No tienen vergüenza. El mismo día que el presidente Sánchez y Asociados homenajeaban a Manuel Azaña, se consumaba el acuerdo para la retirada del castellano como lengua oficial para toda España. ¡Menudo homenaje al hombre que mantuvo una férrea pelea por que los nacionalismos rampantes no ocultaran una obvia seña de identidad de la república! Una lengua común que garantizara la igualdad y la libertad sin que ello fuera óbice para que catalanes, vascos y gallegos pudieran expresarse en lo que entonces se denominaba “lenguas vernáculas”. ¡Pero qué carajo les importa a los culos asentados cualquier cosa que no sea garantizar su propia continuidad! ¡Todo por un cargo público! Cuando la política se reduce a una cadena de gestos para apalancarse en el poder, la situación se deteriora tanto que jugamos a ver quién es más miserable, si los dirigentes empoderados o los ciudadanos descreídos. Lo del Comité de la Verdad dirigido por un mentiroso profesional representa la consagración de la desvergüenza.
Todo por seguir al precio que sea. El primer dirigente que dimita por coherencia habría de recibir un premio ciudadano. En el fondo, ninguno de ellos cree en las urnas ni en las elecciones, sino en cómo aguantar hasta que sea inevitable. Si de verdad piensan seguir así, dejarán la sociedad abierta en canal y mantenida a puñetazos. Trump es un ejemplo también para sus supuestos adversarios. El que miente con descaro domina la cancha; el resto consiste en resistir. Queda rebelarse o resignarse. Se ha restringido tanto el derecho al desprecio que cuando nos rebelemos pasaremos a la categoría de violentos para el Comité de la Verdad Gubernamental. Nunca desde la Transición hubo tantos motivos para denunciar la Gran Estafa que vivimos, pero tampoco nunca hubo tan pocas posibilidades para poder decirlo sin que te tapen la boca.
No hay que politizar la pandemia, dicen quienes juegan con estados de alarma y confinamientos. Paliativos todos para los monopolizadores de la política. Hay que esperar a los Presupuestos, hay que pactar otro Frankenstein en Cataluña. Eso que se traduce en cómo garantizar que seguiremos achicharrados por la pandemia, pero con tantos altos cargos como no existieron desde 1975, que ya es ir lejos. Al coronavirus lo han politizado desde el primer día. Cuando alguien les denuncia por trepadores incompetentes, ellos le pasan el marrón a “los científicos” y, si se les aprieta mucho, “a las autonomías”. Pero tienen buen cuidado en hacer de los científicos seres anónimos y negar que las autonomías son abrevaderos para rumiantes.
A la pandemia económica que galopa al unísono que la sanitaria no hay Presupuestos que la palíen. Que tenga que ser un director del Banco de España el que denuncia la desproporción de hacer ahora una subida a los funcionarios en general -y no sólo a los sanitarios, como sería de razón- es una burla a los trabajadores en precario que ahora son millones, entre obreros, servicios, autónomos y demás clases a las que habría que denominar, como antaño, “clases pasivas”. Nada depende de ellas salvo salir corriendo o pasar a la clandestinidad de la pobreza sobrevenida.
No se desanimen, que tenemos a la vuelta de la esquina una Navidad cargada de novedades. Estén atentos a ese Ministerio de la Igualdad Femenina, lleno de mujeres gozosas llenas de ideas fructíferas
Pero la vida sigue, al menos para algunos y algunas. La esposa del presidente Sánchez será catedrática mientras lo mantenga el presupuesto. Va a dar un máster en la Complutense sobre tema tan fascinante como “Transformación Social Corporativa”, del que imagino saltarán chispas de inteligencia y que es la penúltima opción para acercarse a las ideas del poder; se empieza compartiendo cama y se acaba sentado en el sillón. Estos pasteles académicos siempre llevan su guinda y en este caso nos aclaran que se trata de “resetear el capitalismo”. Ahí es nada: Begoña Gómez “reseteando el capitalismo”. Sólo un dios puede ascender al olimpo a una sibila, y el que diga algo en contra habrá de asumir su machismo congénito, aquel que les hacía decir a los castellanos viejos “tira más pelo de coño que yunta de carreta”, que es reflexión más aguda que los chascarrillos descerebrados de Simón, ese payaso “científico” que han puesto para burlarse de la lengua, de las enfermeras y de la opinión pública. En el circo los chistes se dicen en serio; en el caso de este chisgarabís ocurre lo contrario: hace gracietas con doscientos muertos diarios y miles de afectados. Me temo que sobre “la curva” de Simón nos acaben ahorcando a todos.
No se desanimen, que tenemos a la vuelta de la esquina una Navidad cargada de novedades. Estén atentos a ese Ministerio de la Igualdad Femenina, lleno de mujeres gozosas llenas de ideas fructíferas. Aseguran que el color rosa es humillante para las niñas. Lamento que no recomienden colores, porque podríamos escoger entre el negro fúnebre o el gris cenizo.
Para animar la tristeza cotidiana, las chicas -valga el término tratándose de mujeres tan preparadas, cultas y rebeldes con causa a fin de mes-, han polemizado. Irene de Madrid, chulona arrebatada a la que vendría como anillo al dedo lo del pelo y la yunta pero que se juzgaría desconsideración para alguien flanqueado por la Brigada Femenina a la que cualquier insinuación se convierte en signo de fascismo machista (del que ninguna de ellas tiene idea si no se lo contaran al calor del hogar familiar). Y frente a esta verdulera de la palabra, su ex comilitante Teresa, de Cádiz la gracia. La puja se reduce a derechos y deberes de la mujer de baja por maternidad. ¿Te pueden despedir del cargo por baja maternal, sí o no? Depende. ¿De qué depende? De la voluntad del contratante. Como no podía ser menos, en esto, como en casi todo, una mujer ejecutiva es como un tiburón financiero. Pero Cádiz, chispa y salero, ha dejado una frase que deberían grabar en las paredes de los ministerios y asesorías de nuevo cuño. “Yo tengo un curro al que volver y la política no me cambió de barrio”.
Como en las comparsas gaditanas, se puede decir más barroco, pero no más contundente. ¿Qué hará la sociedad con tanto funcionario sobrevenido? Tenemos larga experiencia. No haremos nada, como siempre. Nos quedaremos mirando desde el roquedal cómo el navío se mueve según las olas y las mareas. Cabe la opción de cambiarse de género. Si se puede de niño ¿por qué no de viejo? Hacerse “trans” en el último tramo de tu vida puede ser la última aportación al surrealismo de las trayectorias vitales sin horizonte. Aunque sólo sea para romper el silencio y de paso contemplar cómo nos estrellamos en los arrecifes de la basura y la estupidez.