Opinión

Dicen las tertulianas que Daniel Sancho a lo mejor no es tan culpable

Daniel Sancho pasó una mala noch

Daniel Sancho pasó una mala noche en prisión el pasado miércoles, así que tuvo que pedir a un enfermero una pastilla para la ansiedad. Un trankimazinazo, remedio efectivo para los días agitados, en los que la conciencia, traicionera, reproduce con matiz dramático aquello que nos aflige, ya sea una pérdida, un traspiés laboral o... qué se yo, haber confesado a la policía que has lanzado al mar los trozos de un cirujano al que mataste y trinchaste. La verdad es que empastillarse ayuda en esos casos a ignorar los gritos del pájaro azul que vive enjaulado en las almas sucias.

Fuimos conscientes del estado de ánimo del 'chef' español -y de sus novedades capilares- porque así lo difundieron los medios nacionales. Unas horas antes de que apareciera la noticia sobre su insomnio, compareció en Espejo Público una antigua novia de Rappel, que es tailandesa, se llama Two Yupa y se dedica al fitness y a pinchar discos. Vino a decir que en las cárceles siamesas contemporáneas no hay camas cómodas, pero que la situación ha mejorado desde 2017 por las presiones de los pesados de los derechos humanos. Ahora -afirmó- los presos comen tres veces al día y pueden estudiar lo que quieran. Eso sí, "no hay almohadas tan buenas como en España", donde, como todo el mundo sabe, hacemos unas almohadas ISO 9001.

Es agosto y el bochorno calimoso madrileño anima a abandonar las calles y a entregarse a la holgazanería y el desinterés. El frío otorga energía y dignidad. El calor es sinónimo de pereza y fracaso. De bajada de brazos y hediondez indeseada. En esas condiciones, los ciudadanos leen menos periódicos y mantienen el televisor apagado. ¿A quién le interesan las decisiones de la sala veraniega del Tribunal Constitucional cuando intenta defenderse de su sudor y del de los demás? Así que los medios de comunicación se preocupan por el bajón de audiencia y se encomiendan a las 'serpientes agostinas' para tratar de remontar el vuelo.

Serpientes veraniegas amenazantes

No empezó mal el mes porque tras la noche electoral no sobrevino el vacío, sino el estreno de un documental sobre la muerte de Mario Biondo en Netflix. La comparación les puede parecer una frivolidad, pero los especialistas en audiencia de los medios buscan todo el rato este tipo de 'acontecimientos' para atraer la atención del público con seriales que a veces se alargan y se deforman hasta extremos sorprendentes. El director de un diario digital llamó hace unos años a los redactores de guardia -desde su retiro vacacional- para gritarles porque, en esa jornada de agosto, no había encontrado en la portada las dos noticias por día que había exigido sobre La Manada de San Fermín. Es el 'todo por la audiencia'.

El negocio funciona así. Para poder publicar exclusivas de alcance hay que explotar anécdotas y estirar chicles hasta que flaqueen las fuerzas, dado que la audiencia es dinero y el dinero no sobra en el sector. No señalo a nadie: este artículo es un ejemplo de ello. No descarte usted que algún intrépido periodista -como el que firma- le informe estos días sobre la situación de Nueva Sentinel del Norte, la isla del Índico cuyos habitantes asaetan a todo aquel que intenta acercarse a sus playas. Un misionero acudió hace unos años para tratar de evangelizar a los nativos. Se llamaba John Allen Chau. Así figura en su tumba.

El caso de Daniel Sancho es perfecto, en este sentido. Incluye una relación morbosa, un presunto crimen desmedido, un país exótico, un apellido famoso y una belleza engañosa de Tarzán urbanita. Surf, Coronel Tapiocca y mechas californianas.

Sucedió además en Tailandia, un país nacionalista hasta el extremo donde los lectores se pirran por los detalles escabrosos relacionados con las muertes de los extranjeros que visitan el país. Según escribía hace unos días el gran Luis Garrido, que vive allí desde hace varios años, su gobierno militar trata de vender Bangkok -la ciudad más visitada del mundo- como un destino familiar, pero la realidad es que son muchos lobos solitarios los que acuden al país atraídos por las tinieblas del turismo sexual más perverso. Tipos procedentes de los vertederos morales de Europa y Norteamérica que en ocasiones cometen deslices fatales. Por eso, hay tantos suicidios sospechosos y muertes pasionales y nocturnas que aparecen con frecuencia en la prensa tailandesa.

El cocinero español

Desde que hace una semana la prensa tailandesa se hiciera eco de la confesión de Sancho, las tertulias televisivas han vivido y bebido de este caso. Han informado de la búsqueda de los trocitos del cuerpo entre las aguas, de las tres horas que tardó en desmembrar a su víctima (presuntamente) y, de paso, de la peripecia vital de este chef pijo y de los papeles más destacados de las carreras actorales de su padre y de su abuelo. Alguna tertuliana trasnochada incluso ha dudado en directo, bajo la iluminación de los focos, sobre la confesión que la policía tailandesa obtuvo de Sancho. Sin más pruebas que las que fabrica su cabeza de periodista de guardia. Sin más motivos que la intuición que lleva a los tontos a presuponer bondad en los guapos. Todo el mundo es inocente hasta que se demuestre lo contrario, pero, ¿con su confesión realizada? ¿Acaso intentaban probar que alguien puede descuartizar a alguien por un motivo justificado? Que requisen las petacas a los tertulianos.

No han faltado tampoco detalles sobre la prisión tailandesa de máxima seguridad donde supuestamente irá a parar el autor del crimen, en la que se amontonan hasta 20 presos por celda con penas superiores a 25 años; y en la que la vida vale tan poco como un cartón de tabaco o un vaso de arroz (Two Yupa lo niega). Una parte de ellos se enfrenta a la pena de muerte, de la que a veces se les informa tan sólo con unas horas de antelación. Esa amenaza se cierne actualmente sobre la cabeza de Sancho, dicen.

Se cometen cada semana varios asesinatos en España. Algunos son anónimos y otros concitan la atención de los periodistas. Cuanto más morbo generen -y a usted y a mí también-, más páginas recibirán. El caso de Sancho reúne una combinación casi perfecta de elementos atractivos. Dará mucho que hablar. Habrá que ver quién informa o replica para cumplir su función o para subir la audiencia... y quién cae en el terreno de lo macabro y lo espectacular, se excede y se cubre de gloria. Recuerden lo que ocurrió con la hoy tan loada Ana Rosa Quintana cuando uno de sus reporteros entrevistó en un parque a la pareja del asesino de la niña Mari Luz. O cuando invitó a El Cuco -del caso Marta del Castillo- a su programa.

Lo de Daniel Sancho promete terminar de la misma forma. Ya verán.

Los medios practican ejercen de funerarios, carniceros, carroñeros y taxidermistas en múltiples ocasiones. Lo hacen para llenar la hucha, dado que la cosa está muy mala y el sensacionalismo es la respuesta más barata y efectiva a corto plazo, pese a su capacidad para engendrar y engordar monstruos. Ahora bien, no se queje usted con tanta vehemencia. Seguramente sea el primero que lee estas noticias de entresijos, zarajos, chinchulines, sesos, carrilleras y callos. Y si no es así, a lo mejor aspira a la santidad. Y tendría todo el derecho a indignarse. Y la razón.

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