Ahora que mucha gente en Cataluña parece haber despertado del sueño de los justos, las urgencias han hecho acto de presencia. ¿Se está a tiempo de reconducir el proceso secesionista y volver al catalanismo negociador y sensato? Algunos creen que sí y hacen sonar las campanas en un intento de atraer a su parroquia a los extraviados.
Cuando triunfa el error
Entre las muchísimas cosas que hemos olvidado están los diferentes toques de campana, aquel primitivo twitter que indicaba a los vecinos los diferentes sucesos que afectaban a sus vidas. Más allá de los estrictamente litúrgicos, existían algunos singulares como el de somatén que convocaba a los miembros de aquella milicia civil ante un suceso grave; los preceptivos de ánimas eran la señal para que los más jóvenes se recogieran en las casas familiares y, ni qué decir tiene, el alegre volteo de aquellos gigantes de bronce anunciaba siempre algún festejo, alguna alegría. Era un mundo rural, reglado, ordenado y en el que todo era perfectamente sólido y conocido, como diría el gran Josep Pla.
Existía otro toque que sería de una gran utilidad en el momento presente, el de los descarriados. Se usaba cuando la niebla, la noche cerrada o cualquier inclemencia impedía orientarse a los payeses o pastores, sirviéndoles como el faro a los marineros. Ese toque de descarriados pudiera ser, acaso, el que algunos empresarios están pidiendo a gritos viendo cómo las cosas se desarrollan en tierras catalanas. El listado de lo sucedido en las últimas veinticuatro horas es espeluznante: turbas que asedian ante la Conselleria de Economía a efectivos de la Guardia Civil, vehículos de la misma destrozados, policías nacionales a los que las CUP impiden el acceso a sus locales para efectuar un registro, furgonetas de los Mossos empapeladas de propaganda para el referéndum, medios de comunicación públicos incitando a la desobediencia, ciudadanos que se manifiestan en favor de la Constitución amenazados con frases como “Te voy a pegar dos tiros que te dejaré frito”, locales de partidos constitucionalistas asaltados, en fin, lo que nunca se había visto en éstas tierras.
Hace tiempo que son muchos los que, desde la iniciativa privada, ven con claridad el escenario de esa república catalana gobernada por la peor generación de políticos que ha dado Cataluña en siglos
En medio de esta batahola, se ha escuchado la sensatez de don Josep Bou, presidente de la Asociación de Empresarios de Cataluña, que ha manifestado en una reunión celebrada el jueves por la mañana ante un auditorio de hombres y mujeres de empresa el riesgo que supondría una eventual independencia de Cataluña y la necesidad de volver a cauces más razonables y legales. No es la primera vez que don Josep lanza ese SOS. Hace tiempo que son muchos los que, desde la iniciativa privada, ven con claridad el escenario de esa república catalana gobernada por la peor generación de políticos que ha dado Cataluña en siglos.
Ahora bien, para introducir cambios en un sistema democrático son imprescindibles los partidos. ¿Y cuales pueden ser los que se atrevan a ponerle el cascabel al gato independentista?
La generación de los becarios
Los dirigentes más sensatos del ámbito nacionalista que, de haberlos, haylos, aunque callen como muertos, han empezado a mantener discretísimos contactos con sectores del mundo empresarial. Todos coinciden en evaluar el momento presente como muy grave y en culpar a, y citamos textualmente a un conseller nacional del PDECAT que nos ruega mantener el anonimato, “la generación de jovencitos becarios que solo tienen pajaritos en la cabeza”. Aún estando de acuerdo con el análisis hay que decir que ellos poco o nada han hecho para impedirles el paso a las moquetas oficiales, las que una vez pisadas pueden cambiar la percepción de la realidad de quien las holla.
Ahí tienen, pues, a la gente sensata buscando, cual Diógenes modernos, un partido con el candil en la mano. Pero, al modesto entender del cronista, mal empiezan las cosas cuando los seniors del PDECAT empiezan marginando a otros que, más valientes que ellos, han decido dar un paso al frente. Ahí está, por vía de ejemplo, el colectivo Lliures (Libres) que cuenta entre sus filas a políticos como Antoni Fernández Teixidó, un gato viejo en los asuntos públicos y ex CDC, o a un joven, pero prometedor, Roger Muntañola, procedente de la extinta Unió Democràtica.
La gente del sector de los negocios desea saber lo que compra y con un puñado de nombres convergentes no tiene suficiente, por más que sean personas de peso. Y más cuando pretenden guisárselo y comérselo ellos solitos. Un destacado capitán de empresa me confesaba que lo ideal sería una join venture con elementos disidentes de Junts pel Sí, Ciudadanos, PSC y PP catalán. Es la tesis que defiende Inés Arrimadas de cara a una posible moción de censura contra Puigdemont y tiene muchas razones de peso detrás. Pero plantea un problema irresoluble: el Primer Secretario del PSC, Miquel Iceta, no puede ver ni en pintura a la formación naranja y ya no digamos al PP. Ese estigma viene de muy lejos, del conocido como Pacto del Tinell que dejaba a los populares prácticamente aislados en el contexto de la política catalana. ¿Cómo superar ese escollo?
Cuando Pasqual Maragall habló de un nuevo Estatut, que nadie pedía, y Zapatero dijo aquello de que aprobaría lo que saliese del Parlament de Catalunya se gestó el inicio de un sueño imposible que ha derivado en auténtica pesadilla
Desde el PP catalán, Xavier García Albiol, al que los socialistas no le perdonarán jamás que sea el político más votado en su Badalona natal, habla del legado del MHP Josep Tarradellas y tiene la cintura precisa para asumir pactos de tal calado, pero volvemos a encontrarnos ante el Gibraltar socialista, que se empecina en sonreír a los comunes de Ada Colau, menospreciando a los partidos constitucionales. No es menor la responsabilidad de PSC y PSOE en lo que está pasando. Cuando Pasqual Maragall habló de un nuevo Estatut, que nadie pedía, y Zapatero dijo aquello de que aprobaría lo que saliese del Parlament de Catalunya se gestó el inicio de un sueño imposible que ha derivado en auténtica pesadilla.
Las empresas catalanas están asustadas y es lógico que lo estén. El sector hotelero huye despavorido de una Barcelona gobernada por una alcaldesa que prefiere penalizar a los inversores y premiar a los okupas; el número de empresas que se han marchado de Cataluña o, directamente, han preferido instalarse en otros puntos de España va en aumento. La gente exige soluciones, soluciones políticas, pero pedirle tales cosas a dirigentes que creen que administrar la cosa pública es publicar twits va a ser algo muy difícil de lograr.
Sea como fuere, en algunos reservados de conocidos restaurants barceloneses se empieza a cocer un guiso, como mínimo, interesante. No estoy en condiciones de revelar nada más, porque la natural discreción – a veces creo que es miedo – impide a los actores dar mayores precisiones. Acaso exista un mirlo blanco en algún lugar esperando a ser convocado. Vayan ustedes a saber.
De momento, la campana de los descarriados empieza a sonar, aunque sea tímidamente, y eso ya es mucho en una región en la que las uniformidades y el ostracismo a la disidencia han sido y son el pan nuestro de cada día.
Ahora habrá que ver cuántos descarriados atienden a ese toque que ojalá no acabe por convertirse en un toque de difuntos.