Opinión

Cataluña: ¿hay alguien ahí dispuesto a jugarse el tipo?

Ni los más viejos del lugar recuerdan a un Mariano Rajoy tan crispado como el que compareció ante los periodistas en la mañana del lunes, tras la reunión del Comité

  • Mariano Rajoy lo deja claro ante los empresarios catalanes: "No habrá referéndum mientras yo sea presidente del Gobierno"

Ni los más viejos del lugar recuerdan a un Mariano Rajoy tan crispado como el que compareció ante los periodistas en la mañana del lunes, tras la reunión del Comité Ejecutivo del PP en Génova. Pocas cosas le gustan menos que una rueda de prensa, pero ese día pidió expresamente someterse a la tortura. El gallego lucía aspecto de haber dormido mal, como si los niños –ya creciditos- le hubieran dado la noche. Para empeorar la situación, el buen hombre se había vestido de aquella manera, con un traje gris que en la tele producía desagradables reflejos, camisa tirando a azul, e indefinible corbata roja con rayas blancas que seguramente Viri acababa de rescatar del baúl de los recuerdos de Mariano. Ni con cola. Todo contribuyó a acentuar la sensación de enfado mayúsculo que embargaba al presidente. Sus razones tenía. El País había publicado aquella mañana el borrador de la Ley de Transitoriedad Jurídica, la llamada “ley de ruptura” que en secreto prepara la Generalitat para activar la secesión de Cataluña del resto de España si el Gobierno impide la celebración del tan cacareado referéndum: “Un disparate desde todos los puntos de vista”. “Un delirio jurídico”.

Otra noticia, sin embargo, había contribuido a consolidar el mal humor del amo y señor del PP. Apenas 12 horas antes, media noche del domingo 21, Pedro Sánchez, el “renacido”, se había apuntado una arrolladora victoria sobre Susana Díaz, la omaita andaluza que tardó mucho, demasiado, en acercarse a Santa Justa para coger el AVE destino Madrid y que se ha visto obligada a realizar el viaje de vuelta mucho antes de lo esperado y con el rabo entre las piernas. Rajoy se había acostado tarde y preocupado, después de horas de cuitas telefónicas con su gente de máxima confianza. La vuelta de Sánchez a la secretaría general del PSOE y la revelación de los planes de la Generalitat eran dos noticias de enorme alcance, dos meteoritos capaces de poner patas arriba una legislatura que parecía poder discurrir por cauces de relativa normalidad, dentro de las dificultades propias de esos exiguos 137 diputados. El gozo de Mariano en un pozo. Urgía un golpe de timón capaz de imprimir un nuevo rumbo a la nave de un Gobierno amenazado de pronto por todas las tormentas.    

Hasta la resurrección de Sánchez, en el PP había ido ganando terreno la idea de hacer frente al envite de ese nuevo referéndum con las “armas” habituales, con más de lo mismo, es decir, con no hacer nada y dejar pudrir la situación: permitirles sacar las urnas de cartón a la calle como en el 9-N, arrostrando el riesgo de sacar peores resultados que el 9-N, para al final tener los mismos efectos prácticos que el 9-N, es decir, ninguno, mientras nosotros seguimos golpeando con el martillo pilón de la inhabilitación contra todos los que participen en la farsa, hasta que no quede uno “vivo” y lo que quede termine por aburrirse. Es la tesis que defiende la “embajadora” Soraya Sáenz de Santamaría. Pero la reaparición de Sánchez introduce algunas variables nuevas, en tanto en cuanto va a hacer más difícil lograr el consenso necesario para hincarle el diente al desafío “indepe”, por un lado, mientras, por otro, plantea el riesgo de la moción de censura contra el Gobierno del PP, algo que el bello Sánchez podría vender como obligado para justificar el leit motiv de su campaña contra Susana.

Se trata de que a Sánchez le resulte imposible lograr el apoyo de ERC y CDC para esa hipotética moción de censura. Es el riesgo de perder la silla lo que, como siempre, pone en funcionamiento al gran Mariano.

