El confinamiento nos ha instalado en una suerte de estado de duda más robusto que el estado de alarma propiamente dicho. La incertidumbre nos gobierna y nos golpea. En estos días tan novedosos como inexplorados no paramos de hacernos preguntas y muchas se quedan sin respuesta. Podemos escapar del encierro saliendo de casa de forma más o menos legal, pero no podemos huir de tantas cuestiones que pugnan por martirizarnos. De lo más simple hasta lo más filosófico, nos los planteamos casi todo porque casi todo ha cambiado o va a cambiar.
Por poner un ejemplo cercano, al ver a Pedro Sánchez este jueves anunciando que la reclusión va a durar hasta el 11 de mayo, me pregunté cómo estaría valorando el resto de la gente la gestión del Gobierno. Si me tuviera que fiar sólo de lo que se dice en algunos de mis grupos de WhatsApp, concluiría que el Ejecutivo de PSOE y Podemos está achicharrado por esta crisis y es ya una especia de zombi que deambula sin saber hacia dónde y que todavía no se ha dado cuenta de su propio óbito. Si, en cambio, me tuviera que fiar sólo de lo que leo en Twitter, apreciaría que, aunque hay mucha gente enfadada, el Gabinete de coalición lo está haciendo mejor que bien frente a un problema de semejante magnitud y ante una oposición sectaria e irresponsable.
Por suerte, la opinión pública es algo más que unos pocos guasaperos o tuiteros enfurecidos, lleven una bandera u otra. Así que para desentrañar este misterio me puse a buscar encuestas. Encontré dos sondeos recientes. Uno, publicado por La Sexta el pasado domingo, decía que el 60% de los españoles respalda la gestión del Gobierno. El otro, publicado por ABC el pasado lunes, decía que sólo el 27,7% de los ciudadanos considera que el Ejecutivo lo está haciendo bien. O la gente cambia muy rápido de opinión o los medios hacen las encuestas sólo entre sus seguidores o, simplemente y como ya hemos dicho aquí, es mejor no fiarse de las encuestas.
En realidad es mejor que cada uno tenga su opinión sobre el Gobierno y luego, cuando haya que votar, veamos qué dice la mayoría. Esto de la democracia es así de aburrido pero, con sus grandes errores, es el mejor sistema político que ha encontrado la humanidad (no por casualidad, lo inventaron los griegos). Lo digo, aunque sea una perogrullada, por si alguien también se hace preguntas inquietantes estos días sobre si sería mejor otro régimen político. En todo caso, las preguntas relevantes nada tienen que ver con la política.
Mejor no entramos en las cuestiones afectivas porque nos adentraríamos en esos debates angustiosos sobre la insoportable levedad del ser. No está el horno para tales disquisiciones
¿Quién arregla mi lavadora? Esa es la cuestión fundamental para mí. O sea, si se te rompe durante esta reclusión, ¿qué pasa? ¿Se puede llamar al servicio técnico que funcionaba antes o esas actividades no son de las "esenciales"? Si no encuentras a alguien y tampoco eres un manitas, como es el caso, ¿quién te saca de este apuro? ¿Se puede llamar a un vecino o vecina (rompamos los estereotipos de género) que sí tenga conocimientos al respecto? Si, para colmo, vives de alquiler, ¿te pones en contacto con los caseros o será una pérdida de tiempo porque su implicación supone contactar primero con un seguro y luego con alguna empresa que tenga algún acuerdo con dicho seguro cuando lo más probable es que ni el seguro ni la empresa estén funcionando estos días? ¿Hay opciones de comprar una y que te la coloquen?
Lo de la lavadora, por supuesto extensivo a cualquier otro electrodoméstico, resulta decisivo. Quizás sea la duda principal que hay que resolver para sobrevivir. Mejor no entramos en las cuestiones afectivas porque nos adentraríamos en esos debates angustiosos sobre la insoportable levedad del ser. No está el horno para tales disquisiciones. Pero hay preguntas algo más prácticas y bastante menos depresivas que todos nos hemos hecho ya y, me temo, nos seguiremos haciendo.
¿Hasta cuándo durará el confinamiento? ¿Qué pasa si cojo el coche y se me rompe o tengo un accidente? ¿Es mi trabajo uno de los "esenciales" o no y cómo se decide eso? ¿Volverán los niños al colegio este curso? ¿Habrá papel higiénico en la tienda? ¿Me mirarán bien esta vez en la farmacia cuando pregunte por si tienen ya mascarillas? ¿Por qué ahora se ve a muchos más hombres que antes en el supermercado? ¿Suspenderán o no la boda de mis amigos de este verano? ¿Nos ocultan algo sobre el verdadero origen de este puto virus? ¿Cuánta gente va a irse al paro? ¿Cuándo volverán la Liga y la Champions League? Etcétera.
Ya dijo el poeta que "no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo, / ni mayor pesadumbre que la vida consciente". Tenemos que ser conscientes de que, como decía al principio, muchas de esas cuestiones que se nos antojan trascendentales no tienen una respuesta cerrada porque dependen de unas circunstancias a la fuerza cambiantes. Así que nos toca aquello de ajo y agua. Y rezar para que no se estropee la lavadora, claro.