Opinión

España y el ‘Escudo antimisiles’

Suena a chiste la sola posibilidad de que Alemania haya ofrecido entrar en la carrera armamentística a un país con problemas para pagar las pensiones y cientos de miles personas yendo a comedores sociales

  • El canciller de Alemania, Olaf Scholz, y el presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, durante su comparecencia conjunta tras la Cumbre Hispano Alemana en A Coruña el 5 de octubre de 2020. Pool Moncloa / Borja Puig de la Bellacasa.

Confieso que no soy un especialista en Defensa ni en Política Exterior. Lo mío es el análisis de andar por casa sobre esta España que todavía no se había recuperado de los estragos del estallido de la burbuja inmobiliaria en 2008 cuando la asoló una pandemia (2020/21) y a la cual este año ha afectado de lleno la escasez energética provocada por la guerra en Ucrania. Resultado provisional: nos hemos empobrecido y hoy tenemos la misma renta per cápita que en 2015, hace la friolera de siete años, 25.500 euros.

Por eso, al oír la noticia de que Alemania nos ofrece participar en un Escudo Antimisiles -confirmada por la embajadora germana a escasas horas de la cumbre entre los dos presidentes en La Coruña- no pude por menos que esbozar una sonrisa incrédula ¿Una España con deuda pública equivalente al 117% del PIB, es decir, más de lo que produce en un año, con serios problemas para pagar las pensiones, con unos escasísimos 21.000 euros/año de sueldo medio -en Alemania es casi el triple, 53.000-, y con cientos de miles de personas yendo cada mañana a la cola de los comedores sociales… metida en una carrera armamentista de “ricos”, que diría Pedro Sánchez?

Como la respuesta ha sido NO porque lo que no puede ser no puede ser y además es imposible, dejó dicho nuestro torero más obvio Rafael Guerra Guerrita, lo siguiente fue pensar: ¿Y a quién se le ha ocurrido la majadería de que España esté en condiciones de financiar eso? ¿Se lo inventó la embajadora alemana en España, quien reconoció -ojo- que se han celebrado reuniones ”técnicas”? ¿Puso en circulación el globo-sonda el canciller, Olaf Schölz, horas antes de llegar a España para convencernos de la urgencia e la interconexión Midcat de gas… O lo hizo para alimentar las aspiraciones internacionales de Pedro Sánchez cuando deje La Moncloa?

¿A quién se le ha ocurrido autorizar citas ”técnicas” para que España, un país sin armas nucleares y con unidades militares en serios problemas de operatividad tras años de falta de presupuesto, participe en un Escudo antimisiles multimillonario?

Probablemente las dos últimas preguntas nunca tengan respuesta porque La Moncloa y la ministra de Defensa, Margarita Robles, pincharon el globo-sonda ipso facto, antes de ir a La Coruña, pero las dos primeras cuestiones sobre tan estupefaciente episodio no han perdido vigencia: ¿Quién dio el visto bueno a que España, un país sin armas nucleares y con algunas unidades militares en serios problemas de operatividad tras años de falta de presupuesto, participara en citas ”técnicas” para explorar la posibilidad de un Escudo antimisiles multimillonario?

Entiendo las ganas de figurar de los políticos -de todos-, pero bajo una condición indispensable: con los pies en el suelo. Llevamos ocho meses normalizando lo extraordinario, de acuerdo, y la gente ya se cree todo; nos desayunamos todas las mañanas con el recuento de muertos, fosas comunes, tanques despanzurrados, drones de la Guerra de las Galaxias, aviones, armas láser, misiles Poseidon que van a provocar una ola mayor que la que extinguió los dinosaurios… y demás Apocalipsis del catálogo que nos ha enseñado este Vladímir Putin cada día más onírico.

Pero cualquier mandatario español sabe, o debería saber, que la del Escudo antimisiles no es nuestra liga; que siendo la cuarta economía del euro, y habiendo dedicado a Defensa durante los últimos años el mismo porcentaje de presupuesto dedicado por Luxemburgo -a la cola del ranking-, señalados por todos los socios como una anomalía en la OTAN, y en el estado preocupante en que se encuentran nuestras cuentas públicas, no estamos en condiciones de ser para esta Alemania lo que fue el Reino Unido de Margaret Thatcher para Ronald Reagan en aquellos Estados Unidos del siglo pasado contra la amenaza de la entonces Unión Soviética.

