La izquierda ha ganado la batalla de las mentalidades. Es la gran guerra política de la Era contemporánea, y ha vencido. No se trata solo de que el centro político, ese 5 mágico entre el 1 y el 10, se haya ido desplazando hacia el izquierdismo. El caso es que han marcado la idea de progreso, un asunto capital para el diseño de la política y lo supone para el desarrollo económico y social, la educación y la cultura. El asunto ha llegado al punto de que "lo civilizado" se vincula con los objetivos izquierdistas, y "la barbarie" a quienes no comulgan con sus ideas.
En esa idea de progreso como plan de futuro para la Humanidad está la cuestión del "planeta verde". El proyecto ha conseguido un lenguaje propio ampliamente aceptado, fuertemente sentimental y agresivo, en la que los datos no se contrastan y en ocasiones los dan organismos ecologistas subvencionados por políticos ecologistas. Dicho lenguaje ha pasado de los medios a las escuelas y al discurso político convirtiéndose en un dogma.
El objetivo de dicho plan es la transformación social, el Hombre Nuevo en la Sociedad Nueva. El recorrido es largo, de generación en generación, partiendo de lo más pequeño, como la separación de los residuos caseros, hasta lo más grande, como la desaparición del modo de producción capitalista por ser "enemigo del planeta".
Los ecosocialistas consideran que la mejor forma de ir avanzando hacia ese futuro es ganar la batalla del lenguaje -algo ya conseguido-, del deseo colectivo -también, porque no hay nadie que se atreva a la apostasía de no ser ecologista- y de la política -todo programa contiene su lenguaje y el propósito de hacer un mundo más verde-.
El negocio consiste precisamente en lo que la izquierda llama "transformación ecológica"; es decir, en sustituir las formas de producción actuales por otras "menos contaminantes"
Ahora nos encontramos en la segunda fase: el desmantelamiento del capitalismo. Pedro Sánchez soltó en campaña electoral que quería implementar un "Green New Deal", asunto en España desconocido, pero que en otros países europeos ha hecho que la socialdemocracia clásica desaparezca para adoptar otras formas políticas. Ya tiene su "ministerio de Transformación Ecológica", ahora deseado por Unidas Podemos.
El negocio consiste precisamente en lo que la izquierda llama "transformación ecológica"; es decir, en sustituir las formas de producción actuales por otras "menos contaminantes". Aquí, el beneficio del lobby verde es evidente: tecnología y maquinaria exclusivas impuestas por directrices políticas y bien subvencionadas. El formato es del tipo del plan quinquenal soviético: destrucción y construcción de una estructura nueva, con relaciones de trabajo y mentalidades distintas. El cambio social es evidente.
Esto solo se puede hacer si se propaga la idea de que el capitalismo no debe buscar el beneficio para el individuo, sino que debe estar sometido a las exigencias del plan ecologista. Tal idea cala si se construye un enemigo: el cambio climático. El formato es el clásico de una religión: existe un paraíso futuro por el que sacrificarse (el planeta verde), un dogma (el ecologismo), unas prácticas morales colectivas y privadas, un santoral (la adolescente Greta Thunberg es una de las últimas fabricadas) y un mal al que hay combatir (el cambio climático y quien lo provoca: el capitalismo y nuestras costumbres burguesas).
Esa religión debe actuar en el espacio de sociabilidad más habitual y más alejado del campo: la ciudad. De aquí el otro concepto izquierdista, el de las "ciudades habitables". Es otro negocio que genera una red clientelar, una especie de nuevos clérigos subvencionados que verifican la moralidad colectiva, y cambian la ordenación urbana con un objetivo político: la selección poblacional, que vota, y el alejamiento de los grandes negocios. El ejemplo del paso del populismo socialista por el ayuntamiento de la capital, y su negativa a la Operación Madrid Nuevo Norte, por ejemplo, ha sido más que suficiente.
Pero ojo, porque estos son los moderados del ecologismo. Sánchez es para ellos un "socialfascista", que dirían los comunistas de inicios del siglo XX, un colaboracionista con el "neoliberalismo financiarizado", aseguran hoy.
Tener hijos es malo porque contribuye al ejército de trabajadores que alimenta el capitalismo, o, incluso, que los animales son como las personas y poseen derechos humanos
La otra tendencia es la que apunta que para llegar al "paraíso verde" solo hay una vía: el decrecimiento. Esto implica ralentizar la economía paulatinamente para que en 2030 -la fecha de la agenda sanchista coincide con la del ecosocialismo-, se hayan puesto las bases para ir sustituyendo el capitalismo actual por nuevas formas de economía que llaman socialistas. Nada que ver con industrias nacionalizadas ni omnipresencia estatal, sino productores autosuficientes, de comercio justo, sostenibles, atentos a la conexión del colectivo con la naturaleza.
Estos son radicales pero sus mensajes se oyen cada vez más: comer carne destruye el planeta por lo que hay que ser vegano, tener hijos es malo porque contribuye al ejército de trabajadores que alimenta el capitalismo, o, incluso, que los animales son como las personas y poseen derechos humanos.
Es cierto que detrás del "planeta verde" hay un negocio económico vinculado al "Green New Deal", pero lo decisivo es el negocio político sin el cual, sin esa auténtica conquista de las mentalidades, sería imposible ese plan financiero y esa hegemonía política. Pero no se confundan: la Tierra les importa muy poco; es un instrumento de poder para llegar a un nuevo tipo de colectivismo. Han sustituido la vieja lucha de clases por la lucha ecológica en la que los bandos, las trincheras, son para ellos las mismas.