Opinión

Devoción a la mascarilla, dogma secular

Me gustaría ver a los devotos de la ciencia y el cubrebocas manteniendo un debate serio sobre los fundamentos filosóficos de la existencia de Dios

  • Una persona con mascarilla.

El pasado viernes no me vieron por estos lares, me encontraba de vacaciones, pero- les seré sincera- estuve muy tentada de enviar una columna. Me supuso un esfuerzo titánico no escribir algo contra el torpedeo anticlerical que arreció durante toda la Semana Santa: los clásicos reportajes sobre la relación de Jesús con María Magdalena, risitas con la anécdota sobre la ocultación a Charlton Heston de una trama homosexual durante el rodaje de Ben-Hur o, lo más ingenioso de todo, el recordatorio de que Cristo fue condenado por las autoridades romanas y no por los judíos. Jaque mate, católicos.

Por todas estas chorradas no me habría sentado delante del teclado, provocan hasta ternura. Con algo tienen que entretenerse, criaturas. Lo que me tocó la fibra fue la miríada de comentarios en redes sociales pontificando sobre lo anti-científico que resulta ser creyente. “Parece mentira, en pleno siglo XXI”. Todavía no he decidido qué me parece más deplorable de estas gentes: su escasa cultura científica o su nulo conocimiento sobre los problemas filosóficos más elementales. Si no cojearan en alguno estos dos saberes serían conscientes de que los argumentos a favor o en contra de la existencia de Dios nada tienen que ver con la ciencia.

Comprenderán ustedes las ganas irrefrenables que me entraron de escribir en esta sección sobre los límites y alcances del método científico, detallando la proporción de científicos que son -a su vez- creyentes, destacando que el formulador de la teoría del Big Bang fue un sacerdote católico o dejando caer el dato de que casi todo el esfuerzo filosófico de Kant se orientó a evitar el fundamentalismo cientificista que hoy nos aqueja y que tan sabiamente supo anticipar. Mil argumentos más se me ocurrieron y rechacé finalmente enumerarlos en una columna, pues me dije: “¿y para qué? A los ya convencidos sólo les pondrás de malas en la semana menos apropiada para estarlo, y los demás son creyentes acérrimos y fervorosos de su no-fe. O de su fe en lo que ellos creen, equivocadamente, que es la ciencia. Vade retro, teclado, me voy de excursión con la familia.”

Los mismos que hace una semana edificaban altares a la ciencia, divinidad  secular, mantienen el cubrebocas, muchos incluso en exteriores

Y hete aquí que llega el día 20 y, ¡por fin!, nos liberan de las mascarillas en interiores. Algo bueno debía de tener la pifiada con Marruecos y la inflación galopante, el gobierno ha querido distraernos con algo que pensaron que nos haría lanzar gritos de alegría. Han errado el tiro. Los mismos que hace una semana edificaban altares a la ciencia, divinidad  secular, mantienen el cubrebocas, muchos incluso en exteriores. Los del dato mata a relato, los devotos de un esperpéntico método científico que existe sólo en sus cabezas continúan usando reverencialmente el trapo lleno de bacterias que, por lo visto, les protege frente a una muerte fulminante por coronavirus.

Cada uno acaba creyendo en lo que le da la real gana y así lo defiende, por fortuna -y milenios de civilización acumulada- nuestra constitución. La diferencia fundamental entre uno y otro tipo de creyente es que de algunos sí se puede decir que lo suyo es mera superstición, fruto entre otras cosas del terrorismo informativo. Ya me dirán si no por qué resulta seguro quitarse la mascarilla en el bar cuando te han traído una cerveza, pero para entrar en Mercadona es mejor llevarla puesta.

Algunas de las creencias de los católicos, por el contrario, son dogmas reconocidos y asumidos como tales por los fieles. Sabemos que ciertos aspectos de nuestra fe van contra la lógica más elemental, como el dogma de la Santísima Trinidad o el de la resurrección de Cristo. Por eso lo llamamos fe y no saber. Más allá de estos elementos concretos, la Iglesia Católica posee una tradición filosófica milenaria de la que, por cierto, nuestra civilización actual es clara heredera.

Me gustaría ver a los devotos de la ciencia y el cubrebocas manteniendo un debate serio sobre los fundamentos filosóficos de la existencia de Dios, sobre teoría del conocimiento o filosofía de la ciencia contra algún doctor en filosofía católico. No caerá esa breva, por supuesto. Los carnets de sabio están repartidos desde hace tiempo y es dogma de fe secular que alguien que cree en Dios es, evidentemente, un imbécil redomado. Amén.

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