En los inicios del procés, hace ya bastantes años, cuando no había salido completamente a la luz el abismo que siempre nos había separado por debajo del silencio y las conversaciones casuales, tuve que oír de un amigo de la infancia la siguiente frase, en teoría tranquilizadora: “¡No te preocupes con la independencia! ¡Pero si no va a pasar nada! ¡Además, siempre podrás seguir viviendo en Cataluña, como si fueras sueca, nadie te va a echar si no quieres irte!”. Me lo dijo sonriendo, como el adulto que trata de calmar los nervios de un niño, desde el poder que ya entonces tenían sobre nosotros, dándome permiso en nombre de la futura república catalana para permanecer en mi casa, eso sí, como extranjera. Me quedé atónita, incapaz de responder. Fue la primera de muchas humillaciones. Quizás por ello, la más importante.
Esa amistad, demasiado antigua para desaparecer del todo, dejó de acumular vivencias que la permitieran crecer. De manera gradual dejamos de vernos y quedó cristalizada en un cariño antiguo alimentado por los recuerdos. Una amistad póstuma de dos personas que seguían compartiendo círculos y contactos mientras practicaban una extraña danza inconsciente diseñada para no volver a encontrarnos jamás en persona. El primer distanciamiento de muchos, quizás por eso el que más dolió.
Desde el silencio, tragar la ignominia que hemos vivido durante años resultó todavía ser más duro. Los que pudimos hablar, porque partíamos de situaciones vitales más libres, tuvimos por lo menos esa satisfacción
He vuelto a recordar esta historia en estos últimos días. Calculen ustedes la humillación que sienten cuando ven a Sánchez de rodillas ante el golpismo diciendo que sí a todo: a las transferencias, a la amnistía generalizada, al perdón de la deuda creada a base de duplicar estructuras administrativas y gastarse el dinero de todos en pseudoembajadas independentistas. Pues ahora multipliquen esa humillación por cuatro. Eso es lo que sienten los constitucionalistas catalanes, los que dieron la cara y los que no pudieron permitirse ni ese mínimo desahogo porque tienen niños que se juegan que no vuelvan a hablarles en el colegio o un negocio que hay que mantener abierto. Desde el silencio, tragar la ignominia que hemos vivido durante años resultó todavía ser más duro. Los que pudimos hablar, porque partíamos de situaciones vitales más libres, tuvimos por lo menos esa satisfacción. Ellos, ni eso. Pues ahora, todo ese constitucionalismo de pueblo, el permanentemente señalado por sus vecinos, el que ha carecido siempre de la protección de ese estado que cobardemente se retiró muy pronto del territorio dejándoselo entero a los secesionistas, tiene que cruzarse por la calle con los que, como mucho, les permitirán seguir aquí si se portan bien y bajan la cabeza.
De nada ha servido el patriotismo, el remar contracorriente, el significarse. Ni siquiera ha valido de nada el acto supremo de emitir el voto. Más de cien mil ciudadanos catalanes que optaron por Vox o PP han pagado la irracional pugna de los dos partidos irresponsables de la derecha con la inutilidad de su participación, tan paralela a su invisibilidad pública. Cien mil votos tirados a la basura que habrían cambiado el resultado de las elecciones. No me canso de decirlo porque no deja de dolerme. Abandonados siempre por quienes ahora se lanzan a defendernos muy gallardamente y con mucho golpe de pecho cuando la leche, ay, ya está derramada. Esas tranferencias no tienen vuelta atrás, después de la amnistía llegará el referéndum, que se repetirá tantas veces como sean necesarias hasta que se logre el ansiado Sí, porque, ¿alguien cree que si el resultado del referéndum fuera contrario a sus expectativas se iban a conformar sin tratar inmediatamente de repetirlo? Y dentro de cuatro años es muy posible que ya no exista España tal y como la conocemos hoy y que ni siquiera podamos votar en las Elecciones Generales.
La batalla que se libró hace seis años llega hoy a su final con la victoria absoluta del golpismo. Les salieron bien las caceroladas diarias, las batallas callejeras, el desorden público, el odio
De todo esto es muy consciente el constitucionalismo catalán, el gran perdedor, y el independentismo, el gran ganador. La batalla que se libró hace seis años llega hoy a su final con la victoria absoluta del golpismo. Les salieron bien las caceroladas diarias, las batallas campales callejeras, el desorden público, el odio. El PP, con su 155 blando y sus elecciones inmediatas y el sanchismo, después, con su necesidad de mantenerse en el poder para que personas incapaces de ganarse en la economía real lo que ganan en la política puedan seguir en el machito les han dado el empujón que necesitaban. Y aquí nos quedamos nosotros, porque no es tan fácil levantar una vida para empezar de nuevo en otro lugar, resistiendo en nuestra casa, en nuestras ciudades y pueblos donde nacimos siendo ciudadanos de pleno derecho de nuestro país, como si fuéramos suecos. Y encima tendremos que darles las gracias.
vallecas
Seguro que usted encontrará las razones mejor que yo, pero lo cierto, lo cabal es que el 80% de los Catalanes son anti-españoles. No digo separatistas, no digo independentistas, repito, Anti-Españoles en mayor o menor medida. Los votantes del PSC son los peores de todos ellos. Son supremacistas catalanes "progresistas" que odian a España pero cobardean incluso en sus sueños. Su problema D. Ignacia no es que viva entre independentistas es que vive entre cobardes
Talleyrand
Cuidado La via de agua abierta por Sanchez tiene doble dirección Si esta bien violar las leyes, robar para el partido y para mi, reventar el orden publico atacando a jueces y policias y luego decir que es la voluntad del pueblo.... La versión en dirección contraria también puede pasar. Y entonces llegaremos a lo que paso en el 36: a una salvajada se opuso una salvajada opuesta, o en español "donde las dan, las toman".
Norne Gaest
Apreciada Sra. del Pano: comprendo su estado de ánimo viviendo en una región sometida al nazionalismo y el abandono del Estado, pero la batalla (o la guerra) no ha terminado. No sé como acabará, pero quedan muchos españoles que no están dispuestos a dejarse aplastar. Por otro lado, no es correcto repartir las culpas por igual. Hemos tenido, desde hace décadas, una derecha cobarde que no ha dado las batallas contra el supremacismo nazionalista o progre, y se ha limitado al cortoplacismo y la gestión aséptica. Aunque parece reaccionar tímidamente, sigue tratando de ir por su cuenta, sin acordar las cosas con sus aliados naturales, salvo cuando no tiene más remedio para ocupar moqueta. Ahora ambos (PP, Vox) tendrán que espabilar. Todos los demócratas tendremos que espabilar.
txemadero007
En SEIS años SEIS que dirían los taurinos, ya les ha dado tiempo a prepararse la escapada como hicimos muchos. Levantar una nueva vida en otro lugar, no pasa nada, lo hemos hecho muchos durante mucho tiempo, quedarse para que la ninguneen y la menosprecien por sus ideas, nunca.