Opinión

El día del listón negro

Hoy, 23 de agosto, se conmemora en Europa el Día del Listón Negro. Las autoridades europeas y otras democracias mundiales decidieron dar recuerdo a las víctimas de dos de los

Hoy, 23 de agosto, se conmemora en Europa el Día del Listón Negro. Las autoridades europeas y otras democracias mundiales decidieron dar recuerdo a las víctimas de dos de los más terribles y despiadados regímenes genocidas, represores y despreciables de la Historia de la Humanidad.

Nos estamos refiriendo al nazismo y al estalinismo. La elección de ese día se debe a que, tal día como hoy, hace 78 años, ambos regímenes firmaron un inesperado tratado de no agresión entre asesinos, llamado pacto Molotov-Ribbentrop, que supuso de facto el inicio de la II Guerra Mundial, ya que permitía a Alemania liberar el flanco este para concentrar sus esfuerzos en el oeste, aparte de que establecía los términos para repartirse Europa entre ambos como si fuera un solar. 

El 23 de agosto de 1939 la Humanidad cruzó el listón negro, ya que a partir de ese día decenas de millones de personas murieron y otras tantas fueron víctimas fruto de la represión que estos dos regímenes genocidas cometieron.  Paradójicamente, dos años después se despedazaban mutuamente, y uno de ellos salió victorioso porque resultó ser “un aliado necesario” para reestablecer la paz.

Las alianzas entre aliados inesperados suelen provocar grandes desastres demográficos y económicos.

Tras la derrota nazi, el régimen estalinista ocupó el este de Europa y siguió cometiendo atrocidades varias décadas más, dejando una huella muy profunda en esos territorios, esos mismos que hoy parecen haberse convertido en el bastión de resistencia europeo frente a la amenaza que supone el islamismo radical. Las alianzas entre aliados inesperados suelen provocar grandes desastres demográficos y económicos.

La Historia nos muestra muchos ejemplos de aliados inesperados, y antes hemos dado dos ejemplos.  En nuestra historia reciente, si nos centramos en los conflictos que tienen como epicentro Oriente Medio, también vemos que ha habido, y hay, gran variedad de aliados inesperados y que además esas alianzas suelen tener características perecederas, produciéndose una constante incertidumbre a la hora de calificar a los “enemigos de la paz” en cada momento.

La situación es tan compleja, que el riesgo de que se cruce el listón negro es muy alto, con las terribles consecuencias que ello supondría.  Pudiera ser esta la razón por la que, en España, tras los atentados del pasado jueves, haya disparidad de opiniones en nuestra mediocre clase política, sobré quiénes son los enemigos del pueblo y quiénes son los que fomentan y financian sus causas asesinas. Sin embargo, mucho me temo que no es así, y si tenemos que hablar de disparidad es porque el sustantivo que define el comportamiento de esta clase política se acerca más a su compañero de prefijo, el disparate. 

En la sociedad suele haber enemigos encubiertos y declarados. En ambos casos cuentan con colaboradores necesarios inmersos en nuestra sociedad para hacernos daño, ya sea por acción o por omisión, a los que denominamos traidores. 

Sobre los primeros, hay muchas evidencias e investigaciones que los delatan, pero sin el necesario valor para admitirlo, ya sea por la presencia de intereses o por la posición de dominio que puedan ejercer, siguen campando a sus anchas. Sobre los segundos, no suele haber ninguna duda, ya que su calificativo los define muy bien, son aquellos que nos declaran abiertamente la guerra. Este es el caso del Estado Islámico. 

Los cargos institucionales de nuestra clase política han jurado lealtad a España, y si otra sociedad nos ha declarado la guerra, estos representantes tienen la obligación de defender a su país. 

En los últimos días hemos sido testigos de múltiples declaraciones rebosantes de estupidez. Aunque la palma se la lleva sin duda el ínclito consejero catalán que distinguía entre muertos españoles y catalanes, también hemos vivido cruces de acusaciones entre diferentes miembros de la clase política escudados por sus hojas parroquiales, creando un clima de crispación en la sociedad española sin precedentes. 

Debo calificar estos hechos de lamentables y de miserables a sus autores, cuando no traidores, máxime en un momento en el que todos los españoles, sin excepción, debemos estar unidos para luchar contra el enemigo real que sólo busca exterminarnos y colonizar nuestra tierra con sus idearios genocidas. Queramos o no, estamos en guerra, y cuanto más tiempo tardemos en aceptarlo más sufriremos las consecuencias. 

Por cierto, que toda nuestra clase política, especialmente la nueva, que ya se ha convertido en la casta que criticaban, debería tenerlo muy presente, porque el Código Penal establece penas de prisión para aquellos que, en tiempo de guerra, comunicaren o hicieren circular noticias o rumores falsos encaminados a perjudicar el crédito del Estado o los intereses de la Nación.

Asimismo, el lunes pudimos asistir al enésimo esperpento de esta clase política. Me refiero a la reunión del pacto contra el yihadismo, que una vez más sirvió para tirarse los trastos unos a los otros, contentar a sus respectivos acólitos, dar pábulo a los mal llamados líderes y, en definitiva, no tomar ninguna decisión relevante. 

Este pacto, en mi opinión, es totalmente innecesario, ya que, en circunstancias normales, y con unos representantes públicos normales, no habría que crear ningún pacto, porque todos los representantes institucionales tienen la obligación de luchar contra un enemigo que ha declarado la guerra al país, deben acudir a la llamada del gobierno de turno para ayudar a poner en práctica las medidas más eficaces que permitan ganar la guerra al enemigo y tomar las decisiones oportunas en el Parlamento. 

Todo aquel representante público que no cumpla con su obligación ante una situación de guerra, debe ser desposeído de su representación y castigado según establezca la Ley. Por lo tanto, lo que debe hacer el gobierno es convocar a los representantes en el Parlamento para tomar decisiones, y no promover pactos que no sirven para nada salvo para dividir a la sociedad.

Por cierto, que, fruto de los atentados, también hemos conocido un hecho que particularmente nos ha sorprendido a un gran número de españoles, y yo confieso que desconocía: la Comunidad Autónoma de Cataluña tiene delegadas las competencias de seguridad nacional y lucha antiterrorista. 

Con todos los respetos a las fuerzas de seguridad de Cataluña, que no tengo duda que han actuado de la mejor forma que han podido. Esto, es inadmisible, porque la seguridad nacional, y máxime en tiempos de guerra, debe ser dirigida por el Estado Central y todos los cuerpos y fuerzas de seguridad deben ponerse a disposición del Estado Central. Cualquier cosa distinta constituye una locura, y, sobre todo, una ventaja otorgada a nuestro enemigo.

Los hechos de los últimos días lo han demostrado, y debemos exigir a nuestros representantes que esta situación sea revertida inmediatamente, por el bien y la seguridad de España y sus ciudadanos. 

PD: Hoy les dedico el tema “Sorrow” de Pink Floyd.

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