Opinión

Decíamos ayer…

El expresident de la Generalitat padece un ataque de cuernos tremendo. Los medios de comunicación, volubles cual veletas, tienen centrada su atención en la cárcel de Estremera y en la

  • El líder de ERC y miembro de Junts pel Sí, Oriol Junqueras, junto al presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont.

El expresident de la Generalitat padece un ataque de cuernos tremendo. Los medios de comunicación, volubles cual veletas, tienen centrada su atención en la cárcel de Estremera y en la persona del que fuera su vicepresidente. Lo real parece estar ganándole la batalla a lo ficticio, así como el acto de contrición a la intemperancia verbal.

Nada mejor para el sosiego que el silencio del presidio

O lo que es lo mismo, meditar en el edificio de la prisión física deviene en recordar las cosas que lo han llevado a uno allí. Tienen los barrotes muchas crujías y lamentos, pero también poseen la virtud de dar a la persona tiempo, ese tiempo que la vida ajetreada – en especial la de un político – suele negarnos. Oriol Junqueras, en su deposición ante el juez Llarena ha dicho que, debido a sus convicciones religiosas, es un hombre de paz. In hoc signo Vinces.

En ese terreno místico se ha movido el líder de Esquerra a lo largo de todo este tiempo en el que ha permanecido encarcelado. Su devoción no es ni criticable ni elogiable. Cada uno rece lo que sepa a quien quiera y, si no cree, con su pan se lo coma. Lo que llama poderosamente la atención es la exhibición constante que hace Junqueras de su catolicismo, como si eso fuese una especie de justificante que lo excusase de cualquier sombra de sospecha. Mientras Carles Puigdemont se ampara en frases ampulosas como el mandato histórico o la voluntad de un pueblo, el cesado vicepresident recurre a la humildad franciscana del creyente de misa diaria, sencillo, sin otro deseo que la paz en el mundo y el entendimiento entre los seres humanos.

Ambos pretenden que la justicia haga borrón y cuenta nueva con respecto a los cargos que se les imputan. Aducen su condición de diputados electos el pasado 21-D y requieren de los jueces que se les facilite la asistencia a los plenos, que los puedan investir como presidentes, que les den la razón. Uno, Puigdemont, desde Bruselas y otro, Junqueras, desde la cárcel, defienden la curiosa tesis de que el cargo coloca al elegido por encima del obligado cumplimiento de las leyes. El fugado President lo hace atacando a una España que califica de franquista, autoritaria, represora y corrupta; el otro, más listo, deja que esas barbaridades las digan correligionarios de su partido como Gabriel Rufián o Joan Tardá, reservándose para si el papel del santo que solo busca la fraternidad.

No cabe duda que Junqueras es mucho más hábil que Puigdemont. El líder de Esquerra asumió ir a la cárcel y desde allí no ha dejado de enviar mensajes aparentemente conciliadores, sabedor que la sociedad catalana lo que necesita más urgentemente no son proclamas sino calmantes. Su estrategia es aparecer frente al electorado convergente como alguien razonable, tanto o más separatista que nadie, pero con la tozuda socarronería de un párroco del Empordà. Ese es un rol que nadie puede disputarle a Junqueras a día de hoy, el de encarnar a un Don Camilo, el célebre personaje creado por Giovanni Guareschi, un sacerdote italiano antifascista pero conservador, capaz de medirse con el alcalde de su pueblo, el fiero comunista Peppone, mientras echa una charlita con Nuestro Señor Jesucristo clavado en la cruz.

El republicano definió su ideología de manera tan ambigua como sugerente cuando dijo que el junquerismo es amor"

La clientela convergente está un poco cansada del funambulismo que le llega de Bruselas y quizás apreciaría algo de la retranca de Junqueras. No en vano, el republicano definió su ideología de manera tan ambigua como sugerente cuando dijo que el junquerismo es amor. Recuerda mucho a lo que decía Jordi Pujol a propósito de convergencia, cuando la definía como algo más que un partido, refiriéndose a ella como un movimiento, una manera de hacer. León Degrelle también dijo de su partido, el Rex, que era un estado de las almas. Cuanta indefinición si no se quiere decir lo que son realmente las cosas.

