Christopher Julius Rock nació en Andrews, Carolina del Sur (EE UU) el 7 de febrero de 1965. Es el mayor de los siete hijos que tuvieron Julius Rock, camionero, y su esposa Rosalie Tingman, maestra y trabajadora con discapacitados. Los dos han fallecido ya. La infancia de Chris, o Chrissy como también le llaman los suyos, estuvo marcada por la mudanza de la familia, que se fue a vivir al barrio neoyorquino de Crown Heights (un barrio casi exclusivamente negro), en Brooklyn, cuando Chris era muy pequeño. Pero su padre se empeñó en que su primogénito tuviese una educación esmerada y lo matriculó en escuelas como Bensonhurst, Garrison Beach y sobre todo la secundaria Madison. Eran centros con una gran mayoría de alumnos blancos, aunque de ninguna manera de elite sino de clase media baja. Chris Rock sufrió durante años lo que ahora se llama “bullying”, acoso escolar por parte de alumnos blancos. En su caso fue un acoso extremadamente violento que pudo costarle la vida: llegaron a golpearle en la cabeza con bates de béisbol, como él mismo ha contado. Hubo que sacarlo de la escuela.
Esa etapa decisiva de su formación hizo que Chris no llegase a tener la educación exquisita que quería su padre, pero le hizo aprender dos cosas para siempre. La primera, que la vida es una lucha en la que hay que pisar a los demás para que no te pisen a ti. Y la segunda, que hay que usar de tus mejores habilidades para caerle bien a la gente y así evitar que unos cuantos desalmados te zurren.
En el caso de Chris Rock, su mejor habilidad era la de hacer reír. Ya desde chaval tenía vis cómica, hacía graciosamente el tonto y usaba muy bien su voz, aguda y algo áspera pero muy versátil: era muy bueno imitando a otros. No siempre salía bien. Chris Rock aprendió también de jovencito que lo que más hace reír a la gente es meterse con los demás o, por mejor decir, con algunos de los demás; eso no es del todo prudente cuando el destinatario de tus burlas no tiene especialmente desarrollado el sentido del humor, pero se pasa la vida en el gimnasio y tiene unos bíceps del tamaño de tu muslo.
Hizo de camarero, de mensajero, sirvió copas y hamburguesas y, poco a poco, fue obteniendo trabajitos de fortuna en clubes nocturnos de mala muerte, donde hacía reír con su viejo recurso: métete con el público. Para eso hace falta una inteligencia viva y capacidad de improvisación, pero eso a Chris Rock le sobraba. En uno de aquellos garitos le vio el actor Eddie Murphy. Él fue quien le dio su primer papel serio, en la película Beverly Hills Cop II. Era 1987.
La relación de Chris Rock con Eddie Murphy es un ejemplo casi perfecto de la relación de Chris Rock con la gran mayoría de la gente que se ha acercado a su vida. Se hicieron amigos. Luego dejaron de serlo porque Rock se aprovechaba descaradamente de él para luego reírse a sus espaldas, dejarle tirado o ponerle verde: el siempre sonriente e histriónico Rock es de ese tipo de gente que jamás desprecia la ocasión de improvisar un chiste (bueno o malo) sobre alguien, sobre todo si es hiriente: eso provoca carcajadas, por más incómodas que sean. Pero Murphy, buena persona y masón al fin, le perdonó. Varias veces, porque el asunto se ha ido repitiendo a lo largo de los años. Hoy la relación entre ambos es correcta. Pero porque es lejana.
Se fue haciendo conocido. En 1990 le contrataron en el célebre programa de televisión Saturday Night Live, una de los espacios de humor más conocidos de EEUU (y de todo el mundo), que se emite ininterrumpidamente desde hace casi medio siglo. SNL ha ayudado a lanzar las carreras de muchas decenas de grandes cómicos, pero a Chris Rock lo echaron a los dos años y medio (él dice que se marchó por su propia voluntad) porque daba muchos más problemas que satisfacciones. Por decirlo de una vez: tenía un ego del tamaño del Empire State y no había quien le aguantara. Entró como recomendado y salió tarifando con todo el mundo por sus constantes salidas de guion, sus chistes racistas (contra todos los que no fuesen negros, sobre todo judíos y asiáticos), homófobos (le amargó la vida al actor Neil Patrick Harris) y su empecinamiento en meterse con los defectos físicos de los demás. Pero es verdad que, a lo largo de los años, en SNL lo volvieron invitar ocasionalmente como “anfitrión”.
