A las cinco de la tarde, hora taurina y en plena isidrada, Esperanza Aguirre comunicó que se iba. No era 'espantá', sino obligación. Vestida de blanco y sin lágrimas. Sólo un requiebro leve en la voz. Nada sabía Rajoy, que se enteró minutos antes por SMS. El presidente se encuentra en Brasil. Iba a comparecer junto a su anfitrión, el presidente Michel Temer, y Esperanza se le adelantó. El terremoto de la lideresa en Madrid eclipsó el desplazamiento de Rajoy a Brasilia.
Tampoco su equipo conocía sus planes. El grupo municipal del PP había preparado durante toda la mañana el pleno del martes, que se anunciaba áspero. La sombra de la 'Operación Lezo' crece y crece. El juez Velasco sigue desplegando interminables listas de sospechosos, preinvestigados, investigados y en su momento, quizás, procesados. Unos sesenta nombres en la última.
Aguirre no acudió en la mañana del lunes al Ayuntamiento. Canceló su agenda y se encerró con un par de sus fieles para preparar su nota de renuncia. Todo el fin de semana circuló el rumor de su salida por Madrid. Ya el jueves, se hablaba de ello. El viernes, algo más. El sábado y domingo, el chascarrillo, ya tan sobado, aburría. En la tarde del lunes, tras la concretarse el adiós, un concejal de su grupo confesaba que nada sabía hasta que escuchó que su 'jefa' iba a comparecer ante los medios. Primera norma de una estrategia política: apurar el factor sorpresa hasta el límite de lo posible.
Luego se produjo la lectura de la dimisión, un texto breve, con un par de frases que parecían dirigidas a Rajoy: "No investigué más" y "no vigilé lo que debía", dijo Aguirre. Y recordó su muletilla de "in vigilando", aplicable a las versiones que ahora circulan sobre el conocimiento que tuvo Rajoy de la trama "Gürtel" en sus albores. El presidente sabía y nada hizo. Por lo tanto...
Su adiós fue respondido con dos comunicados desabridos y algo crueles tanto desde Génova como desde la dirección del PP madrileño. La dirección nacional, donde apenas le confortan algunos viejos amigos, se limitó a dos párrafos. En el segundo de ellos la describe como "una persona relevante". Y punto. En el del PP regional, comandado por Cristina Cifuentes, de una siberiana frialdad. Tras "respetar y agradecer" su decisión, recuerdan que "nuestra organización comparte razones expuestas por Aguirre para dejar el cargo, especialmente en lo que se refiere a que debía haber vigilado con mayor eficacia los posibles casos de corrupción, lo que ha causado daños a las instituciones y al propio partido". Un sonoro bofetón para acompañar el adiós.
Norma de la casa
Aguirre no suele avisar cuando deja algún cargo. No lo iba a hacer ahora, en su mutis definitivo. En febrero del pasado año, el día de los enamorados, también informó a Rajoy por móvil. Ecos de Bárcenas. Dejó entonces la presidencia regional del partido. La 'Púnica' asfixiaba y Paco Granados ya estaba a la sombra. El presidente le respondió con un frío y escueto "te entiendo". No se habló más.
Hace cinco años, en 2012, Aguirre se despidió de Rajoy en persona. Una hora antes. Entonces tocaba dejar la presidencia de la Comunidad, un paso serio. Dejaba en el cargo a Ignacio González, la causa de buena parte de sus males. Dijo entonces, vestida también de blanco como este lunes, que dejaba la primera línea por motivos de salud y para estar con los suyos, con su familia. Volvió fugazmente a la Administración. Un mes estuvo de funcionaria. Luego apareció en las filas de una importante empresa de contratación de ejecutivos. Catalana, por cierto. Un fichaje de campanillas.
Fue interesante mientras duró. Nunca dejó la política. Aguirre se había reservado la baza secreta de la presidencia del PP regional. De ahí, otra vez a la carretera, a la competición electoral, a pelear por la alcaldía. La penúltima pirueta terminó en una agria victoria. Se impuso en las elecciones municipales pero sin mayoría suficiente para gobernar. En esas llegó Carmena. Y en éstas, Aguirre, súbitamente, ha anunciado su marcha. This is the end, my friend.