Llevo un par de semanas en Chile (ya les contaré en otro momento las medidas sociales, educativas, policiales y tecnológicas que han tomado contra el coronavirus, que por cierto nos hacen parecer un país del tercer mundo) con una extraña sensación de déjà vu.
Sé que estoy en otro país, es evidente. La arquitectura, la gente, el dulce calor de la primavera austral... pero cuando leo la prensa, me pongo a ver los informativos o participo, como he tenido la oportunidad, en actividades académicas, políticas o sociales, las conversaciones son sospechosamente similares a las que tengo en Madrid.
Sí, la pandemia ayuda a homogeneizar miedos y anhelos de la gente, pero no es solo eso, es algo más profundo, más serio, más intenso.
Les cuento. Tras el violentísimo estallido social del pasado año y el decisivo referéndum en el que los chilenos decidieron jubilar la Constitución pinochetista que estaba en el origen de buena parte de sus males sociales, Chile se va a enfrentar durante 2021 a una infernal serie de elecciones concatenadas, que además de dejar exhaustos a sus habitantes, va a definir para los próximos lustros su modelo de país y el futuro de sus gentes.
Y es aquí, en los alineamientos políticos, donde comienzan las similitudes, porque si dejamos al margen el ubérrimo ecosistema de partidos chileno, los bloques que los embolsan son tan similares que parece cosa de meigas.
Tras más de 20 años de gobiernos estables repartidos entre un centro-derecha agrupado en torno a la marca Alianza/Chile Vamos, del que tiraban RN y la UDI, y un centro-izquierda llamado Concertación/Nueva Mayoría, del que formaron parte desde la Democracia Cristiana hasta el Partido Comunista, dos movimientos nacional-populistas comenzaron a crecer en sus extremos.
La 'vieja política'
Un partido netamente nacional-populista y de extrema derecha, el Partido Republicano del pinochetista 'sin complejos' José Antonio Kast, a un lado, y un espacio nacional-populista en la extrema izquierda llamado Frente Amplio, que ha pasado de agrupar 18 partidos monísimos a la izquierda del Partido Comunista a contener con dificultades a solo a cinco de ellos al otro.
Ambos cuestionan la “vieja política”, reniegan de la caduca democracia representativa y abominan de la execrable democracia liberal. Ambos dicen representar genuinamente al “pueblo” chileno, ambos creen que la separación de poderes es una rémora del pasado, ambos creen ostentar una unión mística con una ciudadanía a la que no hay que molestar demasiado con mecanismos de check & balance…
Ambos han polarizado el debate público con grandes palabras: Patria, pueblo, democracia directa, soberanía… y finalmente ambos han contaminado a los viejos partidos inyectándoles dosis masivas de un populismo al que pocos han sabido resistir.
Y en medio de esta compleja situación, los chilenos van a tener que pronunciarse, votando una Asamblea Constituyente que redacte su nueva carta magna, a sus alcaldes, a sus gobiernos regionales, a su nuevo presidente y, finalmente, su nueva Constitución.
La autopista hacia el centro
El reto, como ven, es titánico. Pero en lugar de embarrar el terreno de juego como han hecho en España la mayoría de los partidos políticos, singularmente los extremos nacional-populistas de Vox y Podemos, convenientemente jaleados por sus medios de comunicación de cabecera, en Chile comenzó a abrirse una auténtica autopista en el centro político del país cuando un político proveniente de la derecha, el líder del partido Renovación Nacional y actual ministro de Defensa, Mario Desbordes, se sumó a aquellos que lucharon para derogar la Constitución pinochetista y sus excesos anarco-liberales, apoyando la convocatoria de la Convención Constituyente. Y ganó por goleada.
Ha producido un corrimiento de tierras que ha obligado a realinearse al resto de partidos en torno a este nuevo cleavage que es el que puede definir las próximas elecciones
El salto de Desbordes, un político que además viene de “los de abajo”, de la clase media chilena y que trabajó como policía para pagarse sus estudios de Derecho, y un tipo que se atreve a decir en público que “la gran batalla en Chile ya no es derecha contra izquierda, sino populistas contra demócratas”, ha provocado un corrimiento de tierras que ha obligado a realinearse al resto de partidos en torno a este nuevo cleavage que es el que puede definir las próximas elecciones en el país andino.
Un nuevo cleavage que en EEUU sirvió a Joe Biden para imponerse a Donald Trump, que en Francia ayudó a Macron a derrotar a los populistas del FN y que en España está haciendo que Pablo Casado no deje de subir en las encuestas.
Atentos a Mario Desbordes.