Opinión

Solo el honor impone la decencia

El honor del guerrero. Guerra étnica y conciencia moderna en 1999 y Sangre y pertenencia. Viajes al nuevo nacionalismo en 2012, son dos libros capitales de

  • Michael Ignatieff -

El honor del guerrero. Guerra étnica y conciencia moderna en 1999 y Sangre y pertenencia. Viajes al nuevo nacionalismo en 2012, son dos libros capitales de Michael Ignatieff. En el primero señala que “el honor del guerrero fue tanto un código de pertenencia como una ética de la responsabilidad. Porque, indicaba, “allí donde se practicaba el arte de la guerra sus protagonistas distinguían a los combatientes de los que no lo eran, los objetivos legítimos de los ilegítimos, las armas morales de las inmorales, y, en el trato a heridos y prisioneros, las costumbres bárbaras de las civilizadas; y aunque los códigos se incumplían con la misma frecuencia que se observaban, la guerra sin ellos no pasaba de ser una vulgar carnicería. Ignatieff recuerda que la primera Convención de Ginebra de 1864 codificó el honor de los guerreros europeos y quiso además universalizarlo, extender a todos, con independencia de las banderas, su poder de protección.

Pero la capacidad de la ley para imponerse a la guerra ha sido siempre muy relativa y nada se conseguirá mientras el guerrero no posea un concepto de lo que resulta honorable o no para un hombre armado, lo cual incluye una capacidad propia de reprimir eficazmente las prácticas inhumanas. Algo que el historiador militar británico John Keegan, resumía diciendo que “no existe un sustituto del honor capaz de imponer la decencia en el campo de batalla, nunca ha existido y nunca existirá, porque en el lugar donde se mata no habrá nunca jueces ni policías”. Aunque esa ausencia podría verse en alguna medida compensada por periodistas capaces de presentar al público la realidad de la guerra. Ignatieff advertía contra el buenismo que propugna la supresión de los ejércitos sin atender a que traería como consecuencia más probable que los uniformados fueran reemplazados por señores de la guerra, ajenos a cualquier código del honor.

El periodismo que no defienda su derecho a ofender, que no pellizque narices y se ría del emperador desnudo, no merece ser defendido

En el segundo libro de Ignatieff concluía que “la fe nacionalista nunca ha sido erosionada por argumentos económicos, porque el atractivo de la independencia nacionalista no es fundamentalmente económico. Consiste en la atracción de la libertad, de la autodeterminación, de ser el dueño de tu propia casa. Y este sueño es constante, especialmente para las elites locales que confían en alcanzar el poder. Fue este libro y su trayectoria como columnista lo que determinó al Jurado a otorgarle el premio de Periodismo Francisco Cerecedo en su XXIX edición. En su discurso de aceptación el 20 de noviembre de 2012, después de recibir la medalla de manos del Príncipe de Asturias, Don Felipe de Borbón y Grecia, dijo que la buena conciencia del periodismo es la que habla con sinceridad al poder; que los héroes de la profesión cuando así lo hicieron a menudo perdieron su puesto de trabajo; que por cada empresario periodístico, como Katherine Graham del Washington Post, que respaldó a sus periodistas en la trama del Watergate, hay otros muchos a quienes no importa sacrificar a sus periodistas para tener contentos a sus amigos poderosos.

Dijo también que la libertad es una virtud rebelde, que cesa de ser libertad si permite ser controlada para buscar solo buenas causas; que el periodismo que no defienda su derecho a ofender, que no pellizque narices y se ría del emperador desnudo, no merece ser defendido; que un periodismo que no defienda a los débiles se convierte pronto en una herramienta del poder, de la misma manera que un periodismo demasiado arrogante encontrará que su propia existencia es una miseria. Atentos.

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