Las elecciones son como los exámenes: un modo de medir. En las segundas, lo que sabes, y en las primeras, las preferencias de la gente. En definitiva, son convenciones a las que llegamos para tomar decisiones más o menos acertadas, porque ni unas ni otras pueden medir exactamente lo que pretenden. En las oposiciones se articulan unos sistemas que permiten llegar a la conclusión de que el opositor tiene ciertos conocimientos y habilidades pero, claro, no siempre son exactos, porque dependerá de la capacidad de cada uno en los exámenes orales, la presencia de ánimo o si en ese día tenía dolor de estómago o no. Y en las elecciones ocurre lo mismo: hay unas reglas específicas que pueden afectar a la conclusión que se obtenga. No es lo mismo que tengamos un sistema mayoritario o proporcional, que las circunscripciones sean de una manera u otra, que hay muchos partidos o pocos y, por supuesto, no son lo mismo las elecciones autonómicas y las municipales, por lo que es difícil hacer extrapolaciones de lo ocurrido en las elecciones del domingo a las generales siguientes.
Un gobierno de coalición entre un partido tradicional y de Estado y un partido antisistema ha conducido a decisiones difícilmente aceptables por una parte muy importante de la sociedad
Dicho eso, es cierto que, aun siendo locales y autonómicas, estas elecciones tenían un significado especial, una explicación plebiscitaria sobre el gobierno nacional de coalición que no sólo no ha tratado de evitarse sino que ha sido promovido por el propio gobierno de Sánchez, a pesar de las reticencias de algunos de los barones regionales. Y la prueba de que era así es que el presidente del gobierno lo ha interpretado en clave nacional y ha convocado inmediatamente elecciones generales. Un gobierno de coalición entre un partido tradicional y de Estado y un partido antisistema ha conducido a decisiones difícilmente aceptables por una parte muy importante de la sociedad, porque han tocado cuestiones y puntos considerados esenciales para una normal convivencia y que han afectado a la neutralidad de las instituciones, la unidad nacional, la división de poderes, el reparto de premios políticos y castigos a través del Código Penal. No se ha vacilado en ofender los presupuestos básicos del sistema democrático y además se ha hecho sin remordimiento ni vergüenza, contradiciéndose sin rubor y falseando la realidad descaradamente. Obviamente, eso tiene un coste. Como decía Abraham Lincoln, “puedes engañar a todo el mundo algún tiempo. Puedes engañar a algunos todo el tiempo. Pero no puedes engañar a todo el mundo todo el tiempo".
Si hay un cambio político se resolverán algunos problemas inmediatos que han exacerbado a parte de la población: quizá haya más estabilidad en el gobierno, menos gasto populista inútil...
¿Las elecciones en julio resolverán el problema? Si hay un cambio político se resolverán algunos problemas inmediatos que han exacerbado a parte de la población: quizá haya más estabilidad en el gobierno, menos gasto populista inútil, menos identitarismo agresivo, menos leyes dañinas para el funcionamiento de la economía, menos polémicas estériles. Salvo, eso sí, que sea necesario un pacto de la derecha con su extremo y nos encontremos con una reacción en sentido contrario polarizador y reactivo.
Porque lo que creo que lo esencial es que el país vuelva a la centralidad, al sentido común y a los valores democráticos. Como se expresa en un libro que luego mencionaré, el “bibloquismo”, los cordones sanitarios y la falta de diálogo son una impostación de los políticos que no existe en la realidad de los ciudadanos. Quizá el hecho de que, en las democracias occidentales, el estado del bienestar haya reducido las diferencias esenciales entre los ciudadanos haya hecho que los partidos pugnen en cuestiones accesorias –como muchas de las identitarias- para lograr un discurso diferenciado de los demás, polarizando su discurso.
Por supuesto, lo primero que necesita el país es cambiar a las personas, y con ellas sus políticas dañinas e incompetentes. Es curioso observar como en otros países, como Reino Unido, los primeros ministros son removidos por su propio partido cuando no funcionan. Aquí tiene que ocurrir una catástrofe o un error mayúsculo como el de Casado para que esto ocurra: los barones regionales han asistido asombrados a lo que ocurría. Pero una vez cambiadas las personas, necesitamos liderazgos que no se limiten a ponerse ellos en lugar de los otros. Es un momento histórico, una oportunidad de la que dependerá nuestro futuro y que pasa por hacer entender a la población que no se trata de tener razón, de que triunfe su ideología, sino de encontrar soluciones a los problemas económicos y sociales, pero también, y en un lugar destacado, de reforzar un sistema democrático y constitucional que se ha puesto en tela de juicio en los últimos años con grave perjuicio no sólo para el derecho o la ética, sino para la economía y el bienestar de un país que, en buena parte, depende que se respeten esas reglas que benefician al más eficiente, al más justo, al más trabajador o al más competente.
