Utilizan una singular técnica en el hospital de Santander -y en otros muchos, claro- para "pronar" a los pacientes de covid que se encuentran en la UCI. Es decir, para girarlos con el fin de que el oxígeno fluya mejor por sus maltrechos pulmones. Básicamente, los rodean con almohadas y sábanas, hacen una especie de "rollito" con cada afectado y, entre cinco personas, los dan la vuelta ayudándose de la ropa de cama. Así lo cuenta una de sus sanitarias, que confirma que la epidemia ha vuelto a incrementar la carga de trabajo.
El verano comenzó con una campaña gubernamental que alentaba a los turistas a viajar a España; y ha terminado con confinamientos selectivos en varios puntos de España. Han hecho tanto ruido los representantes públicos y los tertulianos en los últimos meses que cuesta incluso tener certezas sobre la propia enfermedad. Me hablaba la persona que citaba en el anterior párrafo del intubado, que es el procedimiento que se sigue con quienes son conectados a un respirador. La técnica no es muy agradable, pues hay que intervenir la tráquea y eso no todo el mundo lo aguanta de la misma forma. En algunos casos, de pacientes que llevan muchos días ingresados, se practica una traqueotomía.
"Todavía hay imbéciles que sostienen que el virus es un invento", dice esta persona
Leía el otro día una entrevista a un veterinario que afirmaba que en su gremio llevan 90 años trabajando con coronavirus y todavía no han encontrado una vacuna efectiva. ¿Y si ocurriera igual con la covid? ¿Y si la normalidad fuera un imposible que no volveremos a alcanzar? Quizá haya costado hacerse una idea de que esta posibilidad existe, pues el verano confunde, dado que los paisajes habituales lucían con la misma belleza y las vacaciones conducen irremediablemente hacia la despreocupación. Por otra parte, la propaganda gubernamental nos dijo que saldríamos más fuertes de esta situación y los periodistas científicos más crédulos hablaron de que el calor podría matar al virus.
Nada de eso ha pasado y la segunda oleada adquiere cada día una mayor altura. Hace unos días, en el citado hospital, un hombre guineano de unos 50 años se despedía de su mujer a través de una cámara, pues no pudo hacerlo en persona por miedo a contagiarse del patógeno que la había derrumbado. Quizá no haya sensación más dolorosa que la de saber que nunca volveremos a tocar ni a notar el aliento de quienes queremos. En esas circunstancias, uno nota cómo hay fibras que se desgarran dentro como si alguien abriera la carne con las manos. La situación se produce cada día en los centros médicos de España desde el pasado marzo, donde los pacientes mueren de manera telemática.
Da la impresión de que el sufrimiento se ha orillado en los medios de comunicación, en detrimento de los mensajes de los representantes gubernamentales, que son a la verdad lo mismo que 2020 a la armonía. Tal es así que el propio Pedro Sánchez afirmó el pasado sábado, en una entrevista en La Sexta, que "el confinamiento no existió". Seguramente, le traicionó el subconsciente y lo que quiso decir es que, a partir de mayo, las medidas se relajaron, pero el propósito de la frase fue el mismo: tratar de camuflar la realidad a la ciudadanía. Es decir, hacer ver que la situación no fue tan drástica ni dramática como en realidad se reprodujo.
Suavizar la pandemia
Ahí está el quid de la cuestión, pues la estrategia del Ejecutivo y de sus homólogos autonómicos desde que apareció la enfermedad ha sido la de intentar suavizar la situación o el de mirar hacia otro lado hacia sus consecuencias. Al principio, las autoridades sanitarias se negaban a hacer autopsias a los muertos por neumonía que resultaban sospechosos. Posteriormente, se retrasó la aplicación del Estado de alarma porque, casualmente, aquí hasta después del 8-M parece que nadie cobró o quiso cobrar conciencia del riesgo de la covid.
En las semanas posteriores, los informativos de la televisión pública -y de algunas privadas- intentaron quitar hierro al confinamiento y a la ruina que provocó en muchas empresas. Lo hicieron con reproducciones continuas del 'Resistiré', del Dúo Dinámico, y con bromas pesadas como aquella serie de TVE en la que se relataba lo divertido que era no poder salir de casa. En éstas, llegó mayo y alguna mente preclara se inventó la más lamentable campaña de publicidad institucional de los últimos años. La que decía que "salimos más fuertes". No hace muchos días, el lema lucía en las pantallas de la sala de prensa de Moncloa.
Salvador Illa ofrecer plazos sobre las primeras campañas de inmunización de la población de riesgo, pero lo hace con la precisión de quién elabora el calendario zaragozano"
La realidad es que el futuro está cubierto por espesas nubes negras y que no existen grandes certezas sobre la efectividad de las vacunas. Entre otras cosas, porque nadie sabe a ciencia cierta el comportamiento del virus ni las mutaciones que adquirirá. Puede Salvador Illa ofrecer plazos sobre las primeras campañas de inmunización de la población de riesgo, pero lo hace con la precisión de quién elabora el calendario zaragozano. Es decir, podría ser, pero seguramente no sea.
Mientras tanto, los hospitales se han llenado progresivamente durante las últimas semanas y hay decenas de familias que ni siquiera han podido mirar a la cara de sus seres queridos para tener esa última imagen antes de despedirse. Algunos, han podido celebrar hace poco el funeral de los que murieron en abril. Probablemente, todo esto sea menos importante que la negociación de los Presupuestos con ERC, a la que tanto espacio conceden las insoportables tertulias mañaneras. Pero a buen seguro que lo que hay detrás de esas muertes, que es el covid, afecte mucho más a nuestras vidas en los últimos meses. O años.
Nadie garantiza la vuelta a 2019
Porque, a día de hoy, nadie garantiza que en los próximos años podamos volver a ganar ese anhelado 2019. O, yo qué sé, ese día de enero de 2020 en el que cenábamos despreocupados y sin mascarilla, hacíamos planes de futuro, el fútbol se jugaba con público, se miraba a China con cierta incredulidad y El País titulaba: "El turismo español acaricia su techo". Ya no hay grandes noticias en nuestras vidas. Incluso el verbo de ese titular ha sido proscrito.
Uno tiene la sensación estos días de que se le ha escapado algo fundamental y que no va a recuperar, por más que corra, pues no está en sus manos"
Como le ocurrió al pobre guineano que vio morir a su mujer a distancia, y como pasa cuando en cualquier relación humana el desamor o el desengaño le afecta sólo a la mitad de las partes, uno tiene la sensación estos días de que se le ha escapado algo fundamental y que no va a recuperar, por más que corra, pues no está en sus manos. Es como caminar en dirección contraria por unas escaleras mecánicas. La normalidad se ha ido y, con ella, muchas de las certezas del día a día y las previsiones de futuro. Como en 'El desierto de los tártaros', nos podemos acostumbrar a vivir en esta nueva realidad, muy alejada del mundo feliz que conocimos, pero, en realidad, nunca fue lo que quisimos.