Le ofrecieron varias veces ser ministro, pero Jordi Pujol se lo impidió. Intentó ser el árbitro entre el pujolismo y Madrid, y acabó teniendo que dimitir. Vio como su partido se deshizo sin tener ningún heredero. Es Josep Antoni Duran Lleida, el catalán que pudo serlo todo, acabando por abandonar la política.
Él ya lo dijo
No será porque este viejo zorro de la política no lo hubiera advertido por activa y por pasiva. A los suyos y a los demás. Esto acabará mal, decía en los albores de la efervescencia independentista. Acudió a la manifestación por el Pacto Fiscal, aquella en la que Convergencia empezó a virar hacia el separatismo más radical, creyendo así obtener unos réditos políticos enormes. Cuando Duran se percató de qué iba aquello – le tiraron monedas, le llamaron traidor, pesebrero, corrupto, en fin, de todo menos bonito – se prometió no acudir nunca más a un aquelarre de aquellos. Ese fue el instante en el que el político de Unió empezó a alejarse de lo que había sido el eje de su vida hasta aquel momento: la coalición Convergencia i Unió.
Sin él, los puentes tradicionales que existían entre gobierno de la Generalitat y gobierno de España empezaron a ser dinamitados uno por uno, inmisericordemente, por los dinamiteros convergentes. Duran Lleida, seguramente el político más vilipendiado en Cataluña, mantuvo durante los años en los que dirigió Unió Democràtica de Catalunya una función importantísima de moderador, ejerciendo en numerosas ocasiones como freno a las ansias del pujolismo. De hecho, pocos podían tratarse de tú a tú con el patriarca del nacionalismo, y Duran era uno de ellos. Nada dado a los excesos demagógicos, encarnando las virtudes del centrismo catalanista más tradicional, Duran estuvo durante décadas batallando en esa trinchera política complicada que se llama Madrid. Experto como pocos en saber pactar, se sintió visiblemente incómodo cuando la antigua Convergencia decidió ponerse a la cabeza del independentismo rampante que surgía con fuerza de las consultas de Arenys y la creación de Reagrupament.
"No es que Pujol no quisiera que yo fuese ministro, es uqe no quería implicarse en el Gobierno de España"
Sostiene que aquello no fue más que el deseo por parte de Artur Mas de enmascarar los terribles recortes que hizo en materia social, disimulándolo así con la épica de la estelada y la retórica del nacionalismo llevado a extremos muy lejos del cacareado seny catalán que se le atribuía a la extinta convergencia y Unió. De ahí que se le suba la mosca a la oreja cuando se le pregunta si fue Pujol quien le prohibió expresamente aceptar el cargo de ministro que José María Aznar le ofreció al llegar a La Moncloa. “No es que Pujol no quisiera que yo fuese ministro, es que no quería implicarse en el gobierno de España. Lo que ha venido más tarde me permite entender algunas cosas que yo entonces no podía entender de ninguna manera”, dijo el político de Alcampell en una entrevista concedida a Los Desayunos de TVE anteayer, entrevista que, vaya por Dios, apenas ha sido comentada en los medios catalanes. Sigue siendo un proscrito.
Duran hacía las veces de embajador oficioso en las Cortes de una Generalitat convertida por obra y gracia del pujolismo en, como lo definió proféticamente Tarradellas, una dictadura blanda disfrazada de democracia. Mientras él se ocupaba de lo que los convergentes llamaban despectivamente “las cosas de España”, en Cataluña se ponía en marcha un gigantesco experimento de ingeniería social que ha acabado produciendo los funestos resultados por todos conocidos.
Poco dado a los extremismos, se nota que a Duran le repugna considerablemente lo que está sucediendo. Defensor de la idea del pacto y la negociación, de que no es preciso reformar la Constitución por el tema catalán, convencido europeísta – tiene clarísimo que el proyecto europeo no va a consentir que se cree un nuevo estado de ninguna manera -, asiste a diario al dramático espectáculo de ver como la brecha que separa a los catalanes se hace más y más grande. Preconiza una reconciliación en Cataluña entre las gentes de uno y otro signo, una reconciliación de Cataluña con España, una reconciliación con las empresas que se fueron, pero añade, tristemente, que no lo ve a medio plazo. Puigdemont es quien controla la política en Cataluña y, hasta que no haya un nuevo President, seguirá manteniendo la estrategia de azuzar a sus seguidores en contra de todo lo que no sea su persona. El famoso “pollastre de collons” que dijo en frase tabernaria y vinatera.
