidente amparándose en el molesto ruido que desprende Twitter y sus derivados. Y entiendo que ser una persona pública con presencia en redes sociales puede llegar a ser desagradable. Yo he recibido ataques, insultos y amenazas de muerte y no es algo bonito. Tristemente, a día de hoy, este es el precio a pagar por compartir tus opiniones sobre temas sensibles en los que la sociedad está altamente polarizada, sobre todo en un ecosistema que permite parapetarse en el anonimato, como es el de nuestras redes sociales, caldo de cultivo perfecto para trols y personalidades mezquinas. La deshumanización del adversario tiende a la norma y no a la excepción. Sin embargo, hay que tener mucha caradura para señalar a las feministas como el principal colectivo afectado por el odio twittero cuando su discurso hegemónico no trabaja por el apaciguamiento de los conflictos sociales, sino todo lo contrario. De hecho, sería la mismísima Irantzu Varela la que terminaba un vídeo katana al hombro, prendiendo un cóctel Molotov, mirando a cámara y comunicando a la audiencia que las mujeres estaban librando no sé qué guerra.
El colectivo responsable de abrir hilos a diestro y siniestro y fomentar linchamientos y escraches a nombres propios de toda índole no puede ser el mismo que ahora exige que la administración pública les otorgue un status de especial vulnerabilidad en redes y se señale como torturador a todo aquel que llame “charo” a Beatriz Gimeno. Las que inventaron términos como “señoro”, “machirulo” o gritaban en las manifas cánticos del tipo “macho muerto, abono pa mi huerto” no pueden ser las que ahora lloran porque hay gente cruel en la internet. Puño de hierro, mandíbula de cristal.
Hemos normalizado que el feminismo pueda hacer y deshacer a su antojo con la complicidad de nuestras administraciones públicas y algunos medios de comunicación, hasta tal punto que ahora algunas feministas se sienten acosadas cuando alguien les destapa la jugada. El sentimiento de impunidad de los que perpetran campañas como la última de la Federación de Mujeres Jóvenes contra las agresiones sexuales es mayúsculo. Y me parece insultante que las feministas pretendan atragantarnos las navidades con campañas en las que señalan a todo varón como un potencial agresor sexual con el que habría que tener cuidado, y encima pretendan etiquetar la crítica a semejantes discursos como una forma de tortura.
https://twitter.com/crpandemonium/status/1341835469487792129?ref_src=twsrc%5Etfw
Nos dicen que las agresiones a mujeres feministas se han multiplicado en los últimos años, lo que viene a ser una exageración tremendista producto de la impotencia que produce la realidad de que lo que antes no se contestaba, ahora se contesta, y de que una parte importante de nuestra sociedad ha decidido plantarle cara a aquellos que trabajan de forma diligente en la miserable tarea de aterrorizar a las mujeres y criminalizar a los hombres y así perpetuar el atávico y lucrativo conflicto que es la guerra de sexos. Tortura y crímenes de lesa humanidad.
Ana Bernal Triviño carga contra Macarena Gómez en un artículo en Público titulado “Las feministas no odian a los hombres” la misma semana que sale a la venta el libro de la feminista francesa Pauline Harmange titulado Hombres, los odio; un polémico panfleto de título no irónico que señala la misandria y el odio abierto hacia los varones como un posible camino hacia la solidaridad y el bienestar. Hay que reconocer que el timing de la Triviño no ha sido el más acertado.
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Pongámonos en contexto: hace apenas dos semanas la actriz Macarena Gómez concedió una entrevista en el programa `Este es el mood´en la que dijo que a ella le daba la impresión de que se está forzando el feminismo, que lo del lenguaje inclusivo era una chorrada y que ella sentía que había un discurso de odio hacia los hombres. Y lo hay, es evidente, pero que lo diga una actriz con la trayectoria y la presencia de Macarena Gómez en una industria cultural que aplaude cualquier forma de diversidad, menos la diversidad ideológica, es un acto de valentía que merece ser reconocido. Y digo que es un acto de valentía porque decir esto a día de hoy te puede salir bastante caro. A Macarena se le podía notar un pequeño tembleque en la voz cuando reconocía lo que era palmario, apartando la mirada de una Amarna Miller que por otro lado se mostró bastante comprensiva con las palabras de su entrevistada.
