Opinión

El final del chantaje antifranquista

Juan García Gallardo pronunció un discurso mostrando su rechazo a someterse al relato oficial del Régimen del 78, construido a medida de los intereses del bipartidismo

  • El exvicepresidente de la Junta de Castilla y León, Juan García-Gallardo.

Hace algo más de un año, escribí en este diario una columna titulada "El final de la farsa antifascista". Georgia Meloni acababa de ganar las elecciones en Italia y una oleada se partidos de derecha social y patriota experimentaban en toda Europa subidas significativas elección tras elección. El relato dominante tras la Segunda Guerra Mundial decía que aquel conflicto no hubiera estallado si nuestro continente hubiera tenido menos sentimiento de pertenencia religiosa y nacional. La paz y la prosperidad volverían, o eso sugerían las élites, centrándonos en el IPC, olvidándonos de los vínculos fuertes y dejando de agitar banderas nacionales con demasiado entusiasmo. Hoy sabemos que ese relato no era verdad: desde 1980 Europa vive un proceso de disolución cultural, decadencia política y depresión económica, agravado además por su debilidad militar, que nos pone a expensas de tiranos tercermundistas y superpotencias de turno.

Muchos líderes patriotas europeos tienen un discurso fuerte, desafiante, que no siempre se ciñe a los consensos socioliberales posteriores a 1945. Hace unos días vimos otro ejemplo con una potente intervención de Juan García Gallardo: "Se habrán dado cuenta a estas alturas de que nunca he tenido el miedo del Partido Popular a que me llamen franquista. Por tanto, puedo hablar con bastante libertad. Ustedes me critican aquí, en estas cortes de Castilla y León, que  no condeno el franquismo. Yo lo que no condeno es la decisión de mantenernos neutrales el la Segunda Guerra Mundial. Tampoco condeno la decisión de acoger a miles de refugiados judíos durante aquella guerra, esos sí refugiados de verdad. Tampoco condeno el crecimiento económico propiciado por los planes de desarrollo, como el Plan de Desarrollo Industrial que tuvimos en nuestra ciudad, Burgos", recordaba. 

Más desacuerdos con el relato oficial: "Tampoco reivindico el legado violento de los líderes socialistas, ni las persecución religiosa a los católicos, con la mayor aportación de mártires a la iglesia del siglo XX, que hicieron ustedes. Tampoco reivindico la falsificación de las actas que permitieron el final de la democracia parlamentaria en 1936. Ni reivindico el intento de golpe de Estado impulsado por ustedes junto con otras organizaciones de izquierda. Y tampoco reivindico, y eso es algo que impiden ustedes con estas leyes globales y de brocha gorda, los excesos de la Guerra Civil", expuso. Luego añadió su rechazo a los horrores de la posguerra, al bombardeo de Guernica y al asesinato de Federico García Lorca, como la inmensa mayoría de los españoles.

Chantaje progresista

Parece mentira seguir así en 2024, teniendo que refrendar en público que ambos bandos tomaron decisiones terribles. Todo esto ocurre porque el adjetivo "franquista" se ha usado demasiadas veces para silenciar las visiones alternativas al Régimen del 78. Cuestionar la historia oficial de la izquierda anterior a la Transición implicaba ser fascista, igual que alabar cualquier aspecto de España entre 1939 y 1979. Esto no ocurría solamente con los derechistas, sino también con la izquierda: recordemos el famoso Informe Petras (1990), encargado por el  PSOE y acto seguido archivado en un cajón para que no se conocieran sus conclusiones, ya que mostraba que los españoles tenían mayor seguridad laboral en el franquismo que tras dos legislaturas seguidas de felipismo. “Mientras en 1974, antes de las políticas sociales de liberalización, el índice de desempleo era más o menos el mismo que en Europa, a mediados de los ochenta se había multiplicado por siete, doblando la tasa europea, una tendencia que continuó hasta el final de la década y más allá”, lamenta el sociólogo James Petras en el texto.

Es urgente una Ley de Concordia, ya que una nación sólo puede fundarse sobre el perdón

Como ha señalado José María Marco, en su sustanciosa Historia patriótica de España (2023, Encuentro), la derecha española ha cometido el error de pasar demasiados años sin hacer un balance público del franquismo. La sociedad civil tenía un relato más preciso y humano de todo aquello que la clase política. La izquierda española tampoco ha sabido poner ningún pero a la República, vendiendo un relato inmaculado y homogéneo de sí misma. Por eso vive tan incómoda con voces capaces de articular discursos propios como Manolo Monereo, Jorge Verstrynge y Ana Iris Simón, entre muchas otras. Mientras se intente silenciar a quienes aportan profundidad y matices nuestro debate nacional será siempre plano.

La Ley de Concordia Nacional era una necesidad urgente, mucho más que la Memoria Histórica, que solo busca apuntalar el falso relato del progresismo inmaculado. "Una nación sólo puede fundarse sobre el perdón", escribe Marco. A los menores de treinta todo esto ya les importa poco, les pilla tan lejos como a mi generación de cincuentones la Guerra de Cuba, pero España seguirá viviendo en el siglo XX hasta que hagamos balance y firmemos la paz sobre lo que ocurrió entre 1936 y 1976. Discursos como el de Gallardo son necesarios para desencallar y desencanallar la vida política de España.

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