El PSOE nos llevó de nuevo a elecciones con la propuesta electoral de convertir a nuestro país en un Estado plurinacional socialista aunado en torno a la figura Pedro Sánchez, con Miquel Iceta como director de orquesta. Pero el baño de masas que se prometía “Su Persona” tras las elecciones a costa de lo escaños perdidos por Ciudadanos se ha quedado en un baño de realidad.
La fragmentación que refleja el reparto de escaños en el Congreso demuestra que España tiene poco de plurinacional y mucho de plurinacionalista. La amalgama de partidos que han hecho de la identidad regionalista o nacionalista el eje de su discurso ha crecido considerablemente en escaños, con un total de 92. La irrupción política del plurinacionalismo no es casual: durante estos meses los españoles han comprobado, con hartazgo, cómo la insolidaridad, la deslealtad y los pulsos al Estado de derecho por parte de los partidos independentistas han sido recompensados por el Gobierno con la promesa de nuevas cesiones y privilegios que, lejos de aplacar a la bestia, sólo han servido para soliviantarla.
Ante la inacción del Gobierno, la reacción de una parte importante de los españoles ha sido: si, a pesar de todo lo ha pasado, a ellos les das lo suyo, ¿qué hay de lo nuestro, Pedro?
Los 52 escaños de Vox y hasta el escaño de la formación Teruel Existe suponen la consagración, a nivel nacional, de la reivindicación de una determinada concepción de la identidad española, en contraposición al identitarismo independentista de los separatistas catalanes y vascos. Quienes han jugado al ajedrez electoral polarizador, caricaturizando al votante de Vox como fascista o incluso nazi, mientras aplaudían displicentes a los pactos de gobierno con otras formaciones ultraconservadoras identitarias de corte separatistas, han errado mucho el tiro.
Vox no sólo ha dado la batalla en el campo de la identidad nacionalista con otra de marca propia, sino también en el del identitarismo de género
Vox ha decidido jugar al mismo juego de las identidades al que venían jugando los independentistas, Podemos y este PSOE plurinacional. Y no sólo ha dado la batalla en el campo de la identidad nacionalista con otra de marca propia, sino también en el del identitarismo de género.
Las elecciones también nos han traído el hundimiento de Ciudadanos, cuyos resultados pueden deberse a múltiples factores. El primero podría ser que los partidos bisagra, a nivel nacional, están abocados al fracaso, más aún cuando confunden el centro con la indefinición. El votante necesita banderas, entendidas éstas en sentido figurado: se vota por quien propone una idea de país vencedora, no a quien se va a limitar a apoyar la idea de país de unos u otros (PSOE o PP), más aún cuando éstas distan tanto entre sí hasta el punto de ser cuasi excluyentes.
Segundo, el veto a Pedro Sánchez y al PSOE no debió ser, de entrada, personalista, sino programático. No obstante, una vez cometido el error, la única forma de salvarlo era dotando de relato al veto mediante el rechazo a la plurinacionalidad y a las políticas identitarias colectivistas, como la de género. Pero todo este terreno yermo se abandonó, y otros vinieron a sembrarlo. Y no sólo Vox, sino también Cayetana Álvarez de Toledo, cuya campaña por el PP ha sido notable.
Cayetana, con su oposición frontal al identitarismo de todo signo, supo pescar en ese río revuelto los votos más liberales, mientras que Vox atrapó con sus redes el voto más escorado a la derecha
Ciudadanos ha perdido 47 escaños, y de éstos muy pocos han ido a parar a Pedro Sánchez, que ha perdido tres. Asumir que Ciudadanos patrimonializa el millón de votos de la abstención respecto a las pasadas elecciones como consecuencia del veto a Sánchez suena bastante presuntuoso. Parece más bien que, sin perjuicio de la pérdida que hayan podido tener por el centro izquierda, esos votos han ido a parar al PP que representa Cayetana y a Vox. Votos de centro derecha que durante el bipartidismo optaban con la nariz tapada por el partido azul y que en abril votaron al partido naranja porque, de entre los tres partidos que rechazaban investir a Sánchez, Ciudadanos era con el que podían sentir más afinidad programática.
Tras el levantamiento del veto a Sánchez sin otro relato electoral que lo sustentase más allá de las propias presiones internas del partido, se abrieron de par en par las compuertas que han precipitado la fuga. Cayetana con su brillante oratoria y su oposición frontal al identitarismo de todo signo supo pescar en ese río revuelto los votos más liberales, mientras que Vox atrapó con sus redes el voto más escorado a la derecha.
Pero en política los milagros sí que existen, y la muerte electoral de Ciudadanos puede saldarse el día de mañana en una resurrección si, de entre sus filas, emerge un líder que sea capaz de dotar de contenido, de relato, a ese centro convertido en mera bisagra. Sé que todas las miradas están puestas en Arrimadas, pero su papel activo en esta campaña la hacen corresponsable de la debacle. Quizá ha llegado la hora de Toni Cantó.