El follón que han creado en Cataluña los independentistas y la consiguiente reacción emocional en el resto de España, combinadas ambas cosas con la escasísima profundidad de las afirmaciones que se hacen últimamente en la política, han dado lugar a un curioso malentendido que, además de ser falso, no tiene nada de inocente: la identificación del término constitucionalista con la derecha y, en algunos casos muy exagerados, la negación de la condición de constitucionalista a partidos de izquierda que, como el PSOE, se han mantenido siempre dentro del marco constitucional nacido en 1978.
Que no gusten los pactos con los que llegó Pedro Sánchez a La Moncloa es legítimo, pero es disparar muy alto que por ellos se le niegue a su partido la realidad de ser uno de los principales valedores de la Constitución Española y el partido que durante más tiempo la ha venido aplicando en España. De hecho, al propio Sánchez tales pactos no le han salido muy bien, ya que conviene recordar que ha tenido que adelantar las elecciones precisamente porque no contó para aprobar los presupuestos con los votos de esos independentistas con los que se le acusa de estar poco menos que amancebado. Esa identificación de “constitucionalista” con “cualquiera que no pacte con nacionalistas antiespañoles” es, además, muy delicada para el Partido Popular, que, como es natural, ha pactado con tales partidos siempre que le ha hecho falta; la última vez con el PNV para aprobar los Presupuestos aún en vigor.
Pero, aparte de los excesos, comprensibles y reprochables al mismo tiempo, lo más llamativo es que muchos de los que se autodenominan ahora constitucionalistas lo hacen manifestando a la vez su intención inmediata de pasarse el texto constitucional por el arco del triunfo en cuanto alcancen el poder. Parece que detener a Torra, como propone el líder de Vox, fuese plenamente constitucional, o que borrar todo el Título Octavo de la Constitución no fuese nada contrario al propio texto que se pretende demediar.
Un poco más de sosiego constitucional y un poco menos de vocerío patriótico nos vendrían bien para encarar los acuerdos que tendrán que venir -seguro- después del 28 de abril
Es como si la palabra “constitucional” hubiese perdido significado para pasar a ser lo que cada cual quiera que signifique, lo que resulta asombroso cuando se apela a un texto escrito, mil veces impreso y perfectamente consultable. Sin embargo, tal evidencia no arredra a los novísimos “constitucionalistas” que parecen entender que en la Constitución hay cosas que son muy constitucionales y otras que lo son menos. Inevitable recordar “Rebelión en la granja”, de Orwell, donde todos los animales eran “iguales”, pero unos “más iguales” que otros.
En el fondo, lo que hay es un intento de equiparar Constitución y Patria, que son conceptos cercanos pero muy distintos. La nación patriótica es la de los nacionalistas identitarios que apelando al nombre sagrado de la suya justifican el abuso y la ilegalidad que haga falta, ya que para ellos “la Ley no puede estar por encima de la voluntad de un pueblo”, mientras que la nación cívica, la constitucional de verdad, se basa en los derechos ciudadanos, es la heredera de la tradición liberal y no es la patria nacionalista que exige sacrificios y heroísmo, sino otra muy diferente, que solo pide respeto por la Ley y civismo. La nación como entidad obligatoria, telúrica y prepolítica, que tanto gusta a los nacionalistas de todas las banderas, no tiene nada que ver con la nación constitucional que es la que forma una comunidad de personas libres que, en sus diferencias, se reconocen mutuamente como miembros de una misma comunidad política. Tan simple y tan importante como eso.
De las próximas elecciones tendrán que salir pactos, máxime con la fragmentación parlamentaria prevista. Puesto que tendrá que ser así, mejor sería que nos ahorrásemos tantos aspavientos. Hasta ahora los grandes partidos se han apoyado siempre en los pequeños y los partidos nacionalistas no españoles, a los que tanto se dice odiar, han sido los más agraciados por tales acuerdos tanto con la derecha como con la izquierda, así que un poco más de sosiego constitucional y un poco menos de vocerío patriótico nos vendrían bien para encarar los acuerdos que tendrán que venir -seguro- después del 28 de abril y que tendrán que moverse, por supuesto, dentro de la Constitución.