Hubo un tiempo en que el comercio se regía por reglas y las disputas comerciales se dirimían en el seno de una organización supranacional, la Organización Mundial de Comercio (OMC), cuyas decisiones se acataban. Los elementos geopolíticos siempre estaban presentes, pero no eran los protagonistas. Hoy eso ha cambiado: el comercio es hoy, esencialmente, un mero juego geopolítico.
El pasado 4 de octubre los Estados miembros de la UE autorizaron a la Comisión a imponer una subida de aranceles a las importaciones de vehículos eléctricos chinos de hasta un 35% (aparte del 10% que ya tenían), tras varios meses de investigación comercial –que demostraron que China concede ayudas de Estado y desgravaciones fiscales no permitidas– y tres meses de negociación política.
Recordemos que estos aranceles ya se habían impuesto con carácter provisional en julio pasado. Pese a que la UE justificó su decisión e hizo distinciones en función del grado de colaboración de las empresas (SAYC y otras empresas que no proporcionaron información fueron las que recibieron un mayor castigo), la respuesta china fue una investigación contra las exportaciones europeas de carne de cerdo y productos lácteos, que afectó mucho a España. La Comisión, por supuesto, decidió impugnar dicha investigación ante la OMC, ya que era una mera represalia.
En esta ocasión, la respuesta de China a los aranceles definitivos ha sido la decisión del 8 de octubre de imponer aranceles al brandy europeo (del 34,8% al 39%), medida que esta vez afectará proporcionalmente más a Francia. Bruselas también recurrirá la decisión ante la OMC, pero la guerra está servida.
La respuesta de China
Recordemos que EEUU subió en mayo los aranceles a los automóviles eléctricos hasta el 100% (desde el 25%; Trump se quejó de que él los habría subido hasta el 200%), así como para semiconductores, baterías eléctricas, células fotovoltaicas para paneles solares, material médico, acero, aluminio y algunos minerales. Estados Unidos ni siquiera se molestó entonces en hacer una investigación: impuso los aranceles directamente, porque el objetivo no era sancionar las prácticas comerciales abusivas, sino bloquear la entrada de productos chinos. China también respondió a esta medida. Y esto es lo importante: la UE respeta las reglas OMC y EEUU no, pero la respuesta de China es igual en ambos casos.
Todo esto es un buen anticipo de lo que nos espera en el futuro. Recordemos que, en octubre de 2023, la UE comenzó la primera fase del denominado Mecanismo de Ajuste en Frontera por Carbono (CBAM), durante la cual y (hasta finales de 2025), las empresas europeas deberán reportar las emisiones asociadas a sus importaciones, aunque no se les exigirá pagar el contenido en carbono. A partir del 1 de enero de 2026, cuando el CBAM se implemente plenamente, las importaciones estarán sujetas a un pago basado en la cantidad de emisiones de carbono incorporadas en los productos, que los importadores deberán saldar adquiriendo certificados.
Las importaciones europeas deben incorporar en su precio el coste de las emisiones de carbono, para convertirse en neutrales respecto a la producción nacional. No es proteccionismo, sino coherencia
El CBAM (en el fondo, una especie de arancel al contenido en carbono) se aplicará a los sectores de cemento, hierro y acero, aluminio, fertilizantes, electricidad e hidrógeno, intensivos en emisiones de carbono y, por lo tanto, vulnerables a la "fuga de carbono", es decir, a la deslocalización de producción a países con regulaciones climáticas menos estrictas. La lógica del CBAM es impecable: si la UE obliga a sus empresas a producir sin emisiones, está encareciendo sus costes; si al mismo tiempo permite que las importaciones intensivas en emisiones entren en la UE sin ningún tipo de restricción, lo único que conseguirá es incentivar a las empresas europeas a abandonar el mercado europeo y producir y exportar a Europa desde el extranjero, emitiendo lo mismo. Por eso las importaciones europeas deben incorporar en su precio el coste de las emisiones de carbono, para convertirse en neutrales respecto a la producción nacional. No es proteccionismo, sino coherencia e igual trato a la producción doméstica y extranjera.
Ahora bien, en un marco geopolítico la lógica impecable y la coherencia no sirven para nada. China concede ayudas de Estado a su sector del automóvil, no permite que cierre ninguna empresa (el mantenimiento de la producción se considera estratégico) e inunda los mercados europeos con productos artificialmente baratos, y eso justifica plenamente en el marco de la OMC la imposición de mecanismos compensatorios en forma de aranceles (que cubren, teóricamente, la diferencia de precio resultado de la subvención). La UE aplica correctamente las normas para salvar su industria, pero a China le da igual: ella, como EEUU, no responde a la lógica, sino al juego del poder.
Si no impone aranceles al contenido en carbono, pero mantiene sus límites de emisiones en Europa, el resultado será que la industria europea será sustituida por importaciones chinas
Por tanto, cuando en 2026 la UE comience a imponer aranceles al cemento, hierro, acero, aluminio y fertilizantes chinos, la respuesta de China va a ser imponer aranceles equivalentes a productos agrícolas, maquinaria básica y todo aquello con lo que China pueda perjudicar a la UE sin arriesgar su producción industrial. Esta diferencia entre el funcionamiento teórico del comercio y el funcionamiento práctico va a ser muy costosa para la UE. Lo malo es que no le queda más remedio: si no impone aranceles al contenido en carbono, pero mantiene sus límites de emisiones en Europa, el resultado será que la industria europea será sustituida por importaciones chinas.
Más aún, casi con independencia de quién gobierne en EEUU, es muy probable que haya también una reacción contra el arancel al carbono europeo: con diplomacia si gobierna Harris, sin diplomacia si gobierna Trump, pero represalias, en cualquier caso. Y es probable también que los estadounidenses sigan bloqueando el nombramiento de jueces del Mecanismo de Apelación del Órgano de Solución de Diferencias de la OMC, para que las quejas de la UE ante este organismo nunca sean resueltas.
Las reglas no tienen importancia
En resumen, que la UE debería entender cuanto antes que el debate sobre los coches eléctricos o las emisiones en el comercio ya es solo un mero juego geopolítico, en el que las reglas y los argumentos técnicos no tienen ninguna importancia. Europa puede seguir diciendo que investiga seriamente el dumping y las subvenciones, o que simplemente intenta evitar la fuga de carbono, pero China y EEUU replicarán con castigos arancelarios sin criterio alguno. Cualquier negociación futura debe partir de esa premisa, o pagaremos cara nuestra inocencia.