Es desde la más absoluta calma cuando uno afronta sus decisiones con mayor convicción.
Este viernes fue un día de esos en el Congreso. En los alrededores se veía revuelo, algo más del que atrae siempre las cámaras de televisión allí apostadas. Los que pasaban frente a los leones se quedaban a fisgonear y a ver si ya se confirmaba la noticia, que Mariano Rajoy dejaba de ser presidente del Gobierno. Dentro, en los escaños de los diputados socialistas, los responsables de presentar una moción de censura contra Rajoy, apenas había euforia, sí, en cambio, una alegría calmada, una especie de paz.
Pedro Sánchez logró reunir el apoyo parlamentario suficiente para tirar adelante con la moción de censura. Después de que se oyeran los 180 síes en la Cámara, los aplausos no eran de una alegría exultante, y los del no tampoco mostraron una actitud desesperante propia de los sumidos en una derrota. Nada agitaba con demasiado ímpetu la sala y casi todos parecían encajar el nuevo escenario político. Lo dijo Soraya Sáenz de Santamaría ante el paternalista, imprevisto y agrio acercamiento de Juan Carlos Monedero a las puertas del Congreso: «A mí no me alegra de que lleguéis, pero esto es la democracia».
Con la exitosa maniobra de la moción de censura, Sánchez ajusta cuentas con todos aquellos que no confiaban en su capacidad
Nada ni nadie había logrado hacer caer a Mariano Rajoy en sus más de 30 años de carrera política, en la que había ido escalando a base de evitar riesgos. Ni su falta de carisma, ni los casos más turbios en su partido, ni Cataluña, le habían debilitado tanto en seis años como para hacerle perder poder. Pero estas semanas nadie lo defendió con fervor tras conocerse la sentencia del caso Gürtel. El partido que él dirige acababa de ser condenado por montar un “auténtico y eficaz sistema de corrupción institucional a través de mecanismos de manipulación de la contratación pública central, autonómica y local", y su testimonio en el juicio no fue verosímil. Con todo, ni siquiera esa demoledora sentencia le derrumbó, aunque se vislumbrara un final durísimo. Sostuvo que “esa manía de convocar elecciones o mociones de censura” son intereses de partidos, y que “eso de la credibilidad es algo relativo”.
En poco menos de dos años, Pedro Sánchez ha sobrevivido al parricidio de aquel aciago Comité Federal de octubre de 2016, después de entregar su acta de diputado por no querer apoyar la abstención en la investidura de Rajoy, ha derrotado a Susana Díaz y se ha hecho con La Moncloa. Puede interpretarse todo como, eso, una supervivencia, o bien como una coherencia con la responsabilidad encomendada. Esa lista de decisiones han sido las que le han hecho escalar en su breve carrera política al asumir todos los riesgos.
Es cierto que va a gobernar habiendo sido el cabeza de los peores resultados del PSOE en unas generales. Ni tan solo es diputado. Tampoco presidirá el Congreso, y deberá encarar la mayoría absoluta del PP en el Senado. Pero ha hecho uso de los instrumentos del sistema democrático para gobernar. Es la mejor forma de ajustar cuentas con todos los que no confiaban en su capacidad. Bien, ahora tiene por delante año y medio para cruzar la travesía que le espera y responder a la altura de las exigencias de los que algún día le pueden de nuevo votar.