Los tiempos cambian. Hace un año a Macarena Gómez le habrían abierto hilo en Twitter y se hubiese llevado la del pulpo; hoy parece que ha cosechado más aplausos que otra cosa. Porque seamos sinceros, hay que tener la cara muy dura para no reconocer a día de hoy que dentro del feminismo hay un discurso importante de odio hacia los varones. Llegando hasta el punto de que una de estas feministas radicales ha tenido que escribir un libro -al que por lo menos se le debe reconocer cierta sinceridad- pidiendo a sus hermanas que se desprendan de una vez de esa capa de cinismo y admitan abiertamente lo que para cualquier persona mínimamente suspicaz es más que evidente. Y es que incluso leyendo un artículo que se supone defendería que las feministas no odian a los hombres podemos encontrar dentro de este mismo texto proposiciones que apuntan a todo lo contrario. Porque a la Triviño no se le ocurre otra cosa que esgrimir con indignación que en una sociedad con mil mujeres asesinadas no se puede decir que el feminismo fomente el odio hacia los hombres, dando a entender que cualquier reticencia hacia un colectivo que cometería tamañas monstruosidades estaría más que justificada y haciendo implícitamente responsables a todos los varones de los actos que comete el 0,02% de su grupo. El feminismo no asesina hombres, dice Triviño, son los hombres los que asesinan mujeres concluye el lector. Y finalmente remata el artículo justificando que las mujeres que habrían sido vilipendiadas por los hombres tienen todo el derecho del mundo a sentir rabia u odio hacia ellos, y como según el Ministerio de Igualdad estas serían una de cada dos, hagan ustedes las cuentas.
Lo que debería entender Ana Bernal Triviño es que cuando se colectiviza la culpa de esta forma, cuando se criminaliza a un colectivo tan heterogéneo y se le hace responsable de crímenes terribles, que no serían consecuencia de las vicisitudes vitales de cada individuo, sino de una violencia que estaría incardinada en el ADN de una masculinidad tóxica y nociva, es una cuestión de pura gravedad social que la parte afectada -las mujeres sometidas- generen un sentimiento de odio y resentimiento hacia el grupo al que se responsabiliza de sus desdichas. Algo que feministas como Triviño entienden perfectamente cuando se señala al colectivo de inmigrantes para luego zambullirse en una ceguera voluntaria cuando se apunta a colectivos que no son de su agrado. Por eso, que se publique un libro como Hombres, los odio me parece una buena noticia, ya que entre otras cosas desenmascara el 'bienquedismo' cobarde de feministas como Triviño -hermana, admite que eres misándrica y déjate de tonterías- y nos sirve como termómetro social en tanto en cuanto la ciudadanía puede comprobar que en pleno 2021 un manifiesto que justifica el odio hacia los varones es visto por una parte importante de nuestra sociedad como un texto controvertido y 'cool' que puede tener no sé qué lectura solidaria.
Es interesante que mientras actores como Álex García cumplen con la penitencia de la dictadura del pensamiento único y la masculinidad deconstruida, tratando de expiar públicamente no sé qué pecados y reconociéndose como focos de violencia involuntaria hacia las mujeres, como si esto fuese un común exponente a todos los varones -a mí no me metas en tus movidas, Álex- sean compañeras de profesión como Macarena Gómez, siguiendo la estela de leyendas vivas del cine español como Carmen Maura, Verónica Forqué o Loles León, las que les estén diciendo a toda esta panda de paletos que corten el rollo. Y es que, como decía Jordan Peterson, al final son las mujeres sensatas las que deben levantarse contra sus hermanas dementes y decir “ya basta de este odio hacia los hombres, basta de traernos la vergüenza y desgracia como género”; el problema, decía, es que la mayoría de mujeres sensatas están ocupadas haciendo cosas de mujeres sensatas, por eso es necesario -casi obligatorio- que aplaudamos y mostremos todo el apoyo del mundo cada vez que aparezca uno de estos raros especímenes de mujeres valientes y cuerdas que decide plantarle cara a sus hermanas arpías yendo a la contra, no sólo del relato cultural hegemónico, sino de sus propios intereses.
Puedes ver los vídeos de Un Tío Blanco Hetero (Sergio Candanedo) en: https://www.youtube.com/channel/UCW3iqZr2cQFYKdO9Kpa97Yw