Leo los programas políticos de las izquierdas madrileñas y coinciden al menos en dos cosas: ofertas de servicios públicos “gratis” y combatir la desigualdad material. Lo dicen PSOE, Más Madrid y Podemos. El “trisanchismo” es así: una mentira envuelta en una falsedad presentada con un embuste.
No hay nada gratis. Esto se debería enseñar en las escuelas. Y bien que lo sabemos ahora que nos toca pagar a Hacienda sin posibilidad de enmienda. Es en estas fechas cuando más se nota la naturaleza coactiva del Estado, su carácter implacable y arbitrario, capaz de establecer condiciones de desgravación o tramos sin base racional, y ajenas a cualquier reclamación. La indefensión es total. No hay contrato social que valga cuando solo una de las partes, el Estado, es quien pone las condiciones.
De esa recaudación es de donde salen los servicios. Cuando Podemos o Más Madrid hablan de psicólogos y odontólogos gratis, sin consultar, por supuesto, con sus colegios oficiales y ni sus asociaciones, es que van a meter más la mano en nuestros bolsillos. A esto se suman las trabas que quieren poner a la sanidad privada. En definitiva, están diciendo que quieren arrebatarnos la capacidad de elegir el tratamiento de nuestra salud. ¿Qué se han creído estos para eliminar mi capacidad de elegir mi sanidad o gestionar mi dinero?
Ingeniería social
Aluden al concepto de Justicia sin saber de qué hablan. No es John Rawls ni Michael Sandel. Es comunismo ramplón porque no admiten una postura contraria, una pluralidad de opciones, ni una libertad de elección. Demonizan a quien quiere gestionar su propia vida. Son fanáticos excluyentes, totalitarios de alta gama, que, además, no saben economía. Si en su plan de ingeniería social hubiera un programa económico detallado de crecimiento real, científico y demostrable, habría debate. Pero no es así. Solo hay ruido y demagogia.
Esa utopía totalitaria la hemos leído con distintas fórmulas a lo largo de la historia desde 1848. ¿Algún éxito desde entonces?
La Justicia de la que habla la izquierda lleva el adjetivo “social”, que significa la equiparación material de las personas a través de la acción coactiva e irreversible de un Gobierno visionario, que nos llevará a la felicidad y a la sociedad perfecta. Esto supone combatir el mérito y la capacidad, e igualar a la baja para que nadie destaque más que el gobernante. Esa utopía totalitaria la hemos leído con distintas fórmulas a lo largo de la historia desde 1848. ¿Algún éxito desde entonces? No. La socialdemocracia solo ha funcionado cuando ha admitido la pluralidad de opciones, la convivencia del libre mercado y del Estado, o la libertad del ciudadano; es decir, cuando no ha sido socialista.
La justificación de su totalitarismo es moral, como estamos viendo en la campaña madrileña. Quieren legislar para arrancar prácticas y pensamientos que les disgustan, e imponer una corrección política con una moral oficial. Aprovecho para solidarizarme con el logopeda de Irene Montero, que soltó el otro día lo de “niños, niñas y niñes” desde una azotea, rodeada de gente de atrezo.
Emoción pura
Sigo. La moralidad como motor de la legislación es el establecimiento de un Estado moral, que es lo opuesto al Estado racional; es decir, lo opuesto a la razón que da sentido a ese Dios mortal e instrumental que es el Estado. La izquierda no es razón, es emoción pura y moralidad estricta, puritanismo de letra escarlata. Por esto fracasan siempre y llevan a la sociedad que gobiernan a la pobreza.
La apelación a combatir la desigualdad a través de políticas sociales; es decir, de extraer recursos de todos para repartir es un timo. Es una manera de desviar la atención. El problema es la pobreza, no la desigualdad. Y el motor de las grandes economías de la historia ha sido la libertad, no la reglamentación por causa morales y el Estado creciente. La creencia de que la desigualdad se acaba con más injerencia gubernamental crea a la postre más pobreza, porque demoniza el libre mercado, el mérito y el esfuerzo. De ahí que ofrezcan servicios públicos “gratis”. ¿Para qué trabajar si la izquierda en el poder nos va a dar todo sin movernos del sillón ni pensar?
Lluvia de millones
La desigualdad no se combate con un Estado más extractivo, que acogote a las personas y a las empresas, y que se ponga a repartir sin cabeza agotando el agua de la fuente. Lo veremos con los fondos europeos: el sanchismo repartirá para hacer política, no para hacer economía. Intentará crear una red clientelar que le asegure votos, no inversiones que generen empleo y riqueza. Prometerá lluvia de millones en la campaña electoral madrileña, pero no según las necesidades de la región, sino atendiendo a las urgencias del sanchista Gabilondo.
Todo esto está en el trasfondo de las elecciones del 4-M en Madrid. Están en juego dos modelos de vida. Uno, basado en la utopía totalitaria que empobrece, y otro en la evidencia del progreso conjunto. Uno fundado en el populismo comunista, el nacionalpopulismo independentista y en el proyecto caudillista de Sánchez; y otro que conserve la libertad dentro del orden constitucional y la mirada hacia la Unión Europea, no hacia el Caribe.