Rock es un buen actor, un tipo inteligente, un cómico de talento… con un carácter egocéntrico, cobarde y miserable. Ahora mismo es la víctima de una agresión que quedará para la historia y que posiblemente acabará con la carrera del agresor, Will Smith
Aprendió una cosa: en el escenario, sobre todo si es en directo, haz lo que te dé la gana, pero en las entrevistas procura hablar bien de los demás. No llegó a los extremos de El Fary, que era capaz de hablar bien hasta de su sastre, pero fue algo parecido. Se hizo famosa la entrevista que le hicieron en otro talk show legendario, Larry King live (CNN), en el que un Chris Rock visiblemente nervioso elogió, antes o después pero en el mismo espacio, a Bill Clinton, a George Bush, a Al Gore, a Monica Lewinsky y a todo el que mencionaba un Larry King cada vez más divertido con aquella inesperada inundación de azúcar… en boca de un especialista en ácido nítrico.
Pero aquel histrión era bueno en lo que hacía y se hizo famoso. Y rico. Gracias a aciertos como su comedia en HBO Bring the Pain (1996), ganó dos de los tres premios Emmy que tiene y se hizo conocido en todo el país. Pasa por ser uno de los monologuistas más reídos de EE UU, y esto durante muchos años. Se especializó en “programas especiales” en los que él era el presentador o la estrella absoluta, lo que hacía temblar a todos los demás… pero ganaba mucho dinero.
Se hizo, además de actor y monologuista, productor y guionista de espectáculos de humor, en teatro pero sobre todo en televisión. Y también, desde luego, estrella de cine. Protagonizó películas como Down to earth (2001), un remake en clave de sal gorda de El cielo puede esperar; apareció en Arma letal 4, lo cual le sirvió para hacer también a Mel Gibson objeto de sus burlas durante bastante tiempo, y en Dogma, tras de la cual hizo exactamente lo mismo con su director, Kevin Smith. Parece claramente peligroso hacerle favores a este hombre. Pero el cine le ha llamado muchas veces gracias a su prodigiosa voz: él fue la cebra Marty en todas las entregas de Madagascar, por ejemplo.
Alguien tendrá que explicar alguna vez cómo este tipo ácido y de “humor” venenoso fue llamado tres veces por una institución tan formal y señorial como la Academia de Cine de EEUU para presentar (o al menos para participar en) la ceremonia de los Oscar. La primera vez fue en 2005; la Academia quería aumentar gracias a él la audiencia de la gala, que estaba de capa caída. No lo consiguió en absoluto, pero Sean Penn tuvo que salir al escenario para defender a Jude Law, a quien Rock había insultado, y la Academia se disgustó con Rock por sus insultos a la propia ceremonia (“ningún hombre heterosexual ve esta gala”, dijo). No está claro si Rock salió a escena después de fumarse un porrito, pero no tendría nada de extraño porque es un declarado y orgulloso adicto al cannabis.
El de Will Smith es un caso típico de la forma en que Rock trata a sus “amigos”. Se conocieron de chicos, en la famosa serie El príncipe de Bel Air. Se llevaron bien durante mucho tiempo, pero al estilo de los “amigos” de Chris Rock: ahora sí, ahora no
La segunda vez, en 2016, Rock dedicó prácticamente todas sus intervenciones a zaherir a la propia Academia por la escasez de nominaciones a actores negros. Se puso pesadísimo. Pero también se metió con los actores negros, como Will Smith y su pareja, Jada Pinkett, a la que dedicó una “broma” asquerosa sobre su no invitación a aquella ceremonia y sobre las bragas de la cantante Rihanna. La tercera vez ha sido la más reciente la de 2022, de la que Rock salió con el ya célebre guantazo que le propinó Will Smith. Otras víctimas de las agresiones verbales de Chrissy son el actor Jussie Smollet, la fallecida Withney Houston (se mofó de ella después del fallecimiento de la cantante), Michael Jackson, Christopher Reeve, Michael Moore (se rio de él porque tiene sobrepeso), Nicole Kidman… la lista es muy larga.
El de Will Smith es un caso típico de la forma en que Rock trata a sus “amigos”. Se conocieron de chicos, en la famosa serie El príncipe de Bel Air. Se llevaron bien durante mucho tiempo, pero al estilo de los “amigos” de Chris Rock: ahora sí, ahora no. Hay quien asegura que Rock mantuvo una relación amorosa, años atrás, con Jada Pinkett, hoy esposa de Smith. Eso no ayudó a que los dos actores aumentaran su aprecio mutuo. De ahí vendría la desagradable “broma” que Rock dedicó a Jada (y a las mencionadas bragas de Rihanna) en la ceremonia de los Oscar de 2016. Y de aquello viene, obviamente, el sonoro guantazo de 2022.
