Este domingo empezó mal. Porque un buen amigo me recriminó que en los días precedentes hubiera escrito sobre cuestiones a su juicio anodinas como la vestimenta de los confinados o la imposibilidad de visitar la peluquería. Lo malo no sólo fue que el colega no hubiera entendido nada de ambos escritos, lo que me hizo dudar de mi propia prosa, que es lo que siempre hace quien escribe; lo peor que malo fue que me dijera una frase lapidaria: "Habla de los políticos, que tienen mucha culpa, y no de las cosas simples".
Le contesté, respecto a lo de la política, que no era ese mi papel ni quería que fuera mi estilo al menos en este diario de una familia enclaustrada. Le expliqué que para atacar a los políticos ya hay otros que lo hacen la mar de bien, tengan o no razón. Y añadí que no me interesa nada el espectáculo estrambótico de los partidos, con los unos negando cualquier responsabilidad y sin hacer autocrítica por sus malas y tardías decisiones y con los otros exagerando las críticas y culpando al Gobierno hasta casi de haber creado el virus.
Acepté, eso sí, que el chándal o el cabello son cosas simples. Claro que precisamente por ello las elegí para escribir sobre su impacto. Una vez escuché a Chavela Vargas cantar despaciosamente, con esa voz sonámbula y desgarradora, que "la tristeza es la muerte lenta de las simples cosas / esas cosas simples que quedan doliendo en el corazón". La verdad es que durante este enclaustre a ratos estamos bastante tristes porque añoramos esas cosas sencillas del día a día.
La canción, que en efecto suena menos amarga cuando la canta Chavela, seguía diciendo que "uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amó la vida, / y entonces comprende cómo están de ausentes las cosas queridas". Cada Domingo de Ramos, incluso en uno tan raro como este, que se vivió sin ramos, siento la pulsión irracional, sin duda esclava de las ausencias, acaso espiritual, de volver a esa infancia en la que por orden de nuestros abuelos nos pertrechábamos de ramas de olivo para conmemorar una festividad de la que nada sabíamos pero que nos hacía felices. Era un día especial por ser distinto.
Esta Semana Santa, en cambio, va a ser la más extraña de nuestras vidas porque todos los días son igualmente festivos. El calendario tradicional nos ordena la existencia y, por fuerza, la ausencia de dicho calendario nos desordena. Nada será como era siempre. Los más religiosos no van a poder salir a la calle para asistir a las procesiones y misas. Los más viajeros no van a poder ir a sus segundas residencias o a ver mundo. Y todos, encerrados en casa y no en kilométricos atascos, quizás ni siquiera podamos ver las películas de romanos en Televisión Española.
Lo bueno para los padres de familia es que los niños no te dejan tiempo para reflexionar con tanta melancolía
El caso es que por culpa del coronavirus estamos perdiendo demasiadas de esas cosas simples que, seguramente, son al mismo tiempo "aquellas pequeñas cosas" de las que hablaba Serrat. Si piensas demasiado en ello, se agiganta la nostalgia y se enaniza la alegría. Lo bueno para los padres de familia es que los niños no te dejan tiempo para reflexionar con tanta melancolía. El nuestro, sin ir más lejos, anda extasiado con todo lo relacionado con las excavadoras. Quiere verlas y disfrutar de ellas a cualquier hora y en todos los formatos posibles: juguetes, vídeos y hasta estampados de la ropa. Quiero pensar, como consuelo, que es una metáfora sobre la necesidad de construir algo sobre estas ruinas.
Siempre, incluso en días de tribulación, es mejor ser constructivo. Ahora más que nunca. Para serlo, yo, entre juego y juego, pienso que Chavela decía después la que para mí es la frase clave del bolero de marras: "Demórate aquí, en la luz mayor de este mediodía". Una forma de decirnos que disfrutemos aquí y ahora de lo que tenemos, sin pensar tanto en lo extraviado o lo soñado. Lo mismo, con otras palabras, que Horacio cantaba a su amada hace unos cuantos siglos: carpe diem, quam minimum credula postero.
Fue este un domingo sin ramos, pero también sin tristeza. Empezó mal pero luego mejoró porque pensé que ahora lo mejor es disfrutar de todas las cosas simples que aún nos quedan. Aprovechar sin fiarnos de lo que venga mañana.