Una posibilidad remota, porque requeriría que Rajoy perdiera por el camino alguno de los aliados que le van a permitir aprobar los PGE 2017, y exigiría que el resto de la oposición, con Podemos a la cabeza y el concurso de los 9 diputados de ERC y los 8 de Convergencia en el Congreso, se pusiera de acuerdo en torno a la figura de Sánchez como candidato a la presidencia. Difícil, pero no imposible. Y es ahí donde Mariano declama aquello de marchemos todos francamente, y yo el primero, por la senda de un cambio de estrategia consistente en endurecer el discurso contra el independentismo. Hay que cargar las tintas contra esa “ley de ruptura” que supone “la liquidación del Estado de Derecho y es un intento gravísimo de liquidar en pleno siglo XXI un Estado nacional en 24 horas”. Se trata de que a Sánchez le resulte imposible lograr el apoyo de ERC y CDC para esa hipotética moción de censura. Es el riesgo de perder la silla lo que, como siempre, pone en funcionamiento al gran Mariano.

La elevación consciente del voltaje en el tema catalán busca, además, poner distancia con los casos de corrupción que ahora mismo inundan los juzgados, ganar algo de aire, al tiempo que permite agrupar a tus votantes en torno a la bandera de la unidad de España, un reclamo muy poderoso –¿el nacionalismo español ha muerto o está simplemente hibernando?-, convertido en la verdadera última bala, más allá de la disolución de las Cortes, que guarda el de Pontevedra en su recámara para seguir en el poder. La nueva estrategia acaba de forma abrupta con la pretendida vía del diálogo de Soraya, un intento que no ha pasado de la mera pose, el gesto infantil en esas apariciones por el Paseo de Gracia en compañía de María Pico, para hacerse la foto con el camarada Junqueras. Está por escribir el verdadero interés de Mariano por explorar esa vía, ahora ya arrumbada. La vicepresidenta sigue escondida. Aunque disminuidas, mantiene vivas sus aspiraciones (¿y si una buena mañana los chicos de la UCO se acercaran a Moncloa dispuestos a arrestar a Mariano?) de ocupar la presidencia. Soraya no está ni se le espera. Uno de los casos de escaqueo político más escandalosos que se hayan registrado nunca  

Iglesias se divierte a costa de Sánchez  

El cambio de estrategia de Rajoy siembra de minas el campo del nuevo secretario general del PSOE. Un puro dislate el que pretende este aventurero empeñado en ser presidente a cualquier precio: nada menos que competir con Podemos por el espacio político de Podemos, el de la izquierda neocomunista, estando además necesitado del apoyo de Podemos para ver cumplido su sueño. Una pura quimera. Como ya hiciera en 2016, Pablo Iglesias ha comenzado a divertirse a costa del pollo pera, dispuesto a pasárselo de pitón a pitón antes de asestarle la cornada definitiva: el viernes afirmó que ve legítima la consulta unilateral que pretende Puigdemont y su cuadrilla, rematando la faena con una media verónica (“cualquier acuerdo con Podemos para desalojar al PP del poder pasa por pactar con los nacionalistas la celebración del referéndum”) que deja a Pedro a los pies de los caballos. Si realmente la sospecha no exigiera reconocer un grado de talento del que no hay noticia en la Cuesta de las Perdices, uno se sentiría tentado a reafirmarse en la idea de que Pablo es uno de los mejores agentes de nuestro CNI.

Han bastado unos días para que la espuma del champán descorchado en Ferraz la noche del domingo comenzara a esfumarse. Como se ha puesto de manifiesto este fin de semana en los prolegómenos del congreso del PSOE sevillano, a los sanchistas les ha costado Dios y ayuda entrar en las listas de los delegados del PSOE andaluz que acudirán al 39 congreso federal del próximo junio. La guerra civil continúa. Aclarémonos, el de Sánchez no tiene nada que ver con el PSOE que conocimos en el pasado. Hablamos del 'Pedro Sánchez Obrero Español' (PSOE), un partido o partida de nuevo cuño formado por el 50% de la militancia [y no precisamente los más jóvenes, que esos hace tiempo están en Podemos] del viejo PSOE, es decir, por medio PSOE. Un partido de corte cesarista, en el que el líder dialoga directamente con las bases sin instancias intermedias que lo impidan. ¿Es definitiva su victoria?  La tentación de iniciar la reconquista del PSOE desde la Covadonga sevillana es demasiado fuerte para una vieja guardia tan cargada, sin embargo, de años como de buena vida. La pura realidad es que el PSOE, como la mayoría de los partidos socialdemócratas europeos, se ha quedado sin sitio.

