Después de cincuenta días con sus cincuenta noches en confinamiento, vemos que hay cosas que no han cambiado en España. Pedro Sánchez se hace propaganda en la tele entre mentiras y bulos. Un ministro rectifica a otro. Martínez Almeida demuestra que tiene mucha más talla política que Díaz Ayuso. PSOE y Podemos mantienen su batalla larvada aunque gobiernen juntos. El PP se derechiza aún más para que Vox no le robe votos. Al rey Juan Carlos I le descubren su enésima golfería. Arcadi Espada es trending topic porque dice alguna boutade que empaña cualquier idea certera que pueda aportar. Sálvame Deluxe arrasa en audiencia. Esas cosas invariables que salen en la tele.
Fuera de la pantalla, en la vida real, en la de los ciudadanos alejados de los personajes públicos, casi todo han sido cambios demasiado tajantes. El coronavirus nos noqueó porque no lo vimos venir. Y nos hurtó nuestra forma de ser y de estar en el mundo, pero solo era temporalmente. Ahora, cuando esas gélidas cifras son menos malas que antes, en las familias enclaustradas vemos un poco la luz, aunque sea allá a lo lejos, y hablamos mucho de cómo será el futuro.
¿Cómo será esa "nueva normalidad? ¿Qué podremos recuperar y qué habremos perdido para siempre? Parece que, poco a poco, al ritmo lento de la "desescalada", iremos retomando nuestras vidas y, con ello, iremos reconquistando unas cuantas rutinas y costumbres. Pero también hay que dar por hecho que nuestro modo de vida va a sufrir una metamorfosis obligatoria en la que no pocas cosas se quedarán por el camino. Nos dirigimos hacia otra realidad. Días inciertos. Temores desatados.
Hay cosas, quizás menos de las que quisiéramos pero ahí están, que ni siquiera el coronavirus podrá hurtarnos. Cosas que seguirán incólumes porque anidan en lo más profundo de nuestra idiosincrasia. Ni a tiros nos las va a quitar ese puñetero bicho
Sin embargo, esa incertidumbre y ese miedo a lo desconocido no deben nublarnos o ensombrecernos la vista. Hay cosas, quizás menos de las que quisiéramos pero ahí están, que ni siquiera el coronavirus podrá hurtarnos. Cosas que seguirán incólumes porque anidan en lo más profundo de nuestra idiosincrasia. Ni a tiros nos las va a quitar ese puñetero bicho. Al igual que acabamos de comprobar que nos encantaba y nos sigue encantando salir a la calle a disfrutar del sol, en las próximas semanas comprobaremos también que continuamos amando reunirnos para comer y beber junto a familiares y amigos.
Vestiremos mascarillas y puede que haya cola para lavarse las manos en el baño, sí, pero las viandas y las risas compartidas no pueden desaparecer. Juntarse alrededor de una mesa es una tradición universal y que comparten, que yo sepa, todas las culturas habidas y por haber. Y eso gusta en extremo en nuestro diverso país. Por eso, permitir las reuniones de hasta diez personas a partir de la fase 1 -es increíble que hablemos así, pero es lo que hay- es, de largo, la mejor decisión que ha tomado el Gobierno desde que empezó la crisis.
Puede que, contagiados del temor al contagio, al principio no sepamos cómo actuar. Habrá cierta incomodidad y quizás situaciones un tanto estrambóticas. Luego venceremos los recelos y seremos simplemente naturales
Hay que reconocer, en todo caso, que va a ser extraño volver a compartir mesa y mantel. En primer lugar, porque el propio virus y los poderosos nos han contaminado también la mente. Puede que, contagiados del temor al contagio, al principio no sepamos cómo actuar. Habrá cierta incomodidad y quizás situaciones un tanto estrambóticas. Luego venceremos los recelos y seremos simplemente naturales, como toda la vida se ha vencido la timidez primigenia en casa de los suegros.
El segundo gran problema para las reuniones venideras es una cuestión de espacio. Hace falta vivir en una mansión provista de salones como los de Sissi Emperatriz o tener una terraza propia de un restaurante de bodas para poder reunir a diez personas que estén separadas por la distancia de seguridad. Si en el encuentro hay algún niño tan movido como el nuestro, mantenerse separados será imposible.
Esas dos dificultades son, en realidad, minucias en medio de semejante drama colectivo. Como suele decirse, en peores plazas hemos toreado. Y, además, creo que en esta fase 1 los policías no se van a meter en nuestros hogares para vigilarnos. Solo habrá que tener cuidado con los vecinos delatores.