Pablo Casado soñaba con expandir la ‘vía andaluza’ y consumar así el gran vuelco en toda España. La fórmula es elemental. De cajón. La suma de las tres fuerzas a la derecha del PSOE sería suficiente para arrojar a Pedro Sánchez al basurero de la historia. Sencillo. Como en Andalucía, pensaba Casado, donde las urnas han sentenciado el fin de un régimen de 36 años.
En política, sin embargo, nada puede darse por sentado. Y en Andalucía, para desespero de Casado, aún menos. El que se presumía camino de gloria hacia el ‘gobierno del cambio’ se ha visto entorpecido repentinamente por uno de los tres tenores. El menor en número de escaños pero igualmente clave para que se consume la jugada. Filtraciones, desprecios, insultos y, como 'bombazo final' el famoso documento de Vox de 19 exigencias, han sacudido brutalmente al ‘bloque de las tres derechas’, como lo califican con desprecio los partidos del otro lado del tablero. Más que una epifanía, un martirologio.
El presumido rigodón se ha tornado una pelea callejera. Torpe, aburrida y vieja, como casi todo en política. Y como decía Renoir, el cineasta, “el único problema en este mundo es que todos tienen sus razones”. Ciudadanos no quiere aparecer en la foto junto a Vox, porque le tizna su inmaculada imagen del partido centrista. Ni rojos ni azules. Vox ha venido reclamando una plaza en la mesa negociadora y, además, para redondear su jugada, ha presentado un listado de propuestas, algunas de ellas entre estrepitosas e irrealizables. Y el PP, en el ejercicio de su papel de primera fuerza del grupo, se ha erigido en árbitro de la concordia y reclama paz y juicio para que su candidato, Juan Manuel Moreno, pueda ser investido presidente de la Junta.
Nadie entenderá que estos tres espadachines de la derecha sean incapaces de ponerse de acuerdo para evitar que el socialismo se perpetúe
Parecía muy sencillo pero la ‘foto de la derechona’, el convenio a tres, la unión de los supuestos afines, se ha atascado en un laberinto espeso y fatigoso. El devenir político andaluz se desliza por un territorio enfangado, por un fastidioso regateo próximo a la catalepsia. Los vítores y los brindis de la noche del 2-D se han congelado. A algunos incluso se les ha puesto cara de espanto, a otros se les han afilado los colmillos. Y los hay, finalmente, que no mueven un músculo, como en el póker, a la espera de que alguien de un tropezón en la mesa y se rompa la crisma.
La pretendida ‘vía andaluza’ se ha convertido en ‘el experimento andaluz’. Un singular laboratorio en el que se ensayan fórmulas y estrategias de cara a apuestas ulteriores. Las municipales y autonómicas están en puertas. Albert Rivera busca votos en el caladero de Sánchez. Santiago Abascal pretende consolidar su escalada sobre el territorio del PP y Pablo Casado se esfuerza en mantener el estandarte de primer partido a la derecha del PSOE.
Un fastidioso desatino
Hay demasiadas cosas en juego, se dirá, como para que el trámite de instalar a Moreno Bonilla en el Palacio de San Telmo resulte un mero formalismo, un agradable paseo. Todo se ha enmarañado y lo que se antojaba una esplendorosa proeza, el final de una era negra e interminable, se ha trocado en un impensable desatino. Nadie entenderá que estos tres espadachines de la derecha sean incapaces de ponerse de acuerdo para evitar que el socialismo se perpetúe, para consumar la anhelada mutación. Cuarenta años de jaculatorias, imprecaciones, promesas y golpes de pecho pueden irse por el sumidero. Hasta el votante socialista se quedó en casa, como asumiendo lo inevitable del cambio andaluz.
Todos son conscientes de que no habrá olvido ni perdón si el experimento fracasa. "Habrá investidura", insisten en lo de Casado. El documento de Vox, erizado de 'concertinas' ideológicas y de órdagos culturales, ha dado alas a la izquierda. Hasta los de podemos pretenden ahora subirse de nuevo al puente de mando. La estulticia humana alcanza en política niveles de auténtica antología. La foto a tres, aunque resulte movida y hasta costrosa, tendrá que producirse. Quien opte por pulverizarla, saldrá algo más que chamuscado.