El maestro que repite las viejas lecciones no es buen maestro

Porque ese es el meollo del asunto. El magistrado pone en tela de juicio que las cavilaciones del preso Junqueras le hayan hecho rectificar. No tiene claro que desista en sus propósitos en caso de dejarlo en libertad bajo fianza. Lo cierto es que la chulería de algunos de sus conmilitones no ayuda demasiado en favorecer la duda razonable respecto a las intenciones del líder de Esquerra. Los políticos separatistas viven desde hace tiempo, todos, en una misma cárcel, la de sus palabras. Se han hinchado como un globo con sus declaraciones desafiantes, provocadoras, y ahora no saben cómo tascar el freno.

El mismo Junqueras afirmaba que la república estaba cerca, que la fuga de empresas – recuerden, era el responsable de economía en el gobierno cesado de la Generalitat – era mentira, que el Estado se avendría a pactar, que la independencia no iba a costarle un duro a los catalanes, por citar tan solo algunas de las mentiras que iba repitiendo una y otra vez. Ahora, con los resultados palpables en la mano, solo le queda desdecirse y reconocer su tremendo error o seguir insistiendo en su proyecto insensato, lo que lo conduciría de nuevo al punto en el que se halla.

¿Puede retractarse de sus actos y sus bravatas? Claro que puede. Diría incluso que, si tan creyente es, debería contemplar el acto de contrición como un hecho sublime, que serviría de ejemplo para los que creyeron a pies juntillas en ese decorado de teatrillo barato que han estado vendiendo a la masa ilusa. No basta con decir que este no era el momento apropiado, que acata el 155 o que hay que explorar otros caminos. El arrepentimiento debe proceder siempre de un sincero ejercicio de autocrítica o no es digno de ser considerado como tal. Si Junqueras sale de la cárcel con tan exiguos razonamientos, tales como sus convicciones religiosas y su buena fe, mucho nos tememos un alud de conversiones al catolicismo entre la población reclusa.

No sirven las lecciones con las que han querido silenciar a aquellos que discrepábamos de las bondades de esa hipotética independencia, es preciso ir más allá y proclamar por boca de los protagonistas del proceso separatista que todo no ha sido más que una colosal fuga hacia adelante para tapar la tremenda corrupción nacionalista y los procesos a los que se enfrenta en los juzgados.

La política no debería ser una discusión puramente teológica acerca del sexo de los ángeles, sino la reflexión intelectual y sesuda acerca de la sociedad y sus problemas y de cómo hallar las mejores soluciones para resolverlos"

Decir eso no serviría para que la carrera política del ex Vicepresident tuviera mucho recorrido entre las filas de los obcecados, ciertamente, pero sería en cambio de una ayuda extraordinaria en la reconducción de la vida pública catalana hacia caminos de normalidad y sosiego. Los discursos empleados hasta ahora ya no son útiles para nadie, y mucho menos para quien está experimentando en sus propias carnes la insensatez de los mismos. En los partidos catalanes es preciso hacer limpieza a fondo, y no hablo tan solo de los independentistas. El proceso ha dejado un lodazal tan pútrido e infecto que hay que desembarazarse de sus miasmas, abrir las ventanas de par en par y ponerse a hablar de la realidad en lugar de los delirios supremacistas que han sido el único eje de discusión a lo largo de estos malhadados años.

Si fácil era para la ex convergencia o para la misma Esquerra esconderse bajo la manta de lo bien que irían las cosas en una Cataluña separada del mundo, no lo ha sido menos para aquellos que solamente tenían que responder a tal argumentario con la ley. Un nivel muy bajo de dialéctica, si me lo permiten. La política no debería ser una discusión puramente teológica acerca del sexo de los ángeles, sino la reflexión intelectual y sesuda acerca de la sociedad y sus problemas y de cómo hallar las mejores soluciones para resolverlos. No hay muchos partidos catalanes que sepan hacerlo, acostumbrados como están a pasarse la vida hablando de banderas, idiomas, sentimientos de pertenencia y otras entelequias que de nada sirven a los parados, a los pensionistas, a los jóvenes, a quienes tan solo aspiran a vivir en paz, con justicia y ley en una sociedad organizada y digna.

Ninguna de las viejas lecciones, insistimos, tienen ya la menor validez. Habrá que cambiar el paradigma de la discusión política, abandonando tanto armatoste farragoso de patrias catalanas. Junqueras bien podría servir en ese empeño. Pero dudamos mucho que lo haga. Al fin y a la postre, entre tanto amor y tanta paz no deja de ser un político y esta gente, ya lo sabrán ustedes, solamente saben ir a lo suyo.

Miquel Giménez

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