Opinión

El mayor desafío de Feijóo

Urge una inflexión en la política española que no se podrá lograr desde la reproducción de los viejos hábitos políticos del bipartidismo

  • Alberto Núñez Feijóo, en un acto empresarial -

Tras los pasos de García-Page, hay atasco en la puerta para huir del sanchismo. Vano esfuerzo. Al otro lado del umbral, hay más de lo mismo. Pedro Sánchez ha colonizado el PSOE y lo ha inutilizado. Lo evidencia la improvisación de un mamarrachofiscal para responder a urgencias electorales y proporcionar relato a las “cámaras de eco” de propagandistas mediáticos desconcertados. Ricos contra pobres, etcétera. Electoralismo fiscal, como escribió aquí Carmelo Tajadura. La corrupción del lenguaje político expresa la plena incorporación del Partido Socialista a la corriente del populismo, que convierte retórica en demagogia.

Se cumplen las tres condiciones de la degradación de la democracia liberal apuntadas por Pierre Rosanvallon. Desprecio por la división de poderes, aspiración a controlar los medios de comunicación y utilización de los recursos del Estado para destruir a la oposición. El grado de deterioro institucional alcanzado es tal que sería un grave error creer que se soluciona con un simple proceso de alternancia política. Con el sanchismo echado al monte, el momento exige una respuesta disruptiva, más allá de la que tienen en la cabeza quienes en el Partido Popular siguen la pulsión “ahora nos toca a nosotros”.

Pocos dudan que Alberto Núñez Feijóo será presidente en 2023. Lo que está en juego es si podrá ampliar el espectro político de su partido para responder a la envergadura del desafío. Fuera del PP, hay muchos potenciales votantes que le están evaluando desde esa perspectiva. Selecciono dos circunstancias en las que tiene oportunidad de demostrar que su proyecto rompe con las prácticas del turnismo hoy agotado, inservible. La primera tiene que ver con  su valoración política del PNV y la segunda, con su  posición ante el proceso actual de Ciudadanos.

Solo desde la tramposa prédica “intelectual” que proclama que la extrema izquierda no existe puede adjudicarse mayor peligro a Vox que a un PNV enemigo declarado de la unidad nacional

Nada define mejor la historia de la alternancia PP-PSOE que las relaciones preferentes con el partido independentista de Xabier Arzalluz. El  candidato popular rebajaría mucho las expectativas que ha despertado si  convierte a seis diputados peneuvistas en decisivos para la gobernabilidad. Quienes dan gran valor a las diferencias de independentistas moderados con radicales ignoran que entre el Estado nacional definido en la Constitución y el plurinacional al que aspiran no hay una solución intermedia aceptable sobre la que dialogar. Y que, como los hechos han demostrado, PNV-HB Bildu y ERC-Junts pueden intercambiar sus papeles. De hecho, el PSOE pacta sin matices con cualquiera de los cuatro. Solo desde la tramposa prédica “intelectual” que proclama que la extrema izquierda no existe puede adjudicarse mayor peligro a Vox que a un PNV enemigo declarado de la unidad nacional.

Desde un constitucionalismo coherente, no se puede renunciar a construir una alternativa a los gobiernos autonómicos secesionistas apoyados por los socialistas. De Feijóo se debe esperar que no se aquiete ante anomalías como la de País Vasco, donde, con un 80% de la población contraria a la independencia, el secesionismo logra más de un 60% de los diputados. Urgen alternativas constitucionalistas viables y, en esa prioridad, conviene analizar los antecedentes. Tuvieron mucho mérito los 17 diputados logrados en Cataluña por la candidatura popular de Alejo Vidal-Quadras en 1995 y los 37 que consiguió la de Inés Arrimadas con Cs en 2017. Pero no fueron suficientes.

La evolución del PSOE hacia el populismo hace inviable un partido “liberal y centrista” que pueda pactar con centroizquierda y con centroderecha alternativamente

La explicación hay que buscarla en el electorado socialista que, a pesar de las agresiones que recibe del secesionismo, sigue votando mayoritariamente en clave izquierda-derecha, o se abstiene. Eso nos lleva a la segunda oportunidad de Feijóo para ejercer, más allá del gestor reconocido, como el estadista que la ocasión requiere. Cs ha anunciado una refundación que refleja desconcierto. Se parece mucho a lo que en cine se conoce como “fundido a negro”. En su despedida de la política, el portavoz de economía del partido Luis Garicano seguía insistiendo en la necesidad de un partido liberal como bisagra en España. Desgraciadamente, la realidad, que su propia salida de la política pone de relieve, le desmiente.

La RAE define partido bisagra como el que “participa alternativamente en pactos o coaliciones con fuerzas políticas de signo opuesto”. Pues bien, dejando aparte el espejismo del crecimiento espectacular de Cs -como Podemos- a raíz del estallido del 15-M, la evolución del PSOE hacia el populismo hace inviable un partido “liberal y centrista” que pueda pactar con centroizquierda y con centroderecha alternativamente. El ecosistema político español que deja Sánchez no es equiparable al de Alemania. Ni al de Suecia, donde las últimas elecciones han dado la llave al Partido Liberal y de ellos depende si la derecha radical entra en el gobierno o siguen los socialdemócratas. Pero aquí, como reconoce Garicano, la posibilidad de una coalición Cs-PSOE es imposible. Él matiza que esa circunstancia se debe a Sánchez, ignorando que el único Partido Socialista realmente existente es el sanchista. No hay otro, teatrillos aparte, y se ha autoexcluido de cualquier coalición que no incluya independentistas.

La política española actual ofrecen incentivos a PP y Cs para acometer un proceso de integración, obviando negociar cupos. La suma en términos de oferta política iría mucho más allá del 2% del partido de Inés Arrimadas y Edmundo Bal. Especialmente, si se piensa en muchos electores indecisos situados en el centroizquierda. Feijóo sabe que, a efectos electorales, no puede confundir Andalucía con el conjunto de España. Para empezar, están las comunidades autónomas en las que gobiernan independentistas con socialistas y el voto tiene otros condicionantes. A su vez, Cs no puede pasar por alto la experiencia andaluza, donde ha sufrido una especie de “paradoja Marín”, con un vicepresidente y todo el partido muy bien valorados, pero ningún diputado conseguido.

En cualquier caso, urge una inflexión en la política española que no se podrá lograr desde la reproducción de los viejos hábitos políticos del bipartidismo. Está en juego superar la inestabilidad institucional que va adherida al sanchismo como el caparazón al caracol. Y su consecuencia inevitable: la trampa de estancamiento económico crónico, como advierte el catedrático de Economía de la Universidad de Pensilvania Jesús Fernández-Villaverde. ¡Luces largas, por favor!

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