Las elecciones en España tienden a vivirse como una competición deportiva. Los ciudadanos con derecho a voto, en un porcentaje alto, aunque es verdad que no medido, se comportan como aficionados, como seguidores de personalidades políticas, de partidos, de equipos. Y, al igual que en cualquier competición deportiva, a menudo se mueven también, e incluso más aún, por descartes, por rechazos, por odios, por lo que no quieren que pase. En el fútbol, por ejemplo, pocos comprenden que un aficionado pueda cambiar cada año de equipo preferido según sea el equipo que cada año juegue mejor. Eso no tiene mérito. Hay que estar a las duras y a las maduras, majete. La proyección a la política es casi exacta. No muchos entienden que un ciudadano cambie su apoyo en cada elección de acuerdo a una serie de argumentos que puedan haberle llevado a ello. Es cierto que siempre hay un grupo de indecisos que varían el voto (a menudo con razones aplastantes como el grado de belleza del candidato) y, a la postre, deciden los resultados.
-Sale Pedro por la tele y se me ilumina el salón, de verdad.
Pero el grueso de votantes está formado por hooligans. Esos hooligans que en la celebración de la victoria socialista gritaban “no con Rivera”. O esos otros que se espantan solo de pensar que el partido Ciudadanos pueda dar su apoyo, aun pasivo, a Pedro Sánchez. Es una convicción deportiva que atenaza a los propios líderes, seguros de que la servidumbre a la ortodoxia les hace aparecer de una pieza, sin dobleces, como son. A ver quién es el guapo que trata de justificar una actitud contraria a los compromisos adquiridos en campaña sin tener que oír al instante, y bien ventilado por los medios, el tópico del cambio de chaqueta. No es difícil figurarse que luego, por la noche, en pijama incluso y con la parienta acariciándole una sien, sea cuando el político diga “puta chusma”.
Lo que no vale es la ciclotimia, de la que Pedro Sánchez dio muestras cumplidas en su pasado gobierno decimal. Hay que buscar el punto medio, como en todo
La política es un arte de acomodación a las circunstancias, lo sepan o no esos que componen las llamadas bases de un partido, los fans sentimentales. Pero el líder debe saberlo y debe obrar en consecuencia según considere sus intereses. El individuo particular, como nadie se fija en él, ni él mismo siquiera, cree casi siempre que procede en su vida de forma consecuente. No obstante, a poco que se examine a cualquier persona es posible apreciar continuos cambios de rumbo, incluido el racional o intelectual, y en plazos de tiempo no pocas veces brevísimos. Los políticos de raza deben hacer de esa condición un arte y, por tanto, convertir el “cambio de chaqueta” en un recurso de su profesión que esté siempre a mano. Aunque no vale tampoco la ciclotimia, de la que el propio Pedro Sánchez dio muestras cumplidas en su pasado gobierno decimal. Hay que buscar el punto medio, como en todo, y deben por tanto saber forjar al tiempo un muestrario de argumentos para que los hooligans, los adversarios y los observadores mediáticos (y hasta ellos mismos) se crean o hagan que se creen la necesidad del cambio de actitud. En este juego de formalidades se necesita ese bagaje profiláctico, porque si la realidad se muestra a palo seco quizá no quede otra que decir “oh, cómo es posible”. Pero si es el político mismo quien, como un cualquiera, se adelanta y dice “oh, cómo es posible”, entonces el juego democrático va mal.
Eso de que ‘los españoles han votado’ no significa nada. Los políticos tienen que olvidarse de los votos y actuar de la forma más ventajosa para el Estado
Rivera se arriesgó a subir los votos a fuerza de cortar cualquier relación con Sánchez. Parece que la estrategia no le fue mal del todo. Los seguidores se lo creyeron y los fans lo aceptaron. Él mismo, de tanto repetirlo, puede que se hubiera convencido de ello, pese a que no hace mucho tiempo quiso pactar con él. Los otros líderes del partido, que quizá al principio enarcaron las cejas, luego ya no dudaron en hacerse eco del mantra. Y así, todos de una pieza, interpretan que los españoles en las últimas elecciones generales han dicho claramente a los políticos de Ciudadanos que no pacten con Sánchez. Pero la interpretación es sesgada, porque si se mira desde más arriba también podría decirse que los españoles han votado que gobierne un centroizquierda formado por socialdemócratas (PSOE) y liberales (C’s) o, incluso, por qué no, con el añadido permisivo del centroderecha (PP), que pese a la mengua de seguidores sigue siendo el segundo partido. Quiere decirse que lo de que “los españoles han votado” es una frase ridícula y pomposa que no significa nada. Lo españoles han votado, en efecto, pero ahora los políticos tienen que olvidarse de esos votos y recomponer la situación de la forma más ventajosa para el Estado. Si los españoles no quieren que Ciudadanos, por acción o por omisión, apoye a Sánchez, quizá la nueva andadura de Ciudadanos consista en convencer a esos españoles de que no queda otra. Basta una razón: la ominosa amenaza de la alternativa.