Día número 65 del estado de alarma. No volvemos a la normalidad: la amplificamos. La polarización que ya se respiraba a comienzos de año nos estalla en las manos como una olla de presión. La metáfora no es gratuita. Todos los días, desde hace una semana, la cacerolada ha irrumpido en la cosa pública como una nueva catarsis.
Poco ha tardado el virus en mutar del miedo al enfrentamiento. Cayetanos versus vallecanos. Tan libres son unos como otros de disentir. El problema está en que se detestan, aun cuando actúan de la misma forma. En el momento en que los vecinos de Vallecas bajan a sus calles para luchar contra el 'fascismo’ se ubican en la acera contraria a los de Núñez de Balboa, también sueltos y libérrimos.
Se puede perder la paciencia, pero no la cabeza. Que la presidenta de la Comunidad de Madrid justifique las protestas de Núñez de Balboa tampoco ayuda. Que exista poca transparencia en los criterios de evaluación del cambio de fase es evidente, pero darle la vuelta y erigirse ella misma en abanderada del victimismo, tensa más la cuerda floja en la que tocará moverse de ahora en adelante.
Esto comienza a parecerse a la normalidad, por la reincidencia irracional de agrupar España en bandos
Resulta curiosa la polarización como mecanismo de supervivencia política. A ella han recurrido actores del gobierno, el propio Sánchez o Iglesias, pero también la oposición, la guerra Ayuso versus Aguado es la mejor prueba. Resumir lo complejo en posiciones opuestas tiene un efecto contagio. Se disemina sin esfuerzo. ¿Cómo se puede poner en marcha un barco si la tripulación está empeñada en hundirlo.
Esto comienza a parecerse a la normalidad, por la reincidencia irracional de agrupar España en bandos. Manuel Chaves Nogales ya lo advirtió en su abocetamiento de la tercera España: gente que no quería formar parte ni ser cómplices de los disparates de ninguna de las otras dos. No hace falta salir a toserse para estar en desacuerdo. Vendrán tiempos mucho peores, quizá convendría hacer acopio de calma para soportarlo.