Si no fuera porque los muertos rusos y ucranianos tienen nombre y apellidos -y madre- afirmaría sin dudarlo que Putin no existe; tengo dudas de que no sea un malo más de la factoría Marvel, con esos ojos glaciales y esas mesas de reunión kilométricas que hubieran hecho las delicias del director de cine Stanley Kubrick.

Hoy la Unión Soviética no existe, sus misiles sí, y aquel hombre providencial que fue Mijail Gorbachov acaba de dejarnos. Y si no fuera porque los muertos rusos y ucranianos tienen nombre y apellidos -y madre-, afirmaría sin dudarlo que su sucesor cuarenta años después no existe; de hecho, dudaría de que todo esto fuera mentira y Vladímir Putin solo un malo más de la factoría Marvel, con esos ojos glaciales y esas mesas de reunión kilométricas que hubieran hecho las delicias del director de cine Stanley Kubrick.

Diríase que el destino del mandatario ruso ya solo puede ser la derrota, con o sin Escudo Antimisiles, con o sin España formando parte del mismo. Ese es el problema. De todos. Porque el hecho de que el dueño del mayor arsenal de armas nucleares del planeta heredado de Gorbachov (más que el de EE.UU, Reino Unido y Francia juntos) ande bordeando el ridículo no puede ser considerado sino como una grave amenaza a la humanidad.

Dicho de otra manera: Cuanto mayor sea el desastre estratégico y militar en Ucrania del, supuestamente, tercer ejército más poderoso del Mundo, solo por detrás del estadounidense y el chino, mayores son las posibilidades de que Putin se sienta acorralado y de que usted, lector, y yo no sobrevivamos a un rapto de desesperación del hombre de hielo jaleado por unas élites políticas y mediáticas rusas medio enloquecidas. La mejor prueba es ver cómo en las televisiones rusas el uso del arma nuclear contra Europa se da por descontado; sólo se discute el cuándo y dónde mandar el misil.

Me aterra la banalidad del mal: estamos dando casi por inevitables explosiones atómicas de Putin en los puntos del Mapa Mundi que decida y la muerte en cada una de 150.000 o 200.000 personas “como en Hiroshima”, que leo en muchos análisis.

Y eso me asombra y me aterra, a partes iguales; me aterra la banalidad del mal que dejó escrito Hannah Arendt, de los periodistas rusos y, por qué no decirlo, también nuestra; que estemos hablando de escudos antimisiles… como si el objetivo de cualquier arma nuclear no fuera la destrucción total. Estamos cayendo en el guión escrito por esta especie de Doctor No -el malo de las primeras películas de James Bond- en que se ha convertido un Vladímir Putin hasta hace no tanto agasajado por Occidente.

Hemos convirtiendo en poco menos que inevitables en el discurso público una, dos, ¿tres? explosiones atómicas en puntos del Mapa Mundi elegidos al azar en alguna mesa de operaciones dentro de un búnker de Moscú y la muerte en cada una de ellas de 150.000 o 200.000 personas ”como en Hiroshima” (sic)… que se lee estos días en muchos análisis como quien cuenta animales sacrificados en una granja.

El miedo, la llamada doctrina del shock, es algo que el poder viene usando contra la población desde los albores de la civilización, pero me confieso despistado en este punto de la Historia -con mayúsculas- que nos ha tocado vivir porque no sé, exactamente, qué se pretende… ¿Asustar a la gente? ¿A qué fin? ¿Para que consumamos como si no hubiera un mañana -nunca mejor traído- o que nos encerremos en casa sin consumir, a la espera del apocalipsis? ¿Quieren que salgamos corriendo como pollos sin cabeza hacia ninguna parte, teniendo en cuenta que no nos dará tiempo a enterarnos del lanzamiento, solo de la explosión?

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