Este catalán que pudo reinar y no lo hizo por culpa del nacionalismo pujolista ha dejado su trono vacante, sin heredero visible en la política catalana y, mucho nos tememos también, en el conjunto de la española.
Respetar la constitución
A Duran le sucede lo mismo que al que fue su más acérrimo adversario, aparte de Pujol. Nos referimos a Miquel Roca, postergado por las mismas iras furibundas de Marta Ferrusola, así como por el complejo de rey shakesperiano de Pujol, que veía conspiraciones hasta debajo de las alfombras. Ambos, Roca y Duran, representan lo mejor y lo peor del catalanismo posibilista, que lo único que pretendía era influir en Madrid más. El primero, uno de los padres de la carta magna, liberal con ribetes social demócratas, ha acabado como abogado de la Infanta Cristina; el segundo, muñidor de mil y un acuerdos entre Generalitat y Moncloa, gobernase PSOE o PP, está también dedicado a la abogacía y a fomentar debates. Son dos muñecos rotos de lo que se denominaba el oasis catalán, que poco o nada tenía de idílico lugar de paz tal y como se ha visto.
Al dejar Unió, el partido demócrata cristiano se hundió. En parte, por la deuda, en parte porque acabó por perder, como decimos en catalán, bous i esquelles, algo así como perder hasta la camisa, y después porque dejar al mando de aquella nave que era, básicamente, Duran, en manos de Espadaler la condenó a un naufragio más que previsible. Espadaler, por cierto, ha acabado en las filas del PSC. Para que vean.
No parece que exista demasiado espacio para una nueva Unió con cierto recorrido
Que urge recuperar el espacio de centro liberal en Cataluña es evidente, que el catalanismo lo ha arrojado a la basura, decantándose por los extremismos cupaires, también. Ahora, el cálculo le falla a Duran al no percatarse que ese papel de regeneración lo está llevando a cabo Ciudadanos. Los votantes, más allá de si están inclinados a la social democracia o al liberalismo – la cosa moderna que ahora se llama social liberalismo – ven en la formación naranja un eficaz medio para combatir a los extremismos, tanto populistas como separatistas. No parece que exista demasiado espacio para que una nueva Unió pudiera tener un cierto recorrido, porque la via catalanista moderada está, de momento, relegada del fragor de la lucha política en Cataluña. En medio de una guerra de trincheras, se hace difícil pasear por la tierra de nadie.
Que Duran tenga claro que no piensa volver a la política acaso sea una mala noticia para ese electorado moderado, que se siente catalanista pero que, a la vez, no tiene la menor intención de romper con España, porque también se siente español. Igual que catalanes, si a eso vamos, porque lo uno va con lo otro. Xavier García Albiol intentó recuperar esa idea tarradellista, pero no pudo llevarla hasta sus últimas consecuencias. Su problema es que le pesa demasiado el partido. Si fuera por libre, me gustaría ver hasta dónde podría llegar, porque intuyo que sería muy lejos.
Iceta ni quiere, ni puede ni sabe. De los comunes para qué voy a decir nada. A estos lo que les va es el modelo de Comorera, el del PSUC. Así las cosas, y esfuerzos loables como los de Antoni Fernández Teixidó y Roger Muntañola aparte, ¿qué le queda a la gente que no ve mal lo que dice Duran?
Está claro: un partido centrista, con vigor, reformador, constitucionalista y serio. En ese sentido, la advertencia que hacía el ex político de Unió se hace mucho más urgente. Duran teme que estemos perdiendo demasiado el tiempo, cuando lo que deberíamos hacer es justamente lo contrario, ganarlo.
El reloj de la historia no entiende de pausas ni de interludios, y en Cataluña llevamos demasiado tiempo jugando a los despropósitos.