Acaba un año 2020 con muchas lecciones aprendidas. Nadie se esperaba que este año nos ofrecería, digámoslo de esta manera, una excepcionalidad económica. Para hacernos una idea, 2020 es algo así como un experimento natural que nos permitirá evaluar empíricamente lo que muchas veces ha quedado oculto o ha sido muy complejo de estudiar. Las cifras observadas y conocidas a lo largo de estos últimos nueve meses son, en muchos casos, extraordinariamente singulares. Pero es esta excepcionalidad la que nos ofrece una ventana de oportunidad única para excavar en algunas de las más profundas interacciones económicas. La excepcionalidad amplifica ciertas relaciones causa-efecto que pueden ser de interés, despejándolas de otras menos interesantes y que ocultan como una capa borrosa a la primera. La excepcionalidad nos permite identificar mejor dichas relaciones y, por ello, proponer juicios más sólidos sobre estas.
Para muestra, un ejemplo. Piensen en el vínculo entre ahorro y crecimiento a corto plazo y usemos para construir este análisis lo ocurrido estos meses. Empecemos por la caída del consumo. Al principio, y esto es evidente, la caída del consumo vino motivada por las restricciones al movimiento. El confinamiento limitó ciertas opciones de gasto que normalmente son realizadas de forma presencial. A pesar de que muchos negocios optaron por desviar parte de las ventas al modo “online” -lo que permitirá realizar estudios al respecto y conocer efectos en empleos, salarios y muchas más variables de esta variante de comercio-, mucho del gasto habitual anterior a la pandemia prácticamente desapareció. Por lo tanto, la sociedad se vio abocada a un ahorro forzoso. Sin embargo, la contrapartida de este ahorro fue una fortísima contracción de la producción, de la renta y del empleo. Tan intensa que, sin actuación pública, como veremos a continuación, nos hubiera llevado con una elevada probabilidad a una contracción más intensa y duradera. No cabe duda pues de que en la pandemia hemos sido testigos del lado amargo de un exceso de ahorro.
Cuando hablamos de ahorro, lo importante no es solo la oferta del mismo, sino también su demanda. Y esta depende de factores que son independientes de la oferta: no por mucho ahorrar creceremos más
Pero sigamos. A nivel financiero este exceso de ahorro se ha traducido en una mayor disponibilidad de fondos. Pero durante estos meses tampoco cabe duda de que la inversión se ha desplomado, por lo que este exceso de oferta de ahorro ha provocado (ley de la oferta y demanda) una caída de la rentabilidad esperada de los mismos, ya de por sí bajas con anterioridad, y todo ello a pesar del breve repunte de marzo y abril. La búsqueda de rentabilidad ha acelerado su movimiento buscando la seguridad de la deuda pública, mucho más activa por razones obvias, presionando a su rentabilidad a niveles negativos incluso en bonos a muy largo plazo y para países menos 'frugales'. Por lo tanto, y otra lección a aprender, es que la supuesta 'paradoja' del ahorro (no lo es, pero para no pocos, pareciera) es fácil de identificar, ya que un exceso de ahorro implica, además de menos consumo, menos rentabilidad y estancamiento. Queda explícitamente recogido con esta experiencia que, cuando hablamos de ahorro, lo importante no es solo la oferta del mismo, sino también su demanda. Y esta depende de factores que son independientes de la oferta: no por mucho ahorrar creceremos más. Condición necesaria para el crecimiento, pero no suficiente.
Esta percepción negativa del futuro ha obligado a muchas familias a guardar parte de sus ingresos para mejores tiempos, singularmente aquellas que no lo han perdido del todo
Tampoco cabe duda de que en estos meses los famosos Animal Spirits se han conformado de una manera muy intensa. Parte de este ahorro forzoso se ha transformado, al cabo del tiempo, en ahorro precaución. Insisto, no todo él, por supuesto, pero es evidente que el que no se hayan despejado aún las incertidumbres asociadas a la pandemia nos obligan a pensar en el futuro desde un punto de vista relativamente pesimista. Esta percepción negativa del futuro ha obligado a muchas familias a guardar parte de sus ingresos para mejores tiempos, singularmente aquellas que no lo han perdido del todo.
El alisado del consumo a lo largo del tiempo, es decir, evitar vaivenes brutales del mismo como consecuencia de los propios vaivenes de los ingresos, ha permitido que las familias sin restricciones financieras hayan preferido guardar a gastar. Este mecanismo prolonga así el tiempo de salida de una crisis y provoca que un impulso fiscal pierda tracción. A pesar del incremento importante del consumo, una vez la desescalada fue una realidad en junio, parte de la potencialidad del gasto de las familias españolas se guardó para más adelante. Esto, evidentemente, ha podido restar crecimiento a la economía española durante estos últimos trimestres a favor, y esto es de esperar, por un mayor crecimiento en los próximos. Eso sí, si conseguimos dejar atrás la pandemia rápidamente.
Ayudas y prestaciones por desempleo
A la luz de estos hechos, es imposible que quede más patente la necesidad de una clara y decidida política que evitara una mayor contracción del consumo en aquellas familias sin recursos, con mayores restricciones y con un consumo y un ahorro unidos por lazos de hierro a sus ingresos. Las transferencias a través de las ayudas, prestaciones por desempleo y por ERTEs han ayudado a evitar que los daños hayan sido mayores. La puesta en funcionamiento de recursos privados gracias a los avales ha hecho el resto. El exceso de ahorro del sector privado se ha visto compensado, así, por un mayor endeudamiento público (transferencias) o igualmente privado (créditos). Solo les digo una cosa: imaginen su mundo sin ninguna de estas acciones y políticas, hoy nueve meses después del golpe. Pues si lo ven claro, modulen esto mismo para crisis mucho menos intensas con políticas menos intensas. ¿Ven su utilidad? Claro que sí. Algo hemos aprendido: que dentro de las crisis operan mecanismos que las intensifican, como puede ser el exceso de precaución, un exceso de ahorro y por ello falta de consumo. Y que las actuaciones deben ser modeladas en aquellos que transforman más intensamente un impulso fiscal en gasto.
Esta no es, desde luego, la única lección. Hemos aprendido muchas, como los efectos del cierre de los colegios, la desigual distribución de los costes, las consecuencias en la salud del estrés económico, entre otras. Pero en los meses que siguen sabremos más sobre mercado de trabajo, finanzas, o evaluación de políticas públicas excepcionales… Así pues, y de nuevo no habiendo deseado todo lo sucedido, de las crisis se sale o no se sale, pero cuando se sale, tenemos la oportunidad de hacerlo más fuertes y sabios. Aprovechemos lo poco bueno que nos han dado para lo último: aprender.