Opinión

El día que el 'brexit' salvó a Europa

El 'brexit' ha sido una ducha de agua fría para la extrema derecha eurófoba. ¿Qué país querría pasar por lo que está pasando Reino Unido?

  • Theresa May, junto a Donald Tusk

El cielo se nubló gris el día que los británicos votaron 'leave'. Se encendieron algunas alarmas y muchos temieron el efecto contagio. La crisis del euro había debilitado Europa desde el Sur y desde la izquierda; la crisis de los refugiados, desde el Este y la derecha. Con estos antecedentes, la salida de Reino Unido podría haber sido un auténtico terremoto político en el continente. Tres años después, el europeísmo toma aliento: el brexit tal vez se convierta en el antídoto que necesitaba Europa. Al menos, así lo ha querido ver Donald Tusk.

El brexit está a punto de convertirse en la mayor crisis de la historia reciente de Reino Unido. Incertidumbre política, parálisis en las políticas. El debate público monopolizado. Esquizofrenia en el Parlamento. La sociedad dividida y enfrentada. La economía temblando. La libra inestable. Dimisión de dos primeros ministros. Debacle del partido antes hegemónico. Ninguneados internacionalmente. Sin socios de confianza (más allá de Trump). Tensión irresoluble en Irlanda del Norte. Riesgo de secesión en Escocia. Y un futuro grisáceo, ennegrecido. Separo con puntos cada uno de estos aspectos porque todos ellos merecen un instante de pausa y reflexión.

Los británicos han abierto la caja de Pandora y ahora es demasiado tarde para cerrarla. Flaco favor le han hecho a Reino Unido los aires de grandeza, que todavía se veía como una potencia imperial de gran influencia internacional. Las primeras reuniones de Theresa May con Modi (India) y Trump (EE. UU.) fueron reveladoras: el nuevo orden mundial ha colocado en el lugar que le corresponde a un país de su peso demográfico y económico. Su única alternativa es entregarse a los brazos de Trump, cuyo poder de negociación será imparable en caso de brexit duro.

El 'brexit' ha conseguido unir a los líderes en un frente común y mostrar las consecuencias desastrosas del populismo. Hasta Le Pen ha rectificado su histórica demanda de salida del Euro

El mundo ya no es el que fue. Las potencias europeas ya no son las que fueron, al menos no por separado. La pérdida de poder relativo es un hecho, lo sabíamos desde hace mucho. Cada día que pase será más complicado tratar de tú a tú a China, EE. UU., India o Rusia: el caso Google y Huawei solo es una muestra de las nuevas dinámicas globales. Da igual que te avale la libra, la Commonwealth, un asiento en el Consejo de Seguridad o dos siglos de hegemonía anglosajona. No es suficiente, ni siquiera para Reino Unido. El discurso nacionalista de la extrema derecha europea es una quimera, y el brexit es la mejor prueba de ello.

La derecha populista ha demostrado no solo ser éticamente reprobable, sino ser además inviable. Sus propuestas, eslóganes simplistas que funcionan bien como fake news o para embarrar Twitter, no pasan, sin embargo, la prueba de la compleja realidad. No sirven soluciones fáciles a problemas difíciles. El brexit ha sido una ducha de agua fría para la extrema derecha eurófoba; ¿qué país querría pasar por lo que está pasando Reino Unido? Casualmente, Le Pen ha rectificado su histórica demanda de salida del Euro.

Las opciones eurófobas más radicales se desdibujan, el eje se mueve entre nuevos extremos: Europa federal o Europa de las naciones. Las elecciones europeas han sido el primer examen y los partidos europeístas han ganado con solvencia. Ha aumentado la participación, los euroescépticos han crecido menos de lo esperado, están divididos y no suponen una alternativa sólida. El brexit ha conseguido unir a los líderes en un frente común y mostrar las consecuencias desastrosas del populismo. Reino Unido, además, ha torpedeado sistemáticamente toda ambición federalista; sin ellos, se abre la puerta a una mayor integración.

El nuevo orden mundial ha colocado al Reino Unido en el lugar que le corresponde por su peso demográfico y económico. Su única alternativa es entregarse a los brazos de Trump

Pero no hay lugar para demasiado optimismo, el mundo está cambiando y su devenir nos deja numerosos antagonistas para una Europa federal. El nacionalismo populista o iliberal ha ganado en Reino Unido, Francia, Italia, Hungría y Polonia; Putin, en su línea habitual, sigue sus acciones de sabotaje; y Trump está más empeñado que nunca en evitar una Europa unida: interfiere en la política británica, apuesta por Farage o Boris Johnson, presiona para un brexit duro y recientemente ha lanzado un ultimátum contra una posible unión en defensa.

Europa se encuentra en una situación delicada. No será capaz de afrontar los grandes retos -geopolíticos, medioambientales, sociales, económicos- sin una mayor integración. El brexit abre la puerta a este camino que estará lleno de obstáculos, enemigos y puertas cerradas. Veamos, por el momento, en qué dirección apuntan la nueva Comisión y el resto de altos cargos.

 

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