La campaña socialista da un giro hacia el abismo. Ahora se trata de la existencia en Madrid de un “independentismo de derechas”. Es un ejemplo más de los nervios en el PSOE, que a poco más de un mes de la cita electoral saca la artillería más grosera y errática. La inquietud debe ser tal por las encuestas que Pedro Sánchez ha decidido bajar del Olimpo y manchar su toga con el polvo de la política mundana. Quería ser un hombre de Estado por encima del bien y del mal. Lo consiguió con las elecciones catalanas, donde solo apareció para repartir bendiciones. Pero Madrid es otro cantar.
Es evidente que Sánchez no esperaba a Ayuso. Creía que era “esa chica” de la que se reía la izquierda mediática hasta que llegó la pandemia y dejó en evidencia al Gobierno socialcomunista. El sanchismo calculó entonces cómo acabar con Ayuso: había que ahogarla económicamente, abandonarla a su suerte, y propagar noticias falsas y exageradas sobre el efecto de la covid-19 en Madrid. Incluso lo está haciendo ahora RTVE. En esta operación los madrileños eran el daño colateral.
Pero las cuentas del sanchismo no salían en 2020 ni en 2021. Gabilondo, un bonachón sin sal, quería irse, y el PSOE de Madrid es un erial. Los posibles sucesores no servían: ni José Cepeda ni Pilar Llop, muy lista pero altiva y desconocida. Tampoco quiso dar el salto Margarita Robles. Gabilondo se quedó en la sala de espera del Defensor del Pueblo, mientras Franco, el delegado del Gobierno, planeaba una moción de censura con Ciudadanos y Más Madrid. Buscaron el motivo y no lo encontraron. ¿Cómo vender que era urgente echar a Ayuso?
El sanchismo centró sus esfuerzos en desprestigiar la política sanitaria madrileña, pero el hospital de Ifema fue un ejemplo mundial y el Zendal está funcionando perfectamente
La pandemia no podía ser el motivo para la moción porque todo Occidente sabía que Sánchez había mentido sobre la expansión y mortalidad del virus desde febrero de 2020. El sanchismo centró sus esfuerzos en desprestigiar la política sanitaria madrileña, pero el hospital de Ifema fue un ejemplo mundial y el Zendal está funcionando perfectamente, incluso tras los sospechosos sabotajes. Intentaron también desautorizar a Ayuso declarando el estado de alarma solo en Madrid, cuando con esos mismos criterios deberían haberlo hecho en la socialista Comunidad Valenciana.
Sin más solución, urdieron entonces un golpe institucional en las autonomías aprovechando la bisoñez y el ansia de Inés Arrimadas. La trama fue una chapuza, y fracasaron las mociones de censura en Murcia, Castilla y León, y Madrid. El PSOE culpó a Ciudadanos, y los ya exvotantes de este partido quedaron tan abochornados que se han ido al PP y Vox. Ayuso, bien avisada por Pablo Casado y Teo García Egea, convocó elecciones en Madrid y todo se precipitó.
Una campaña sucia
Con las encuestas anunciando una victoria del PP, los sanchistas improvisaron una campaña de reparto de papeles: se conformaron con Gabilondo, que desempeñaría el papel de serio y moderado, mientras que el de radical sería para Sánchez. Con este plan, el líder del PSOE ha perdido su dignidad como Presidente del Gobierno al hacer una campaña sucia contra una presidenta autonómica, con insultos y descalificaciones personales nunca oídas a un cargo como el suyo.
La última es tomar el argumento de los nacionalistas catalanes, y hablar de un “independentismo de derechas” en Madrid. Tiene que añadir “de derechas” para no enfrentarse a sus socios de gobierno: los bilduetarras y los golpistas de ERC, que son el “independentismo bueno”, el de izquierdas. Es otra inconsecuencia. Los sanchistas pasaron de reírse de aquello que decía Ayuso de “Madrid es España, y España es Madrid”, a sostener que esta autonomía quiere ser independiente.
Claro, porque patriotismo significa estar dispuesto a que el Gobierno se quede con nuestro sueldo y patrimonio para gestionarlo a su capricho, y someterse a un plan de ingeniería social por nuestro bien
Ahora resulta que bajar los impuestos y afirmar que esta región tiene la costumbre de ser libre sin mirar de la parte del mundo de la que se venga, sirve para convertirse en un “independentista”. Claro, porque patriotismo significa estar dispuesto a que el Gobierno se quede con nuestro sueldo y patrimonio para gestionarlo a su capricho, y someterse a un plan de ingeniería social por nuestro bien.
Sánchez ha vuelto al personaje anterior a 2018, al del “No es no”, al de la cara amargada y el exabrupto. Ha dejado en el baúl de los disfraces el traje de hombre de Estado, y toma las elecciones madrileñas como lo que son: un punto decisivo. Si gana el PP de Madrid, y gobierna Ayuso aunque sea con el apoyo de Vox, será la resurrección del PP nacional.
De esa derrota Sánchez solo puede sacar el haber hecho una campaña que agrade a sus socios nacionalistas, a Rufián y Otegi, hablando de la región “del odio y la corrupción”, gobernada por la “ultraderecha”. No es el paraíso de los ricos, como dice el sanchismo, porque bajando los impuestos se ha beneficiado a quien menos tiene y se ha recaudado más. Y es un Madrid ens roba de risa, porque la región sólo recibe el 22% de lo que recauda, aplicándose el resto al principio de solidaridad autonómica, incluida Cataluña. Un “independentismo de derechas madrileño” muy peculiar.