Las reglas electorales son las que son, y no sabemos qué pasará, pero indudablemente tenemos una oportunidad de cambio crucial
Recientemente se ha publicado el libro La democracia menguante, escrito un grupo de profesores del Colegio Libre de Eméritos Universitarios, coordinado por Manuel Aragón Reyes, que recoge un informe que llama la atención sobre la situación de deterioro en que se encuentra la democracia española, que está poniendo en grave riesgo el adecuado funcionamiento de nuestro sistema constitucional. Igualmente el informe sobre el Estado de Derecho de la Fundación Hay Derecho ha puesto de manifiesto este grave problema. Si el Tribunal Constitucional está contaminado por el partidismo político; si los nombramientos de los tribunales superiores de justicia se realizan por el criterio de sintonía con el poder y no por competencia; si la neutralidad del CIS es igual a cero; si la imparcialidad de las agencias y otras instituciones del Estado es dudosa; si en las empresas públicas y otros cargos de la administración se cubren con amigos y no por los más competentes… Si todo esto ocurre y no se cambia, corremos el riesgo de que los siguientes que vengan usen indebidamente del poder colonizando unas instituciones, ya maltrechas y debilitadas, en su propio beneficio. Necesitamos un cambio.
Un cambio de personas, pero también de actitudes y de talante. Un cambio de fondo inteligente y profundo en el que la voluntad de llegar a acuerdos prime sobre la ideología. Un liderazgo que comprenda que es preciso rescatar las instituciones de la colonización partidista y que es necesario que las normas se cumplan, porque eso es bueno para todos. Por supuesto, las reglas electorales son las que son, y no sabemos qué pasará, pero indudablemente tenemos una oportunidad de cambio crucial. Esperemos que nuestros representantes sepan aprovecharla.
ma
Con Pedro Peajes o con el mediocre funcionario de letras feijoo, los que tengan más de 45 años seguirán igualmente discriminados en el acceso al empleo y al crédito, como seguirán discriminados los gitanos, y como España seguirá siendo un coladero para los magrebíes y otros, hasta pasar de 700 mil al año los emigrantes Ilegales, colapsando los servicios públicos y ayudas sociales. Nada de los grandes problemas de la sociedad española tendrá solución con el régimen del 78 y esa cosa axfisiante de la ue
Chus
En efecto, Oposiciones y elecciones como partes de un mismo concepto: LA CAJA NEGRA DEMOCRÁTICA, PARA LA SATISFACCIÓN DEL "HOMBRE DEMOCRÁTICO" (o del "hombre masa", aquí, tanto monta Alexis como José). Oposiciones que dan funciones púbicas, y que no se ha podido nunca comprobar si seleccionan al mejor o al amiguete. No podemos saberlo. la imposiblidad de revisión de los exámenes de las oposiciones es histórica e implacable. Una caja negra. Elecciones que dan el Poder público, que se derivan a un voto que ni el mismo votante puede saber si se contabilizó a favor de su elección política o no. Otra caja. Esta es gris, no negra, pero cada vez se vuelve más oscura. Es el futuro distópico para la inmensa mayoría. Y Utópico para nuestros sonrientes enriquecidos y soberbios verdugos, que asaltan cielo y tierra en su exclusivo beneficio, destruyendo todo a su paso. Por lo menos acabará la farsa de la democracia. Una Democracia necesita justo lo que no tenemos en España: Demócratas dispuestos a aceptar una decisión de la mayoría de la que discrepan. Para ello, es preciso disponer de unas Libertades de Expresión e nInformación de las que carecemos. Así que vamos a explorar, estamos explorando, un nuevo concepto (que conocemos, en realidad desde nucho antes de que fuese escrto por Tocqueville): La Democracia sin demócratas. Así nos va.
Kj26
"Porque lo que creo que lo esencial es que el país vuelva a la centralidad, al sentido común y a los valores democráticos." Esto está bien, pero tan importante o más es cumplimiento 'estricto' de la Constitución por parte de todos. No tomaduras de pelo, engaños y demás artimañas para traernos hasta aquí. Por ejemplo: 1."art 3 El castellano es la lengua española oficial del Estado. Todos los españoles tienen el deber de conocerla y el derecho a usarla." Por favor, que alguien levante la mano y afirma que esto se cumple. 2. "art 138. Las diferencias entre los Estatutos de las distintas Comunidades Autónomas no podrán implicar, en ningún caso, privilegios económicos o sociales." Por favor, que alguien levante la mano y afirme que todas las Comunidades reciben por cabeza mas o menos lo mismo del estado. 3. "art 139. Todos los españoles tienen los mismos derechos y obligaciones en cualquier parte del territorio del Estado." jejejeje... 4. " art. 149. El Estado tiene competencia exclusiva sobre las siguientes materias: .....(No las listo pero hay muy pocas que no estén conculcadas) " Esto no es. Nos están engañando.
jopano
Mucha confusión Ignacio. La grave situación de deterioro de la democracia española es consecuencia de las 'políticas de centralidad', del estado bipartidista, de la cesión constante ante los nazionalistas....La colonización de las instituciones no es más que un reflejo de esas 'políticas de centralidad' que hemos padecido durante estos cuarenta años, en los que prima el interés partidista sobre el nacional. Entiendo tu postura, pero seamos realistas, el cambio de talante que propones como remedio no es más que un iluso brindis al sol. La gravedad de la situación requiere bisturí, no palmaditas ni buenas palabras. Y no tenemos mucho tiempo ni muchas más oportunidades para revertir la situación.