Los iconos de mi generación caen como moscas, rociados todos con un golpe de aerosol . El insecticida de la vejez, esa otra forma de decrepitud que acaba con los espíritus. En menos de dos años han muerto Prince, cuyo resurgir vimos en los noventa; George Michael; Chester Bennington, vocalista de Linkin Park; Chris Cornell, la voz de Soundgarden y Audioslave, y ahora Dolores O'Riordan, cantante de The Cranberries, aquella banda cuyo Zombie nos hizo a muchos darnos cuenta de dónde quedaba Zarajevo.
Algo en estas muertes me obliga a pensar que los noventa no fueron lo que pensé. Ni todo lo rompedores, ni excepcionales. Los noventa fueron ese poso de tristeza que caracteriza los fines de ciclo: el grunge fue la última resistencia antes del imperio del Pop, que devino luego en R&B y reggaetón; la Generación X de Douglas Coupland fue el tentempié antes de David Foster Wallace, ese Rey pálido que amaneció colgado de una soga y que con su muerte nos dejó desprovistos, sin bandera intelectual, muertos del asco los que antes jugábamos a la Game Boy y veíamos los Bombardeos de la Guerra del Golfo de George Bush Padre. ¿Recuerdan aquellas bombas que brillaban como las cuentas de un pacman?
Empezamos a morir muy pronto. En 1992, Nirvana ganó en los MTV Video Music Awards las categorías "Mejor Nuevo Artista" y "Mejor Artista Alternativo" con Smells like Teen Spirit. Yo tenía 12 años y vivía en una país petrolero en trance de morir. En esa ceremonia de los MTV, Kurt Cobain asistió vestido con una americana blanca y unos Chuck Taylor rojos. Recuerdo que luego de interpretar en vivo Nevermind, y de romper –a duras penas, porque no podía tenerse en pie- una Fender blanca (estoy segura que era blanca) contra los altavoces, Kurt Cobain empezó a llamar a Axel Rose, en ese entonces el delgado y ágil vocalista de una banda que no había perpetrado The Spaguetti incident y muchísimo menos Chinese Democracy. "Hey Axel, where are you Axel?", gritaba Cobain al más puro estilo Courtney Love. Si aquello era la libertad. Yo necesitaba calzármela. Ponérmela. Dos años después, Kurt Cobain murió de una sobredosis. Shanon Hoon, de Blind Melon, también. El actor River Phoenix.
La cultura de masas no era aún ese amasijo de polímeros y Donald Trump era una extravagancia, un exponente del White Trash con su propio Reallity para despedir gente. Comenzaba un largo ciclo del supuesto fin de la historia con el que Fukujama jugaba al ‘eterno retorno’ y el éxtasis se alzó como una droga de los tiempos electrónicos que comenzaban a soplar con fuerza. No lo sabíamos, pero estábamos en proceso de morir, de desmayarnos en nuestro propio fin de ciclo. Preparándonos para ver caer las Torres Gemelas y con ellas ese mundo que no habría de durar demasiado.