Casado anda ahora entre dos mujeres. Con Soraya Sáenz de Santamaría, por lo de la ‘integración’, concepto casi mítico de la nueva era del PP. Y con Dolores Cospedal, por ver a quién nombra secretario/a general. La cúpula del partido, en cualquier caso, será mujer. Como la ‘Cúpula Venus’, aquel antro de la Barcelona de los ochenta donde Christa Leem y Angel Pavlovsky jugaban a ser Marlene. “Voglio una donna!”, gritaba el loqueras de ‘Amarcord’ encaramado en la copa de un pino.
Casado quiere una mujer. O dos. Una como número dos de Génova, o sea, como hasta ahora. Y otra, quizás, al frente del grupo parlamentario, para tenérselas tiesas con Sánchez y Ábalos en las mañanitas de los plenos. Toda la campaña reprochándole a Soraya su empeño en hacerse valer por ser mujer y ahora anda él envuelto en ‘cherchez la femme’.
Santamaría es mujer y mediática. Y hasta popular. Toda la izquierda la respaldaba en las encuestas. Era la donna preferida para los que no votan nunca al PP. Una ‘gallardona’. Este miércoles subirá a la planta noble de Génova y ya no se topará con Rajoy. Un joven de 37 años, espabilado y frenético, estará en su despacho, vacío ya de botellas de whisky, ese ‘brebaje que sabe a enfermedad’, como decía Borges. En sus tiempos de líder de la oposición, le gustaba a Mariano consumir las largas tardes de los viernes en amable conversación con todo tipo de invitados trasegando unas copinas de escocés. Eran sobremesas largas, como en la tarde de la moción de censura. E intensas.
La idea es un tándem chico-chica en el vértice de mando, algo que no funciona mal ni en la vida ni en la empresa, ni por supuesto en la política
El entonces líder del PP, con su ironía punzante y su socarronería vitriólica, le hacía un traje a quien se le pusiera por delante. Banqueros, militares, obispos y, por supuesto, compañeros de partido. Le achacaban a Rajoy una tendencia al descreimiento y la laxitud ideológica. Más bien era un anarquista de Pontevedra, un ácrata de derechas, como Luis G. Berlanga, salvando las distancias.
Un tándem chico-chica
Casado se rodeó de jóvenes leones para dar el salto al sillón presidencial. Salvo excepciones, como Andrea Levy, la musa catalana, o Isabel Díaz Ayuso, reina de las redes. Mujeres había en el equipo de apoyo moral, como Esperanza Oña, que le ha doblado el brazo a su eterno enemigo, Javier Arenas. O, por supuesto, Dolores Cospedal, que ha hecho lo propio con su odiada Santamaría. Poco más. Ahora llega el turno de montar su estructura de poder. En la Secretaría General, se da por hecho, quiere una mujer. Un tándem chico-chica en el vértice de mando que no funciona mal ni en la vida ni en la empresa. Ni, por supuesto, en la política.
En su discurso ante los 3.000 compromisarios, antes de ser defenestrada, Soraya incurrió en una encendida loa a las mujeres del PP. Mentó a Rita Barberá y hasta a Loyola de Palacio, entre el bochorno y el enojo de muchos de los presentes. Se olvidó de nombrar a Cospedal, a quien tenía a su vera, ya con la navaja en la liga para darle pasaporte.
Este pulso por la jefatura del PP no ha sido otra cosa que la consumación del combate encarnizado entre dos mujeres, ambas declaradas marianistas
Algunos politólogos y analistas se empeñan en resumir las primarias del PP como un enfrentamiento Aznar-Rajoy en diferido. Algo de eso hay, pero poco. Este pulso por la jefatura del PP no ha sido otra cosa que la consumación de un choque eternamente aplazado. El combate encarnizado entre dos mujeres, ambas declaradas marianistas, ambas muy refractarias al aznarismo.
Casado, hombre de intuiciones, busca afanosamente a una mujer que sustituya a Cospedal. De momento, en su Ejecutiva hay 15 de 35. En la cúpula habrá más. Pronto saldremos de dudas. Al cabo, “una mujer es todo lo que llegaremos a conocer del paraíso terrenal”, como decía Woody Allen.