Opinión

La convivencia que no cesa

En la Cataluña del PSC se impone la inmoralidad de la 'dictadura blanc'a que describía Tarradellas, en detrimento de la Cataluña abierta y respetuosa

  • Josep Tarradellas.

La sociedad y la política catalanas son complejas, puede que incluso más que la sociedad y la política españolas en su conjunto. En 1978, Cataluña fue la región que registró el mayor apoyo a la Constitución: por encima del 90 por ciento de los catalanes dijeron sí a nuestra Carta Magna. Miquel Roca y Jordi Solé Tura pusieron acento catalán a la Constitución y la vuelta de Tarradellas del exilio -con su talante integrador y conciliador- parecía el inicio de una nueva etapa en la que el ser catalán se afirmaría definitivamente desde el respeto a la pluralidad de la propia sociedad catalana y su secular sentimiento compartido de catalanidad y españolidad, entendiendo aquella como una forma de ésta.

En su discurso desde el balcón de la Generalitat, Tarradellas se dirigió no por casualidad a todos los ciudadanos de Cataluña, sin exclusión: “Ciutadans de Catalunya, ja sóc aquí”. A Tarradellas le preocupaba sinceramente que algún ciudadano pudiera sentirse excluido en la Cataluña democrática que se abría paso tras la larga noche del franquismo. Apelaba al concepto liberal de ciudadanía y evitaba, así, otras fórmulas más esencialistas que pudieran resultar por aquel entonces ciertamente excluyentes. Hoy, a los catalanes que nos sentimos tanto catalanes como españoles -que somos la inmensa mayoría- no nos cuesta en absoluto definirnos como catalanes, siempre, eso sí, que se entienda la catalanidad en el sentido generoso y abierto de Tarradellas, nunca como algo oponible a nuestra condición de españoles, sino como algo naturalmente indisociable. Somos catalanes a fuer de españoles y viceversa. Esa es la Cataluña que nos legaron Tarradellas y también Suárez, pues conviene recordar entre otras cosas que la UCD fue segunda fuerza en Cataluña en las elecciones generales de 1979, las primeras tras la aprobación de la Constitución, por encima del PSUC y de la CiU de Pujol y solo por debajo del PSC.

Plantarse ante el nacionalismo

En 1981, Tarradellas advertía en su célebre carta al director de La Vanguardia, Horacio Sáenz Guerrero, del peligro de la “dictadura blanca” que Pujol empezaba entonces a imponer en Cataluña. Un nacionalismo identitario, victimista, profundamente excluyente e hispanófobo se imponía Cataluña adentro en paralelo a la creciente influencia en la política española de Pujol, revestido de estadista y hasta nombrado “Español del año” por el diario ABC.

Ese nacionalismo deletéreo fue calando de forma sibilina hasta convertirse en hegemónico en nuestra comunidad, desmontando el ideal cívico y respetuoso de Tarradellas y sentando las bases de la fractura civil en Cataluña. Así, el menosprecio a andaluces y extremeños, a la dimensión catalana de la lengua española, a la historia compartida y, sobre todo, a los sentimientos de los catalanes que nos sentimos también españoles fue creciendo al socaire de las instituciones gobernadas mayoritariamente por CiU y ERC, pero, desgraciadamente, también por el PSC, acomplejado e incapaz durante décadas de plantarse frente al nacionalismo y decir “hasta aquí hemos llegado”.

Aún recuerdo a un concejal en Tarragona de ICV, el socio de Maragall y Montilla, lanzando en redes una repugnante campaña bajo el lema “Adopta un niño extremeño” para denunciar el supuesto “expolio fiscal” de Cataluña por España

Así, tras veintitrés años de pujolismo, vinieron los dos tripartitos del PSC con ERC e ICV, que llegaron incluso más lejos en su identitarismo cerril que el mismísimo Pujol. Aún recuerdo a un concejal en Tarragona de ICV, el socio minoritario supuestamente de izquierdas de Maragall y Montilla, lanzando en redes una repugnante campaña bajo el lema “Adopta un niño extremeño” para denunciar el supuesto “expolio fiscal” de Cataluña por España. Sí, esto pasaba en la Cataluña gobernada por el PSC de Montilla. Comprendo que el recuerdo incomode a algunos, pero es necesario para entender hasta qué punto ha llegado en Cataluña la institucionalización del supremacismo y la mentira. Esa aberrante campaña es fiel trasunto del “España nos roba” que, a su vez, está en la base del concierto económico que Sánchez alegremente ha prometido a ERC, en el paroxismo de su cínica amoralidad, a cambio de la investidura de Illa.

Con el permiso y el apoyo del PSC

En los últimos días hemos presenciado dos episodios cotidianos que constatan la vigencia de la dictadura blanca pujolista que denunciaba Tarradellas, y por desgracia también hasta qué punto el PSC la ha metabolizado. En estas fechas de fiestas mayores, hemos visto cómo en Granollers el ayuntamiento gobernado por el PSC autorizaba un taller juvenil para instruir en el lanzamiento de cócteles molotov contra los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado. Y en Vilafranca del Penedès, también con gobierno socialista, hemos visto al pregonero escogido por el PSC, subido a un escenario presidido por una estelada, cerrar su discurso con un estentóreo “¡Puta Espanya!”. Es lo que Sánchez llama convivencia, lo cual demuestra que le trae sin cuidado, entre otras muchas cosas, lo que sientan los ciudadanos de Granollers, Vilafranca y, por extensión, toda Cataluña que votan al PSC y se sienten españoles.

Parece que, por desgracia, en la Cataluña del PSC se impone la inmoralidad de la dictadura blanca que describía Tarradellas, en detrimento de la Cataluña abierta y respetuosa con su propia pluralidad que propugnaba el propio Tarradellas y que en la Cataluña de hoy solo defiende el Partido Popular.

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