Opinión

Usted también es culpable de la ruina de España

¿Acaso el trabajador de un taller, un supermercado o un bar considera que su situación va a mejorar por el hecho de que abaraten el precio del cine a sus padres o paguen la mitad del Interrail a sus hijos?

El mundo sería mucho mejor si funcionara la fórmula que propuso el hermano de Alberto Garzón. ¿Que falta dinero en el mercado? No hay problema, se imprime más y se reparte entre los pobres para que puedan pagar la hipoteca, comprar un televisor de 60 pulgadas y veranear en Punta Cana. Es una lástima que los seres humanos optaran desde su origen por otorgar más valor a lo escaso que a lo abundante. Si existiera en la naturaleza más oro que barro, los lingotes dorados se utilizarían para calzar las sillas. Del mismo modo, si los bancos centrales fabricaran trillones de euros en billetes, el papel valdría más por su peso que como moneda de cambio. Lo que puede encontrarse en la naturaleza con un simple vistazo, suele ser barato. Por eso, los metales preciosos son tan cotizados. Por eso, los tontos se pagan con calderilla.

Eduardo Garzón es doctor en Economía, lo cual podría servir para explicar el porqué la mayoría de las universidades españolas son instituciones sin brillo ni interés, que ni impulsan talento ni sirven de refugio moral durante las crisis. Razonamientos como el del hermano del ministro de Consumo deberían chirriar en cualquier institución de educación superior. Porque son tan erróneos como afirmar que la tierra es plana o que las estelas blancas que cruzan estos días los cielos son lanzadas por aviones que, mediante químicos, modifican nuestro comportamiento. ¿Por qué este pseudo-keynessianismo populista tiene tanto arraigo entre los 'intelectuales' patrios, hasta el punto de llegar a creer que la inflación es buena para los pobres? En la respuesta está la causa del problema.

Todas las estupideces conspiranoicas que lanzan tienen sus seguidores. Ágrafos y analfabetos han existido en todas las sociedades. Lo que sucede es que, en tiempos de dificultad, los individuos suelen acercarse peligrosamente a ese terreno, que es el de lo irracional, y prestan mucha más atención a este tipo de chamanes que en momentos de bonanza en los que las cornucopias lucen abarrotadas sobre las mesas. Por eso son tan peligrosas las campañas electorales en períodos de incertidumbre como éste.

El peronismo o el chavismo no habrían empapado a dos países enteros sin la existencia de ese malestar previo y sin la irresponsabilidad e ignorancia de quienes pensaban que sus gobernantes iban a ejercer como genios de la lámpara. Es decir, como cumplidores de sus deseos y liberadores de sus problemas. Hay una máxima que no conviene olvidar en estos casos, y es la que defendió Cioran: "han hecho más daño a la humanidad los idealistas que los ladrones". Los segundos actúan a pequeña escala y generan daños muy localizados. Los primeros visten con vitola de salvadores mientras generan grandes desastres.

La tómbola del Consejo de Ministros

Así que ha llegado otra campaña electoral y el Consejo de Ministros se ha transformado en una especie de tómbola en la que se reparten todo tipo de regalos entre los ciudadanos. Habrá quien los reciba con alegría, al pensar que cualquier prebenda podría aliviar su situación tras meses de subidas del precio de los alimentos y el encarecimiento de sus hipotecas. ¿De veras hay un pensamiento más irreflexivo que ése? ¿Acaso el trabajador de un taller, un supermercado o un bar considera que su situación va a mejorar por el hecho de que abaraten el precio del cine a sus padres o paguen la mitad del Interrail a sus hijos?

Lo mismo ocurre con quienes consideran que los cheques culturales de 400 euros, las hipotecas vitales de 20.000 euros o la rebaja del abono de transporte en 30 euros mensuales van a generar riqueza. Son promesas que se definen como 'electoralistas' porque se plantean para ganar las elecciones, pero también para volver a medir la inteligencia del español medio. Y las urnas han demostrado en demasiadas ocasiones que no está la cosa para tirar cohetes. ¿Cuántos votaron a Pablo Iglesias porque consideraron que iba a repartir entre el pueblo el dinero de la casta? ¿Cuántos ciudadanos se dejan engatusar a la mínima promesa en metálico?

Todo este espectáculo patético no es diferente al que describió Eduardo Garzón en su famoso mensaje. Al final, todo lleva a gastar más de lo que se debe para repartir la pobreza, a cambio de incrementar el número de votos. Es aquello del peronismo, de repartir subsidios y sueldos públicos entre millones de personas para que nos voten, dado que así el Estado se convierte en el sustento de todos ellos. En el benefactor. En el cocinero de la sopa aguada que se reparte entre el pueblo. Que no es nutritiva, pero que evita la desesperación asociada al hambre. Lo peor de todo esto es que el Partido Popular también suele sumarse a todo esto. Así se engordan nichos de votantes cautivos -con un sueldo- y así se fortalece a partidos bisagra que no conocen el interés general... ni les interesa.

Falta de responsbailidad

Sería mucho más efectivo que alguien propusiera seriamente un ajuste del gasto para poder reducir la carga impositiva que afecta a los propietarios de las pequeñas y las medianas empresas, que son los que generan trabajo e introducen a los ciudadanos en el mercado, en el cual tienen más posibilidades de prosperar que si se convierten en esclavos de rentas básicas universales. Lo que ocurre es que esa medida sería racional; y en sociedades cada vez más entregadas a la desesperanza, como es la española, generaría menos réditos electorales que las promesas rimbombantes.

No hace falta disponer de grandes conocimientos de economía para concluir que nada es gratis. Todo tiene un valor y un coste. Cualquier inversión del Estado que no contribuya a generar riqueza, tenderá a conseguir lo contrario. Es el santo y seña de las sociedades desarrolladas. Las que tantas veces se desvían del camino correcto y se entregan al populismo, al clientelismo y a lo irracional.

Pero tan culpables son quienes proponen esos dislates políticos como quienes deciden su voto en función de las 'ayudas' que les prometen, en lo que constituye el acto de mayor ignorancia, pereza y -también- maldad de la vida pública. Porque quien piense que el Estado debe resolver 'lo suyo', se equivoca. Sencillamente, ha enfocado su vida de la manera errónea y ha comenzado a creer en héroes inexistentes. Y quien crea que Pedro y Yolanda van a llenar la cuenta corriente de millones de españoles, pero, a la vez, garantizar que las empresas consideren atractivo este país y los servicios públicos y las infraestructuras estén a la altura, no tiene ni pajolera idea. Está aplicando el 'razonamiento Garzón', que es falso y risible.

Por tanto, antes de votar, convendría hacer examen de conciencia y propósito de enmienda tras plantear la siguiente pregunta: ¿Soy en realidad un 'recoge-nueces'? Porque esa complacencia también es parte del problema. Y esa credulidad con las promesas electorales, sin duda, interesada. Renunciar al esfuerzo y a la esperanza hace sociedades peores. Y quienes tratan de encaramarse al poder a partir de promesas de derroche, deberían hacerse vendedores de concesionario de motocicletas o de viviendas. Su poder de convicción generaría beneficios a sus empresas y no arruinaría países enteros.

Apoya TU periodismo independiente y crítico

Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Haz tu aportación Vozpópuli