Tras cinco años de agotador bombardeo por parte del independentismo catalán, martilleo que ha dejado exhausta a gran parte de la población, no solo en Cataluña sino en el resto de España, no deja de producir un cierto alivio lo ocurrido ayer en el Parlament. Por fin parió la burra, que dicen en mi pueblo. Por fin se pasa de las palabras a los hechos. Por fin los independentistas hacen valer su rodillo y se lanzan a aprobar las leyes ilegales. Leyes redactadas en secreto, que no se pueden debatir ni recurrir y que derogan a las bravas toda la legislación anterior. Esto ha pasado. Ya están fuera del Estado de Derecho, y lo están clara, explícita y conscientemente. Ahora llega la hora del Estado, el momento de aplicar la Ley con toda su contundencia y todas sus consecuencias.
Tremendo el espectáculo que ayer nos ofreció el Parlamento de Cataluña, con la mayoría indepe pisoteando los derechos de la oposición y, por extensión, los de millones de catalanes que siguen negándose a “combregar amb rodes de molí”. Ayer la mayoría independentista se ciscó una vez más en todo tipo de leyes, normas y reglamentos, empezando por el Estatuto de Cataluña, siguiendo por el propio reglamento de la Cámara autonómica y terminando por esa Constitución del 78 que votó una abrumadora mayoría de catalanes. Por ciscarse se ciscaron en el aviso de los letrados de la Cámara, con el Letrado Mayor y el Secretario General del Parlament respetando la ley y dando una lección a la señora Forcadell, el ariete talibán de este “golpe a la democracia” como acertadamente lo definió Albert Rivera, este golpe de Estado largamente anunciado que coloca a España ante una de esas piedras miliares que jalonan siglos de atribulada historia.
Hablar en términos pacificadores sería engañar, jugar al “aquí no pasa nada” al que ha estado apostando el Gobierno Rajoy durante los últimos seis años. Aquí están pasando muchas cosas. Y todas muy graves
Lo de ayer en el parlament de Cataluña fue de vergüenza ajena, sí, pero fue mucho más que eso. Porque los golpes de Estado no son batallas florales, ni concursos de castells, ni campeonatos de bertsolaris. Por golpe de Estado entendemos el intento, por parte de militares rebeldes y/o civiles sediciosos, de toma del poder político de forma violenta, vulnerando la legitimidad institucional establecida en un Estado. Un punch protagonizado por una minoría conculcando derechos y libertades de la mayoría. Lo de ayer en el parlament nos coloca, por eso, a las puertas de un conflicto que inevitablemente será violento y muy probablemente comportará el derramamiento de sangre. Ninguna revolución se ha saldado con claveles en el cañón de los fusiles, salvo aquella peculiar portuguesa propiciada por el desplome de un régimen que se caía a pedazos como fue el de Salazar. Hablar en términos pacificadores sería engañar, jugar al “aquí no pasa nada” al que ha estado apostando el Gobierno Rajoy durante los últimos seis años, los cuatro primeros con mayoría absoluta. Aquí están pasando muchas cosas. Y todas muy graves.
Caminamos aceleradamente hacia un nuevo 6 de octubre de 1934. Lo ocurrido aquel día trágico es de sobra conocido. Al caer la tarde, el presidente Companys, escoltado por sus consellers, salió al balcón del palacio de la Generalitat para pronunciar el discurso de proclamación del Estat Català. Lo que hizo a continuación fue llamar al general Domingo Batet, máxima autoridad militar en Cataluña, para ordenarle que se pusiera a sus órdenes. Tras escuchar la alocución de Companys, el director del diario La Vanguardia, Agustí Calvet, el famoso Gaziel, se mostró consternado. Vale la pena reproducir su comentario: “Es algo formidable. Mientras escucho me parece que estuviera soñando. Eso es, ni más ni menos, una declaración de guerra. ¡Y una declaración de guerra —que equivale a jugárselo todo, audazmente, temerariamente— en el preciso instante en que Cataluña, tras siglos de sumisión, había logrado sin riesgo alguno, gracias a la República y a la Autonomía, una posición incomparable dentro de España, hasta erigirse en su verdadero árbitro, hasta el punto de poder jugar con sus Gobiernos como le daba la gana! En estas circunstancias, la Generalidad declara la guerra, esto es, fuerza a la violencia al Gobierno de Madrid, cuando jamás el Gobierno de Madrid se habría atrevido a hacer lo mismo con ella”.
Está en juego España, no solo Cataluña
A Batet le bastaron menos de 24 horas para reducir a los sediciosos. He aquí parte de lo que dijo en su discurso radiado a la mañana siguiente: “Catalanes y españoles, breve ha sido la jornada de esta noche. (…) Después de mucho rato de tiroteo entre las fuerzas de la República y los elementos adictos a la Generalidad, que pudo emplear otros procedimientos en defensa de ideales que no deben apoyarse en la fuerza, el Gobierno de la Generalidad telefoneó al Estado Mayor de la División, diciendo que comprendía era inútil continuar la resistencia y ofreciendo rendirse. Como los rebeldes me habían aislado se empleó algún tiempo en dar a la fuerza de mi mando las órdenes oportunas, y por eso la lucha ha continuado más tiempo del necesario. Es lastimoso lo ocurrido. Yo lo siento como catalán, primero, y como español, después. En un régimen de democracia, que tiene abiertos todos los caminos para todas las aspiraciones que se encuadran en el Derecho, ¿qué necesidad tenían de acudir a la violencia, de traer tan graves trastornos a la región que ellos dicen amar, y que yo amo más que ellos?”
“Mis labios, que no se han manchado nunca con la mentira, os dirán ahora la verdad”, prosiguió Batet. “Ahora somos dueños absolutos de la situación”. Cinco años de inmisericorde bombardeo de mentiras ante la inacción del Gobierno han terminado por llenar de dinamita un barril que cualquier cerilla intencionada puede hacer estallar por los aires causando innumerables destrozos. Con que una mínima parte de tropa cupera antisistema que desde hace muchos años se ha hecho fuerte en Barcelona se lo proponga, esto no saldrá bien. En la fracasada rebelión de octubre de 1934 murieron 46 personas y más de 3.000 fueron encarceladas. Nada me gustaría más que por una vez se hiciese realidad la conocida frase de Marx según la cual “La historia se repite dos veces: la primera vez como tragedia y la segunda como farsa”. No lo creo. Insisto, el golpe de Estado que ayer puso en marcha el Govern no saldrá gratis. Las heridas serán múltiples y duraderas. Al pusilánime Gobierno Rajoy no le queda más remedio que reaccionar, con toda la fuerza legítima que el Estado pone a su disposición, en defensa de la legalidad constitucional. No es Cataluña: es España lo que está en juego. Es la paz, primero, y las libertades, después, lo que ahora se dilucida, con su correlato de riqueza, ese aditamento de prosperidad que ha hecho de este país, a pesar de los pesares, el mejor lugar del mundo en el que vivir y soñar. Esto es lo que está en juego.