Cuando el Gobierno por fin dejó salir a los niños a la calle, hace exactamente treinta y siete días, se montó la mundial en las redes sociales porque los padres habíamos salido en masa. Se publicaron unas cuantas imágenes convenientemente manipuladas para denunciar los presuntos excesos de las familias. Los progenitores, grandes irresponsables del confinamiento, íbamos a provocar un rebrote ciclópeo porque nuestros pequeños, esos perversos contagiadores, infectarían a media España. ¿Lo recuerdan?
Ya se lo recuerdo yo, porque la memoria es más frágil que nunca en estos tiempos demasiado veloces. La realidad, bastante más sólida que las tonterías que hacen fortuna en las redes sociales, dice que no se han cumplido aquellos vaticinios. Más que nada porque los padres nos hemos comportado en general maravillosamente durante los paseos y porque quizás, a la postre, ni siquiera los pequeños sean tan infecciosos como los expertos creían en un principio.
En aquella jornada de ruido, furia y envidia en las redes se decían muchas y muy variadas gilipolleces, pero una destacaba por encima de otras. Porque uno de los ataques más frecuentes a las familias consistía en atizarle al Gobierno porque permitir a los niños salir a la calle era una medida populista en busca del voto de los padres. La verdad, gilipolleces aparte, es que los más pequeños conforman el grupo más olvidado durante toda esta crisis.
Desde que la pandemia nos azota, ¿cuántos casos de niños se han registrado en nuestro país? Es esta una cifra sin duda interesante pero que desconocemos. Conocerla sería fabuloso
Les recuerdo que las primeras medidas drásticas en España consistieron en cerrar los colegios aunque se permitieran aglomeraciones de adultos de lo más variopintas. Pero bueno, eso lo perdonaremos a las autoridades, porque quizás hasta era precisamente para salvaguardar su seguridad. Luego llegaron esos cuarenta y tres días en que los niños no pudieron pisar la calle. Todos estábamos confinados, sí, pero los adultos podíamos ir a trabajar, a la compra o a tirar la basura.
Casi todos los países de nuestro entorno permitían salir a los menores, por supuesto acompañados por sus familiares y con medidas de seguridad, pero aquí no era posible en modo alguno. Les recuerdo también que si a algún padre se le ocurría salir con su hijo era rápidamente abucheado desde los balcones, aunque tuviera permiso o motivo para hacerlo. Y mejor no hablar de cómo fue la decisión gubernamental para permitir los paseos.
Desde que la pandemia nos azota, ¿cuántos casos de niños se han registrado en nuestro país? Es esta una cifra sin duda interesante pero que desconocemos. Conocerla sería fabuloso para saber de una vez por todas si era verdadero o falso todo aquello de que los pequeños eran los principales propagadores del virus. Claro que quizás los casos de menores contagiados sean pocos precisamente gracias al confinamiento. El tiempo lo dirá. Como también en el futuro veremos cómo se articula el curso escolar que viene -huele a desastre- y cuáles son las secuelas psicológicas de nuestros niños por la reclusión.
¿Tan difícil sería que pudieran disfrutar de los parques infantiles de forma ordenada y con operarios dedicados a la desinfección? ¿A alguien se le ha ocurrido crear otros espacios en las ciudades para su bienestar? ¿Qué plan hay para ellos?
El caso es que ahora parece que los menores, que siguen recluidos en casa porque la mayoría de los colegios y escuelas infantiles volverán en septiembre, siguen sin ser el problema de nuestros insignes dirigentes. En esta España que "desescala" a varias velocidades los padres con niños pequeños podemos pasear con ellos tan felices y también tenemos permitido ir al parque. Pero ellos no pueden subirse a un columpio o a un tobogán. ¿Por qué? Se supone que porque como no son conscientes de lo que pasa, no toman las medidas higiénicas y de seguridad que deberían.
Curioso, teniendo en cuenta que unos cuantos adultos, esos sí sabedores de lo que hay, se saltan las distancias y las mascarillas con tanto desparpajo. Pero no seamos demagogos ni exageremos. Resulta ciertamente lógico que los niños más pequeños no puedan montar en los columpios. Aceptamos barco como animal acuático, ¿pero por qué no se ven alternativas? ¿Tan difícil sería que pudieran disfrutar de los parques infantiles de forma ordenada y con operarios dedicados a la desinfección? ¿A alguien se le ha ocurrido crear otros espacios en las ciudades para su bienestar? ¿Qué plan hay para ellos?
Lo resumía mejor que nadie este sábado en Twitter un pedagogo llamado Juan Antonio Ortega que contraponía dos imágenes, la de un niño frente a los columpios clausurados y la de una terraza repleta de adultos que consumen de todo. "Los niños no votan. Fin de la cita", decía el mensaje. Pero los padres sí, cabría añadir.