El anuncio por parte de Vox de una moción de censura contra el Gobierno de Pedro Sánchez condenada al fracaso ha sido acogido con júbilo rayano en el recochineo en las filas del PSOE y de UP y con preocupación en las del PP. Prácticamente todos los analistas lo han interpretado como un problema para Pablo Casado y una ventaja para el inquilino de La Moncloa. Este ataque directo al Ejecutivo socialista-comunista, se ha dicho y escrito, reforzará a la coalición gobernante, permitirá a Iván Redondo seguir asustando a su infantilizado electorado con el ogro de la ultra-derecha, polarizará aún más la política española, ahondará en la división de la oposición y, en todo caso, dará ánimos a las huestes de Santiago Abascal, que andan últimamente algo alicaídas, en detrimento electoral del PP, cosa que le viene muy bien al Gobierno.
Sin embargo, como suele suceder en la vida pública, los acontecimientos tienen primeras, segundas y hasta terceras lecturas y unos efectos fácilmente predecibles a corto plazo y otros más misteriosos a largo. Recuérdese, si no, la absurda decisión de Inés Arrimadas, cuando tras ganar las elecciones autonómicas de 2017, renunció a presentar su candidatura a la presidencia de la Generalitat con el débil argumento de que no podía ganar la investidura. Esta incomprensible muestra de pusilanimidad le hizo perder una ocasión de oro de fortalecer su liderazgo, presentar ante los catalanes una alternativa sólida y creíble al pensamiento único nacionalista e insuflar autoestima y moral de victoria a la Cataluña constitucionalista. Este grave fallo y su posterior traslado a Madrid han malogrado por completo aquella gran hazaña y Ciudadanos, hoy primera fuerza en el Parlament, será con suerte la cuarta dentro de pocos meses.
Los estrategas de Vox saben perfectamente que se quedarán solos en esta batalla y que su derrota en el hemiciclo del Congreso será completa. Por tanto, su intención va mucho más allá del último trimestre de 2020 y está operación aparentemente suicida mira hacia adelante y espera recoger sus frutos en los próximos años. Son varios los propósitos que encierra esta maniobra. El primero es mostrar que existe una España distinta a la que actualmente se debate entre la ruina y la fragmentación y que Vox la tiene bien estructurada en sus ideas y en su programa. El segundo es llevar al ánimo de los votantes del PP, de Ciudadanos e incluso de los del PSOE que no aprueban el aventurerismo irresponsable de Sánchez, que todos estos partidos forman parte con diferentes grados y matices del mismo esquema globalista, colectivista, LGTBI, anómico, relativista y multiculturalista y que este camino conduce al desastre.
Frente a los restantes grupos que hacen una oposición de pacotilla, Vox se enfrenta a la totalidad del hemiciclo sin complejos demostrando así que le sobran los redaños de los que otros carecen
Sólo Vox, les dirá Abascal desde la tribuna, televisado en directo a todo el país, ofrece una salida de este pantano viscoso y garantiza la unidad nacional, la prosperidad, el Imperio de la ley, la solidez de la institución familiar, la libertad de educación, una fiscalidad no confiscatoria, la seguridad de las fronteras y el final de la partitocracia corrupta y divisiva. Y el tercero es de estilo. Frente a los restantes grupos que hacen una oposición de pacotilla, paralizados por la corrección política, Vox se enfrenta a la totalidad del hemiciclo sin complejos demostrando así que le sobran los redaños de los que otros carecen.
Por supuesto, se trata de un movimiento arriesgado porque de lo sublime a lo ridículo hay un breve paso. Lo que está concebido para ser Cartagena de Indias en 1741 puede acabar siendo Rocroi en 1643. También forma parte de la personalidad de Vox el plantearse desafíos en principio insuperables en sintonía con su visión antropológica general y de la Historia de España en particular. Este enfoque rebosante de coraje a lo Cid Campeador puede atraer, si Abascal acierta en el tono y el contenido de su discurso, a amplios sectores de la sociedad española, hartos de de una clase política marrullera, huidiza, incoherente y mentirosa.
Un órdago muy osado
El planteamiento de Vox está claro: el sistema político e institucional de 1978 en manos de los partidos que lo han manejado a lo largo de las últimas cuatro décadas nos ha arrastrado a la descomposición y al fracaso. Es necesaria su reforma profunda y una revisión a fondo de sus supuestos. Todo lo que no sea este cambio radical de perspectiva representa una pérdida de tiempo y la inevitabilidad de la catástrofe. Con esta moción de censura arroja sobre el tapete verde de la democracia un órdago muy osado que puede desembocar a lo largo de la partida subsiguiente en el desplume de los demás jugadores o en la bancarrota propia.
Al fin y al cabo, se han preguntado en la cúpula de Vox, si lo que nos proponemos ha tenido éxito en Hungría, en Polonia y en Estado Unidos, ¿por qué no en España? El futuro nos dará la respuesta y sabremos si este salto en paracaídas en territorio enemigo es una temeridad insensata o una intuición genial. No parece descabellado pensar que sus urdidores y protagonistas tampoco lo saben. Lo que sí está claro es que les gusta jugar fuerte.