Es el fatal destino de la vieja derecha europea: mantener con vida ese achacoso Leviatán que es el Estado del Bienestar a base de acumular deuda y más deuda, hasta que sea demasiado tarde para casi todo.

Tras el entierro vergonzante del liberalismo, el centro derecha se ha hecho cargo de la gestión del consenso socialdemócrata en toda Europa, de modo que a la izquierda, a los Corbyn, los Sánchez, los Mélenchon de este mundo, no les queda más remedio que refugiarse en un chamizo cutre con vistas a la plaza de la Revolución. Duro para Begoña, la elegante rubia señora de Sánchez que, puño en alto, cantaba extasiada el "¡Arriba, parias de la tierra! ¡En pie, famélica legión!" la noche del triunfo junto a su tronco. Pura impostura. Devota del intervencionismo a lo Harold Macmillan, Theresa May abjura del thatcherismo y se declara dispuesta a “rechazar tanto el patrón ideológico de la izquierda socialista como el de la derecha liberal, para en su lugar abrazar el punto de vista de esa mayoría (mainstream) que reconoce todo lo bueno que el Estado puede hacer”. Cuando ese maestro de liberales que fue Friedrich von Hayek (uno de los padres intelectuales de Thatcher) dedicó su célebre Camino de Servidumbre a “los socialistas de todos los partidos”, estaba pensando en gente como la señora May, como Rajoy, como Montoro, como Merkel, como Macron, como Renzi, como… Es el fatal destino de la vieja derecha europea: mantener con vida ese achacoso Leviatán que es el Estado del Bienestar a base de acumular deuda y más deuda, hasta que llegue el momento en que ya sea demasiado tarde para casi todo.

Un intento de “putsch” mafioso

La vuelta de Sánchez a la secretaría general del PSOE, con todo, dificulta en grado sumo la gestión de esa nave a la deriva que es hoy España, recortando considerablemente el margen de maniobra que le queda al corrupto PP del pusilánime Mariano para hincarle el diente al problema del independentismo, convertido ya en un grave riesgo para las libertades de los ciudadanos catalanes y, por extensión, de todos los españoles. Con la publicación de esa ley de ruptura se ha confirmado la vieja sospecha: el golpe de Estado independentista era apenas un intento de putsch mafioso ideado por la clase política convergente para blindarse ante la Justicia. Se trata de declarar la independencia para, de inmediato, nombrar a dedo un poder judicial propio dispuesto a tapar nuestras fechorías. El mismo Pujol salió el viernes de su tumba llamando a la movilización para hacer frente a “la propuesta lenta de disolución” de Cataluña. Hay que seguir adelante con “el proyecto”. Mi familia se lo juega todo en ese envite, vino a decir el gran defraudador y referente moral del prusés.

Entramos en la fase decisiva, en los play offs de la farsa. Farsa o capote es lo que el PP le ha echado a Convergencia por lo del Palau, a cambio de los votos para aprobar el Decreto de la estiba. La gente está harta. El crecimiento económico borra viajeros a Ítaca a razón de 50.000 al trimestre. Cierto que no conozco ninguna ruptura de un Estado que a lo largo de la Historia se haya fraguado sin violencia. Con sangre. Pero, ¿hay alguien ahí dispuesto a arriesgar su nivel de vida? Peor aún: ¿alguien dispuesto a jugarse el tipo cual nuevo Casanova? Todo será más sencillo, a mi modesto entender: Habrá intervención vía artículo 155 y cuatro algaradas para compensar. Ni rastro de Guardia Civil. Eso sí, todos salvando la compostura y lo más importante, el momio, el control de la fiesta, las decenas de miles de empleos públicos que dependen de la Generalitat y cuya nómina paga el Estado. Inmunidad para los chorizos locales. Un salvoconducto para seguir con los suquets de pescado, los civets de jabalí, las bodas (la de Paco Reynés y Cristina Valls Taberner, la última, todos juntos en magnífica exhibición rangos y apellidos) y festejos, como si nunca jamás hubiera pasado nada. Inmunidad y dinero. Y mano dura con la CUP.

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