Todos los estados del mundo tienen su capital. Es increíble que exista un presidente de un Gobierno que quiera perjudicar a toda costa la suya. En su enésima vuelta de tuerca, desquiciada y sectaria, resulta ahora que Pedro Sánchez quiere desmontar la capitalidad de Madrid, lo cual, siendo cuando menos sorprendente en un madrileño de nacimiento, crianza y residencia, es absolutamente delirante en un presidente del Gobierno de la nación.
Con la circunstancia agravante de que, con tal de continuar apoltronado en La Moncloa, Sánchez no ha dudado en conculcar, sin sonrojo, todo criterio objetivo de distribución equitativa de los Presupuestos Generales del Estado para que Cataluña reciba el doble de inversiones que la Comunidad de Madrid. Roma no pagaba traidores, pero el sanchismo sí premia la deslealtad con bonus.
El motivo de fondo de esta nueva y peligrosa boutade es que el Partido Popular gobierna en la Comunidad de Madrid desde hace 25 años y el Gobierno de Sánchez anda enfrascado en demostrar que todo lo que marcha bien en esta región no es el resultado de una buena gestión, sino de las “inconfesables ventajas” de la capitalidad.
Sánchez no ha dudado en conculcar, sin sonrojo, todo criterio objetivo de distribución equitativa de los Presupuestos Generales del Estado para que Cataluña reciba el doble de inversiones que la Comunidad de Madrid
Ahí está el ariete Ximo Puig -al que su ADN de político socialista le lleva a echar la culpa de sus errores a otros-, siempre presto para aventar esa idea de los supuestos privilegios de la capitalidad y el Gobierno dispuesto a recogerla, ahora con el anuncio de que estudiará la instalación de sedes de organismos públicos estatales en otras regiones como fórmula mágica de la redistribución de la “ominosa” riqueza madrileña. Pero resulta que Madrid, pese a ser la sede de los ministerios y principales organismos estatales, tiene uno de los menores porcentajes de empleados públicos de España con respecto a su población, así que la ecuación “progre” no sale. Los territorios necesitan empresas y vitalidad de la sociedad civil, no oficinas.
En esa permanente búsqueda de coartadas para justificar su infame maltrato a la Comunidad de Madrid, Sánchez continúa enredado en el esperpento del Estado federal o plurinacional, la nación de naciones, el Estado policéntrico o el Estado multinivel, sin que en el camino le importe alentar la discordia entre españoles con tal de agredir a la presidenta Isabel Díaz Ayuso. Se atreve, incluso, a negar la evidencia de que en esta región se hizo una gestión acertada, equilibrada, valiente y responsable de la pandemia, frente a las políticas erráticas y fallidas de su Gobierno ¡Así le fue en las urnas el pasado 4 de mayo! Por eso, se vuelve a equivocar con la ocurrencia del desmenuzamiento de la capitalidad de España, con reparto de migajas aquí y allá.
Antonio Machado, sevillano, definió Madrid como el “rompeolas de todas las Españas”, expresando con acierto el carácter central -que no centralista- abierto y vertebrador de esta región
Rafael Alberti, gaditano, al decir lo de “Madrid, corazón de España” entendió -desde su comunismo militante y revolucionario-, que la capitalidad no va de poner o quitar funcionarios o departamentos ministeriales, sino que es una cuestión mucho más profunda: todo lo que sucede en cualquier rincón de la nación, late con fuerza en Madrid. De la misma manera, Antonio Machado, sevillano, definió Madrid como el “rompeolas de todas las Españas”, expresando con acierto el carácter central -que no centralista- abierto y vertebrador de esta región.
La Comunidad de Madrid es una región emprendedora, solidaria, acogedora, trabajadora, en la que se pagan impuestos y donde las políticas del Partido Popular han contribuido a ponerla en primer lugar en los servicios públicos y la creación de riqueza. Ni más, ni menos. Los socios separatistas de Sánchez deberían saber, mejor que nadie, que las cosas funcionan así, porque Cataluña fue locomotora de España a lo largo de muchos años en los que, por cierto, Madrid era también la capital.
Al final, el único pecado de nuestra región es el de que los madrileños no votan mayoritariamente a la izquierda, porque han comprobado a lo largo de más de dos décadas que les va muy bien así: en libertad y con un Gobierno que genera empleo, riqueza y oportunidades. Ahora nos corresponde defender todo lo logrado, porque, ante una ofensiva ignominiosa, una respuesta firme es también una cuestión capital.