Ya lo sé, Alfredo, debí haber escrito este artículo hace un año, pero estaba demasiado triste como para ponerme delante de la pantalla del ordenador y escribir algo sin que me doliera el alma. Qué le vamos a hacer, ya sabes cómo soy.
Un año en el que, como ya nos advertías con esa especie de estoicismo ácido y socarrón que manejabas con “los de casa”, con esos que seguíamos llamándote y quedando a cenar contigo tras tu destierro a la vida civil, “la cosa solo puede ir a peor”. Por una vez te quedaste corto en tu pesimismo antropológico: “La cosa” no ha ido a peor, ha ido a mucho peor.
Y un año después sigo enfadado, boss. Mi buena memoria y mi mala ostia, que a estas alturas ya no se si son virtudes o defectos, no me han permitido dejar de estarlo en todo este tiempo. Decididamente, nunca fui tan generoso como tú con la estupidez humana.
Sigo muy enfadado, y creo que ya es hora de decirlo, sigo enfadado con todos los que en el momento de tu muerte, en lugar de mostrar el respeto debido a tu trayectoria personal y a tu talla política, corrieron a encaramarse sin pudor alguno sobre tu figura, para tratar así de parecer más altos ante las cámaras de TV y los flashes de los fotógrafos.
Nunca una competición de pigmeos políticos dando saltos ridículos para tratar de subirse a los hombros de un gigante como tú fue más triste y desoladora.
Pero vamos a lo que vamos, boss, que me pierdo en los preliminares.
Yo acababa de ser de ser elegido presidente de la federación de estudiantes de Madrid, tu ya eras secretario de Estado de Educación del Gobierno de Felipe González.
En aquel momento la revolución corría por mis venas, tras unas lecturas rápidas, onanísticas y diagonales de un Marx pasado por el tamiz Althusseriano de Marta Harnecker, un poco de Gramsci (del que no entendí absolutamente nada) y sobre todo de Lev Davidovich Bronstein, más conocido como Trotski, probablemente la figura romántica que más marcó mi adolescencia revolucionaria, es decir, los 10 minutos que duró.
Sin dejarnos poner en marcha la brillantísima estrategia que traíamos preparada nos soltó a bocajarro: “Bueno, y vosotros ¿a quién coño representais?”. Ese eras tu, Alfredo.
Pues te contaba, mientras yo ya me veía a mi mismo a bordo de un tren blindado recorriendo una España sorprendentemente nevada y arengando a las masas de obreros y campesinos, me tocó negociar algo tan bernsteiniano, reformista y pequeñoburgués como las tasas universitarias.
Y en frente de mi comité negociador revolucionario, elegido a mi imagen y semejanza, apareció un tipo delgado, con barba, y un traje espantoso, que se situó en medio de la mesa y sin dejarnos poner en marcha la brillantísima estrategia que traíamos preparada nos soltó a bocajarro: “Bueno, ¿y vosotros a quién coño representais?”. Ese eras tu, Alfredo.
Aquello fue una masacre, nos metiste más goles que a la selección de curling de Jamaica. Pero en aquel momento aprendí una lección importante: Que los dogmatismos no son demasiado útiles en la vida real.
No te volví a encontrar hasta muchos años después, cuando nuestra querida Elena Valenciano me llamó a filas para formar parte del equipo que trataba de atajar una crisis política de cierta enjundia, tras la que ya me hice habitual en tu entorno.
Una mente analítica
Nunca te dije cuánto te admiraba, boss, ni el reto que suponía para mi llevarte la contraria cada vez que discrepábamos, ni lo jodidamente complicado que era trabajar con esa maldita mente analítica a la que no había forma de convencer si no era con datos, datos y más datos.
Nunca te confesé el pánico que me producía que, tras muchas horas de reuniones, se te ocurriese que había que repetirlo todo… o que te iluminases de repente de madrugada y con una visión lateral y novedosa sobre el problema que “había que considerar”.... precisamente a esas horas.
Nunca pude agradecerte cada minuto que compartimos, que para mi fueron un verdadero máster, pero no en políticos, sino de esa radical honradez humana e intelectual que te iluminaba en cada una de tus dudas.
Ahora si, un año después por fin lo he conseguido, buen viaje, boss.