Un buen actor, un tipo inteligente, un cómico de talento… con un carácter egocéntrico, cobarde y miserable. Ahora mismo es la víctima de una agresión que quedará para la historia y que posiblemente acabará con la carrera del agresor, Will Smith, que es otro caso clínico. Pero en cuanto se disipe la tormenta veremos qué queda de la carrera de Chris Rock, después de que tanta gente haya murmurado para sus adentros: “No te merecías eso, te merecías más”.
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Mucho debe la humanidad al macaco Rhesus (Macacca mulata), el simpático, inteligente y muy expresivo primate catarrino de la familia de los cercopitecos que da nombre al factor RH de la sangre humana. También es uno de los pocos mamíferos que han viajado al espacio, aunque ninguno ha vuelto. Y fue el primer primate clonado, lo cual, como veremos ahora, no fue precisamente una buena idea. El Rhesus puede ser adorable, sí, sobre todo cuando es pequeñito. Puede ser simpático. También. Es admirable su expresividad facial, tan parecida a la humana: es uno de los pocos animales que se reconocen cuando se ven en un espejo, lo mismo que nosotros, los elefantes, los chimpancés y los gorilas, los delfines, las orcas, las urracas… Vamos, que el Rhesus es muy listo. Eso nadie lo discute.
Pero cuidado con el macaco Rhesus. Detrás de esa amable expresividad y esa ingeniosa simpatía hay un auténtico cabrón (capra pirenaica) que puede causar problemas terribles. Los habitantes de la India saben de esto más que nadie, aunque el Rhesus puebla buena parte de China y varios países del Asia central y suroccidental.
En varios de los 28 estados de la India, los monos (también el Rhesus, claro está) son sagrados, porque se les considera símbolos o representantes del dios mono Hánuman. No se les puede perseguir, matar ni castigar. Eso dicen los sacerdotes. Pero la gente del común está hasta la coronilla de los monos. No tanto de los langures, que son más bien pacíficos y simpaticotes con su cara negra, como del peligroso y pendenciero Rhesus.
Mucha gente les quiere porque así lo manda el dios Hánuman. Pero la mayoría les odia en silencio. Y les teme. Muchos piensan: si les trato bien, si les río las gracias y soy amable con ellos, no se meterán conmigo. Terrible error. A los primeros que ataca el cruel Rhesus indio es a los que le bailan el agua y tratan de confraternizar
Es un provocador nato. Organizado mediante una férrea estructura social en la que un macho alfa manda, organiza y se aparea, mientras los demás obedecen y miran, la impunidad ha hecho que el Rhesus invada las ciudades y los pueblos. Grandes bandas enteras de macacos, como tribus urbanas o pandillas de delincuentes, entran en las casas para robar, destrozan huertos y sembrados, arruinan el tendido eléctrico con su “graciosa” manera de columpiarse de los cables, amedrentan a la gente con sus chillidos en cuanto alguien se les opone… Ha habido casos (no demasiados, pero los ha habido) de niños que han sido secuestrados, muertos y devorados. También adultos en algunas zonas remotas.
La actitud de la población humana con estos delincuentes es contradictoria. Mucha gente les quiere porque así lo manda el dios Hánuman. Pero la mayoría les odia en silencio. Y les teme. Muchos piensan: si les trato bien, si les río las gracias y soy amable con ellos, no se meterán conmigo. Terrible error. A los primeros que ataca el cruel Rhesus indio es a los que le bailan el agua y tratan de confraternizar.
En varios estados de la India han logrado reducir su población no mediante la caza sino mediante la esterilización. Es un método eficaz pero bastante caro y lento. No se sabe de ningún caso en que alguien le haya partido la cara a un Rhesus. Entre otras cosas porque no se dejan.
Así que el macaco Rhesus, muy popular en todas partes gracias a los documentales de televisión (son muy buenos histriones), seguirá haciendo su voluntad hasta que llegue el día, quizá no muy lejano, en que la gente se deje de dioses y de historias y les ponga en su sitio, que es la selva o por lo menos el paro. Y menos mal que no saben hablar, al menos no con el lenguaje humano: sería espeluznante oír lo que dirían sobre las señoras con poco pelo o sobre las bragas de Rihanna.