En su último libro Doom - The Politics of Catastrophe (Condenados -Las políticas de la catástrofe), el historiador británico Niall Ferguson explora varias plagas y desastres en la Historia de la humanidad. En realidad, Ferguson está más interesado en lo que sucedía a continuación. Por ejemplo, después de la mal llamada ‘gripe española’ de 1918 vino la ‘loca’ década de los 1920. Ahora, mientras la pandemia remite poco a poco gracias a las vacunas, es de esperar un boom económico parecido. Eso sí, solamente en aquellos lugares que estén preparados para ello, afirmó el experto en CNN.
Los ya famosos fondos europeos de reconstrucción están destinados a ayudar a los países miembros a recuperarse, y especialmente a los más afectados por la pandemia. Como es sabido, España recibirá una lluvia de miles de millones. Ferguson lo llama «la oportunidad en cincuenta años». Siguiendo los mantras europeos de la subsidiariedad y la co-gobernanza, ésta debería ser ahora la máxima prioridad para comunidades autónomas como Cataluña.
Sin embargo, cuando la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, asistió en otoño a la Conferencia de Presidentes autonómicos, el entonces vicepresidente Pere Aragonés prefirió utilizar su ‘minuto de oro’ para reclamar un referéndum de independencia. Representantes del mundo económico lamentaron la oportunidad perdida. La Generalitat mantiene una Consejería de Exteriores, pero no quiso recibir al Comisario de la UE para el mercado interno, Thierry Breton, cuando visitó una nueva fábrica de vacunas en Marzo. Un vídeo publicado con motivo del 30º aniversario de la representación de la UE en Barcelona muestra otros tiempos, en los que la política catalana no había perdido sus modales.
En busca de a confrontación
El pacto para formar gobierno se ha dedicado mayormente al «objetivo común de la independencia como república catalana», dentro de un «gran acuerdo por la autodeterminación». Desde la izquierda radical y anticapitalista de la CUP —fuerza determinante para la coalición gracias a sus nueve escaños—, Carles Riera enfatizó que su apoyo implica «un enfrentamiento con el Estado».
En el nuevo gobierno, el partido del eurodiputado Carles Puigdemont controlará entre otros los presupuestos y la acción exterior. El texto del acuerdo prevé «pedir la intervención de organismos europeos» para conseguir un referéndum. Todo ello indica un mayor grado de confrontación, aunque sea en el plano simbólico. Desde el Real Instituto Elcano, Ignacio Molina calificaba de «inquietante» para una «democracia liberal mínimamente funcional, que el falseamiento deliberado de la realidad por parte de los gobernantes (…) sea algo sobradamente conocido, deseado y hasta premiado» por los votantes. La primera decisión de Junts fue obligar a retirarse al miembro de la Mesa del Parlament Jaume Alonso-Cuevillas, por afirmar lo obvio; que no tiene sentido arriesgarse a una inhabilitación por actuar ilegalmente en la Cámara.
Después de la absurda declaración de independencia de 2017, el expresident se ha vuelto euroescéptico, confesaba recientemente nadie menos que el gran defensor del Brexit, Nigel Farage. La última polémica ha sido la presunta negativa a vacunar a agentes de policía nacional y Guardia Civil destacados en Cataluña. El Gobierno central tuvo que intervenir para evitar la discriminación de los funcionarios.
La alianza, ratificada desde Junts, llega poco antes del límite legal para convocar elecciones, después de la mayoría absoluta del secesionismo el pasado 14 de Febrero. El domingo, la Asamblea Nacional Catalana (ANC) de Elisenda Paluzie amenazaba a los partidos con presentarse en las siguiente contienda. Al día siguiente, el acuerdo alcanzado preveía que «la forma, el calendario y las acciones del ‘embate’ se acordaran por consenso en el espacio de coordinación estratégica», del que la ANC formará parte.
Una situación extraviada
Recientemente, la organización invitó a representantes extranjeros a una conferencia para discutir sobre «desobediencia civil y estrategias de control del territorio», así como sobre «seguridad y defensa» o «aprendizajes en el campo militar, especialmente en lo relativo al rol que jugaron los cuerpos armados durante los respectivos procesos de autodeterminación».
Desde la Universidad de Colonia, el hispanófilo Jürgen B. Donges me comentaba su «preocupación, porque se confirma lo extraviado de la situación». Incluso si los defensores de la independencia dicen representar el 52% de los votos en el parlamento catalán, la última encuesta muestra que al menos el 52% de la población está directamente en contra.
Según el CIS, a la mayoría de los ciudadanos les hubiera gustado un pacto liderado por el PSC del exministro Salvador Illa, la primera fuerza tras las elecciones. «Fatiga infinita», titulaba La Vanguardia. También el escritor más internacional de la literatura catalana actual, Javier Cercas, fue objeto de insultos y amenazas por atreverse a hablar en contra de la independencia en TV3, una televisión pública.
¿Nuevas elecciones?
Desde Politikon, Pablo Simón ve la influencia de la decisión en la política nacional. El PSOE de Pedro Sánchez precisará muy probablemente del apoyo de ERC para la aprobación de los presupuestos. Su ministro de Política Territorial, Miquel Iceta, se ofreció de inmediato a reemprender el diálogo. Tras la amplia victoria de Isabel Díaz Ayuso en la Comunidad de Madrid y la inesperada retirada del hasta hace poco vicepresidente Pablo Iglesias, nadie en el gobierno de Sánchez parece estar interesado en nuevas elecciones.
La próxima crisis parece cuestión de tiempo. La CUP ha dejado claro que, si no se cumplen sus ambiciosos objetivos, pedirá una moción de confianza en un máximo de dos años. A pesar de haberlo anunciado en campaña si alcanzaban la mayoría, al menos por ahora la presidenta del Parlamento, Laura Borràs, no ha declarado la independencia (otra vez). Más allá de la sobreactuación basada en el mero simbolismo —una nueva declaración no tendría ningún efecto real—, hay una evidente falta de interés en gestionar las competencias otorgadas y ofrecer soluciones a los ciudadanos. Un menosprecio en toda regla a las décadas que tuvieron que pasar para que Cataluña alcanzara el nivel actual de autogobierno.
Nunca se sabe. Quizás algún día Niall Ferguson escriba algo sobre los desastres catalanes y lo que vendrá después.